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Voces cubanas: Articular en común las causas por la justicia

Es difícil no estar de acuerdo en que el 11 de julio de 2021 marca un antes y un después en la historia reciente de Cuba. Las causas del estallido social vienen siendo estudiadas y debatidas por muchos intelectuales de la Isla desde hace mucho tiempo.

Sin embargo, el diagnóstico de los escenarios complejos que se abrirían para Cuba —ante un cúmulo de tensiones en varios órdenes de la vida social, económica, política y cultural—, y, sobre todo, las posibles soluciones y respuestas que se concibieron en estos debates, fueron en muchos casos ignorados, vilipendiados y sometidos con altanería al test —irresponsable con datos duros sobre situaciones realmente existentes en Cuba— que concluye de modo indefectible en el “excepcionalismo”, y en el “eso no pasa en Cuba”. 

La serie Voces Cubanas continúa en el empeño de seguir aportando visiones del actual panorama cubano, así como posibles vías para la superación de los problemas nacionales. Ahora con más fuerza que nunca se necesita de estos espacios, de diálogos con todas las voces cubanas en busca de canalizar y encontrar puntos en común en el diseño de nuestro futuro.

En esta ocasión, conversamos con Yasmin S. Portales Machado, quien es narradora, crítica literaria y activista política. Ha publicado ensayos sobre la ciencia ficción cubana y cuentos en diversas antologías. Proyecta sus ideales políticos anarco-comunistas en el trabajo voluntario en defensa de los derechos LGBTQ+, los derechos sexuales y reproductivos y el antirracismo en Cuba.

La actual dinámica socioeconómica genera cambios en la composición clasista o de sectores de la sociedad cubana y sus dinámicas de desigualdad. ¿Cómo ve este problema y sus posibles soluciones?

La creciente diferenciación en Cuba por clases sociales me molesta por principio, en tanto indicador de que el país no se mueve hacia las garantías de acceso equitativo a la riqueza y bienestar colectivo que supone el socialismo.

El problema de la diferenciación de clases en Cuba no es nuevo. Ya en los 80 yo me preguntaba dónde vivía la gente de la televisión —pausa intertexual: ¿se acuerdan de Polstergeist?—, pero sin dudas el punto de inflexión fue la crisis de los 90. Entonces se normalizó la diferencia de clases, junto a otros sentidos comunes que justifican el individualismo y la explotación como herramientas para el éxito.

Mi solución es, obviamente, avanzar hacia el socialismo (pausa metodológica: no, yo no creo que Cuba sea socialista ahora).

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El capitalismo promete muchas cosas, pero la desaparición de las clases sociales no es una de ellas. Muchísimo menos promete la repartición equitativa de la riqueza nacional. Mi perspectiva es que es imperativa la implementación de medidas económicas y sociales que amplíen el control ciudadano sobre el gobierno, garanticen los derechos humanos de toda la ciudadanía y promuevan el desarrollo de proyectos económicos con principios de funcionamiento solidarios, ecológicamente sustentables y orientados hacia el desarrollo local: más cooperativas —de verdad— y menos hoteles de lujo.

Si la gente piensa como vive, entonces solo se pueden normalizar la solidaridad y el respeto —entre las personas y hacia el planeta— dentro de un tejido económico que promueva ese tipo de comportamientos. Las relaciones económicas de explotación solo enseñan egoísmo y enajenación. Evidencias sobran.

¿Cuál es su opinión sobre la intensificación de las sanciones a Cuba durante la administración Trump en medio de esta crisis agravada por la pandemia y qué consecuencias tuvo esto sobre el país?

Esas sanciones son criminales, lo cual es redundante porque el bloqueo ya es criminal, genocida, e ilegítimo. Yo le llamo bloqueo, no embargo. Comprobé el carácter global de esa medida viviendo dentro y fuera de Cuba. Vi su impacto en el sistema de salud cubano en primera persona. Podemos discutir si vale la pena lamentar o no la falta de acceso a PayPal o Google Suite, pero nadie me defienda la lucha por la democracia con la denegación de medicamentos para el cáncer o los antibióticos de tercera generación.

Quienes defendían el bloqueo antes de marzo de 2020 eran, para mi, gente de capacidad empática y visión política cuestionables, porque [la política] ni hace feliz a nadie ni ha cumplido su objetivo. El reforzamiento de las sanciones por Trump solo me parece vicioso, innecesariamente cruel. Lo peor para mi no es que Trump lo hiciera, sino que su objetivo fuera garantizar los votos de la Florida. La mera idea de esas motivaciones paraliza mi capacidad de reconocerles alguna humanidad a esas personas.

¿Qué odio, qué resentimiento profundo y supurante puede llevar a apoyar el dolor, el hambre, el desamparo de personas con quienes dicen compartir la patria? A mi eso me da cortocircuito en el cerebro. De verdad.

Como migrante con familiares y amistades cercanas en Cuba tengo testimonios de primera mano del deterioro para la calidad de vida que produjo la dificultad para enviar remesas. Como marxista, comprendo perfectamente las disyuntivas entre hambre y delincuencia que algunas personas enfrentan a raíz del corte del apoyo desde el exterior. Incluso, esa disyuntiva, cuando se presente, es para quienes aún tengan la capacidad física y mental de delinquir. Hay otro sector aún más afectado: personas de la tercera edad, con limitaciones físicas o cognitivas. A esas las “mataron”. El sector vengativo de la migración cubana les mató, les mata. Yo no sé más nada sobre ello.

En un contexto económico y social tan complejo, ¿cuál es el espacio que tiene hoy la crítica social? Y ¿cuál espacio tienen, y deberían tener, los activismos ciudadanos, como el orientado a la defensa de los derechos de la comunidad LGTBQ+?

10 de julio (boceto de respuesta):

La crítica tiene un rol difícil porque el gobierno no responde, pero después del 27 de noviembre yo creo que comprendieron que hay una masa crítica de intelectuales que exige diálogo desde el respeto y desde la igualdad. Es una lástima que las percepciones anquilosadas del concepto “intelectual orgánico” no permitan reconocer el valor de estas voces. No estoy de acuerdo con muchos, porque me parece que creen el cuento del “capitalismo bueno”, pero la cosa es romper el hielo…El activismo LGTBQ+ es víctima de la falsa dicotomía entre activistas del gobierno e independientes. Coincidimos en algunas cosas con CENESEX, pero tenemos derecho a criticar al gobierno…peligro de iglesias evangélicas fundamentalistas…los Derechos Humanos no se plebiscitan… y etc.

18 de julio (boceto de respuesta):

Yo no sé. Hubo una cosa en Cuba, la gente salió a la calle y aparecieron fuerzas antimotines, como si fuera “otro país”, se llevaron a la gente presa y nadie sabía dónde estaban, aunque eso “no pasa en Cuba” y para colmo el músico popular Adalberto Álvarez y el anarquista y socialista Mario Castillo están en sintonía. ¿Qué escribe una después de eso? Esto se parece al apocalipsis.

21 de julio (último intento):

El espacio de la crítica social hoy en Cuba es liminar: existe en franca oposición a la ley y al gobierno, pero se legitima con sus acciones. Eso no ha cambiado entre el 11 de julio y hoy: la crítica social no tiene espacio legal, el Estado ni siquiera reconoce el derecho al disenso de facto. La respuesta no fue solo apresar, poner en paradero desconocido por varios días, violentar y encarcelar a quienes estaban en las protestas —participaran o no—, también acosar a periodistas e intelectuales cuya oposición al gobierno es conocida —por ejemplo, sitiar las casas de María Matienzo y Kirenia Yalit Nuñez Perez, entre otras denuncias.  

Tras las protestas y las disímiles reacciones a ellas son muy necesarias una prensa y una intelectualidad que insistan en el valor del diálogo como recurso para conjurar la violencia política y civil. Creo que la normalización del civismo, el reconocimiento de la soberanía popular y de la diversidad de la sociedad cubana son imprescindibles. En la situación actual, los activismos ciudadanos podrían convertirse en el espacio de base para la sociedad que yo deseo, una donde todos los derechos humanos sean reconocidos, legislados, y accesibles para toda la ciudadanía. De ese modo, quienes nos enfocamos en la defensa de los derechos de la comunidad LGTBQ+ podríamos ampliar nuestro trabajo y establecer alianzas con otros grupos. No veo perspectivas cercanas de eso, pero dicen que imaginar ayuda a fundar.

¿Cómo ves el estado actual de la discusión sobre la futura regulación del matrimonio igualitario y sus posibilidades?

Son dos cosas: una la legislación inclusiva y otra que el gobierno cubano se comprometa de verdad con los derechos humanos.

El matrimonio igualitario es solo la primera meta simbólica de una agenda mucho más amplia para lograr la protección legal de la comunidad LGBTQ+. Lo que queremos no es —solamente— el derecho a casarnos, sino que el Estado nos reconozca y proteja, que defienda nuestro derecho a tener vidas libres de violencia y discriminación, con acceso al trabajo, a la salud, a la educación. Por eso, activistas de todos los espectros políticos reclamamos que no urge una ley, sino un paquete: Código de las Familias Inclusivo, Ley de Identidad de Género, Ley de Violencia de Género, Ley contra las Discriminaciones, Ley de Cupo Laboral y Ley de Registro Civil son algunos de los marcos legales necesarios para que tengamos garantías en el ejercicio de nuestra ciudadanía sin distinciones de género, orientación sexual o identidad de género.

Todo esto deriva de la comprensión de los derechos humanos como un complejo interconectado. No es uno primero y otro después. Por eso es una vergüenza para un gobierno signatario de tantas convenciones de la ONU y que se autoidentifica como socialista siquiera considerar someter a referéndum el nuevo Código de las Familias. Los derechos humanos no se plebiscitan. Se reconocen, legislan y celebran. Chirrín chirrán.

Existe hoy un gran debate sobre el financiamiento extranjero de proyectos dirigidos a la subversión en Cuba ¿Cómo entender este fenómeno en el contexto político, económico y social cubano?

Pues no tiene nada de extraordinario: ¿Los yumas quieren “tumbar el comunismo”? Pues tienen que pagar por ello. Dentro de la lógica imperial el único problemita con el empeño en meter a Cuba “por el aro” es la ineficiencia del plan, que ya pasa de 60 años y nada.

¿La gente que recibe plata por eso? Ya la cosa entra en complejidades éticas reales. La participación política no debería ser condicionada al pago de dineros externos, muy cierto. Pero la gente tiene que comer, y hablar de los errores del gobierno en Cuba tiene el inesperado y extraño efecto de dejarte a menudo sin trabajo. Es una situación circular. El ciclo solo se rompería si el gobierno dejara de criminalizar y acosar a quienes ejercen su derecho al disenso. Se sabe que yo no comulgo con esas ideas, pero es muy hipócrita denunciar por “traición a la patria” o “mercenarismo” a personas que aislaste hasta que su único recurso fue aceptar ese dinero para poder decir lo que siempre pensaron.

Parecería que el discurso periodístico ha sustituido, en alguna medida, los procesos jurídicos en el caso de acusaciones sobre vínculos de personas o entidades con proyectos de subversión y “cambio de régimen” contra Cuba. ¿Qué opinión tiene sobre este problema?

Eso en las asambleas del Ministerio de Cultura (MINCULT) lo habríamos llamado “intrusismo profesional”, creo que hay sanciones previstas en la ley. La prensa tiene su papel y el Ministerio de Justicia (MINJUS) el suyo.

Pausa: el Artículo cinco de la Constitución define al PCC como martiano, fidelista, marxista y leninista, pero su prensa no se parece en nada a la de Martí, Marx o Lenin. Curioso ¿no?

La actuación del periodista Humberto López y su entorno revelando datos personales en la TV conecta con lo peor del periodismo en cualquier lugar del mundo, y refuerza un estado de vulnerabilidad ciudadana en el cual el ejercicio de la crítica social es constantemente criminalizado. Al mismo tiempo, que sea el Sistema Informativo de la TV nacional quien lleva adelante estos linchamientos mediáticos, en lugar de comentar sobre procesos legales llevados por el MINJUS, revela la incapacidad del gobierno cubano para enfrentar el disenso social. Esas denuncias se hacen en TV porque nunca serían pruebas aceptables en los tribunales que le pertenecen al mismo Estado. Quien sea que “mueve esos hilos” no tiene más que miedo a la diferencia que contiene la sociedad que tiene frente a sus ojos.

¿Cuáles cree que sean los desafíos más complejos para el socialismo cubano en este momento?

Erosión de la legitimidad y secuestro de significados.

La erosión se debe al agotamiento de las fórmulas de gestión gubernamentales, que dejaron de responder al control popular hace tiempo. El Comité Central y el Departamento Ideológico del PCC pretenden sustituir con consignas y acusaciones las respuestas que le deben al pueblo sobre su pésima gestión económica. Pero —la evidencia está en el 11 de julio— el nivel de precariedad en que vive una parte significativa de la población que es víctima del bloqueo, de la pandemia y de la Tarea Ordenamiento les lleva a la desesperación, a la rebelión. Es casi como leer la descripción de “situación revolucionaria” de un manual soviético.

Para mí, y para otras personas que promueven también el anticapitalismo, la situación sería ideal para dar un viraje hacia la izquierda, sino fuera porque el secuestro de significados por parte del PCC y de la derecha hacen muy difícil articular un discurso emancipador y honesto. Conceptos como control ciudadano, derechos humanos, libertad de expresión, cooperativas, libertad de asociación, elecciones, Constitución, han sido vaciados de significado por la retórica partidaria y la propaganda capitalista, que conviven en los medios de modo paradójico y elocuente. No podemos seguir adelante como sociedad sin un lenguaje que articule en común las causas por la justicia.

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