La pandemia ha tenido efectos arrasadores en la vida cultural. Sometidos al necesario distanciamiento físico, los teatros han cerrado sus puertas. Privados de auspicio gubernamental, los artistas sucumben al desempleo creciente. En ese contexto, me llega la denuncia formulada por Patricia Ariza, fundadora del Teatro La Candelaria. Apunta hacia un peligro mayor, hacia aquella otra pandemia agazapada bajo la enfermedad que nos abate.