Se han pasado la vida hablándonos de la amenaza soviética o rusa, del peligro chino, de los terroristas árabes y hasta de los extraterrestres. La narrativa del imperio estadounidense para justificar su enorme gasto militar, y no pocas de sus guerras, se ha construido alrededor del peligro que viene de afuera. Pero, desde la reciente contienda electoral -con su pesada carga de divisionismo e improperios- y, especialmente, desde el inaudito asalto al Capitolio de Washington el pasado 6 de enero, los Estados Unidos han empezado a tener miedo de sí mismos.