Parecía que la Marcha de las Antorchas, esa tradicional y única en la que caminamos y llevamos antorchas cuyo humo se nos pega a los ojos y al alma, iba a quedarse en deuda a 168 años del natalicio del Apóstol. Parecía que la pandemia haría morir, al menos por un año, la que es quizás la tradición más bonita de los años universitarios. Y quedará la deuda.