Graziella se “aplatanó” inmediatamente después de su llegada de Europa. Sintiendo por Cuba ardientes pasiones, pasó seis meses sin pronunciar una sola palabra en español, hasta que, de súbito, amaneció hablando corrientemente. Era a causa de su aversión contra los improvisados, por lo que no quería hacer uso de un idioma antes de estimar que lo dominaba correctamente.