Pasados siete meses sin trascender públicamente los supuestos incidentes acústicos, y culminado el proceso de revisión de la política hacia Cuba, Marco Rubio consideró que era el momento ideal para presionar. Era un cálculo político perverso sustentado en que estos “ataques sónicos” serían el pretexto perfecto para lograr un deterioro de las relaciones entre ambos países, que llevaría prácticamente al desmantelamiento de las respectivas embajadas.