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Dictadura 1957: la historia puede repetirse

Aunque las imágenes de los últimos días evoquen a la dictadura de 1957, la situación en Cuba no es justificación para una intervención militar como la clase política en Miami pide. Nunca he apoyado ni apoyaré la intervención política ni militar en los asuntos de los cubanos. Varios hemos trabajado mucho en Washington para lograr eso: que se levante el bloqueo, que en la política exterior de Estados Unidos hacia Cuba prime el respeto a los derechos humanos y que la isla deje de ser demagogia para el consumo de la política doméstica en la Florida.

Hemos visto mucho de eso en estos días. En los últimos 100 años, la historia ha demostrado que una intervención extranjera, del país que sea, no es la varita mágica que muchos piensan o aspiran y la carne de cañón siempre serán civiles, inocentes y los pobres de esta tierra.

Dicho esto, ya hay un fallecido en las protestas. Lamentablemente, es posible que haya más. Ha sido una irresponsabilidad política y cobardía dar una orden de combate en televisión nacional cuando el pueblo clama ser escuchado. Ha sido una irresponsabilidad política y cobardía movilizar jóvenes del servicio militar con palos para acallar a un pueblo que pide ser escuchado. Ha sido una irresponsabilidad política y cobardía ignorar los muchos vídeos de agentes uniformados disparando en las calles para acallar a un pueblo que pide ser escuchado. Estoy seguro de que quien dio la orden de combate no tiene a su familia clamando ser escuchada.

Creo en el diálogo, es la mejor manera para solucionar los problemas, cualquiera que sea. Por muchos años se ha ignorado, se ha marginalizado, se ha manipulado y se han minimizado los múltiples clamores desde distintos sectores sociales por cambios. El más reciente fue el reclamo de los artistas el 27 de noviembre. Muchos intelectuales han señalado problemas y propuesto soluciones.

Los torquemadas de la doctrina ortodoxa han mandado a la hoguera ideológica a los que llamamos al diálogo y señalado un proyecto de país más amplio y diverso. Un país con todos y para el bien de todos, donde la Ley Primera de la República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre. Hace muchos años que esto se ha olvidado imponiendo decisiones arbitrarias sin el consenso necesario.

Lo ocurrido el domingo ha sido la crónica de una protesta anunciada. En estos días, en medio de un apagón comunicacional se ha violentado impunemente la joven constitución. El Estado Socialista de Derecho no puede estar sancionado por desapariciones, aún cuando sean por unos días. En el 2019, cuando fue aprobada la Constitución, le desee mejor suerte que a la anterior.

La palabra centrismo se ha utilizado como sinónimo de traición a la Patria.

A mí, un panfletero oportunista con la aquiescencia del Departamento Ideológico del Comité Central públicamente me comparó con Luis Posada Carriles. Al escribir esto, lloro al recordar cómo mi profesora hizo deshacerse en lágrimas a un aula entera de quinceañeros hablando de sus otros alumnos asesinados por una bomba un 6 de octubre de 1976 en pleno vuelo. Fidel Castro días después dijo que cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla.

Hay que reconocer que el terrorismo usado contra Cuba ha sido real e inmoral. Hay que reconocer que lanzar desesperados al mar como instrumento de presión política al poderoso vecino del norte ha sido real e inmoral. También hay que reconocer que provocar la división física y emocional de las familias ha sido real e inmoral. En Cuba hemos visto por años a un pueblo llorar, en especial las madres. El domingo vimos a la injusticia temblar.

No olvidaré jamás que, de niño, vi a mi padre llorar cuando su hijo le pidió un jugo en una tienda en divisas. El niño en ese momento no entendía, y decía “papi, ¿por qué lloras si lo único que te pido es un jugo?” Cosas que uno sólo entiende de adulto. Luego tuvimos mejor posición económica. Privilegios que no estaban disponibles para el vecino de al frente o de al lado. Cuando era estudiante, tuve acceso a personas con tantos o más privilegios que yo.

Muchas veces, los privilegios venían como resultado de una posición política. Así, vi mucha soberbia, vi mucha doble moral, vi a gente con muchos privilegios producto de esas posiciones políticas olvidar que eran minoría, que esos privilegios no estaban disponibles para todos. Reconozco que también muchas veces lo olvidé.

Tener salud y educación no son privilegios, son derechos. Si esos derechos se sacan en cara ante cualquier reclamo, dejan de ser derechos para convertirse en material de cambio. Lo que ha ocurrido estos días son consecuencias de la soberbia y las ansias de poder, de olvidar que los privilegios de unos pocos no están al alcance de una mayoría. Una amiga me enseñó que si en una discusión defendemos el status quo entonces somos parte del problema. Dar una orden de combate contra el pueblo es ser parte del problema.

Es muy fácil decidir sin prisas cambios que son necesarios y reclamados urgentemente cuando se tienen esos privilegios.

Cuando no se pasa hambre ni se sufre ante la falta de oportunidades por un futuro mejor, sobre todo el futuro de los hijos y nietos. Cuando no hay necesidad de responder a un “¿cómo estás?” con un “ahí, luchando.” Eso es algo que los que hemos tenido privilegios a veces olvidamos.

La pasión nunca es buena consejera, y en política mucho menos. En la alocución del domingo, habló el Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba. Así era como lo anunciaba el cartel de presentación escogido que tenía impreso delante. El domingo quedó claro que habló solamente para los militantes del Partido, alrededor de 700.000. Ese día no habló el presidente de la República para los más de 11 millones de cubanos. Si alguien actúa primero como Primer Secretario de un partido político que como presidente, entonces no debe ser presidente de todos los cubanos.

Una señal positiva sería una disculpa inequívoca del presidente. Dijo Fidel Castro que Revolución es no mentir jamás ni violar principios éticos. Desde el lunes hemos visto en modo de control de daños y justificar con malabares ante el pueblo y la opinión pública internacional los actos de represión. Usar selectivamente el concepto de Revolución no es revolucionario. Tampoco lo es la ausencia de autocríticas ni escudarse en las desigualdades sociales de Europa ni Estados Unidos que también tienen bastante.

Tiene mucha razón el profesor Michael Bustamante cuando dice que “clasificar a los manifestantes como ‘vulgares’ no se trata solo de elección de epítetos o de la acción de unos pocos en voltear los carros de policía. Es un lenguaje codificado clasista y racista que, en este caso, canaliza una mentalidad burguesa bajo el manto de la moral socialista.” Hay mucho racismo y clasismo en nuestros gobernantes.

Las comparaciones entre 1957 y el 2021 pueden parecer lejanas, dolorosas y chocantes. Los asesinatos de tantos jóvenes valientes no pueden haber sido en vano. Sabemos que la dictadura anterior tenía voluntad represiva y represores sedientos de revancha. Sabemos que la dictadura anterior no dudaba en soltar jaurías de uniformados hambrientos con rabia para amilanar las ansias del pueblo de escoger un futuro más digno e inclusivo. Es lo que he visto el domingo.

Algunos hablan de una fractura social. Si el pueblo sigue reclamando sus derechos civiles y políticos en las calles, temo que la respuesta uniformada que veremos será peor. Si las noticias y vídeos de abuso policial, de detenciones arbitrarias, de violentar los hogares con pistolas desenfundadas, de disparos a mansalva ante una protesta de ciudadanos que quieren ser escuchados son ignorados por las propias autoridades que han dado “la orden de combate” en cadena nacional, entonces las comparaciones pueden ser no tan lejanas.

La historia no puede ser letra muerta ni repetir consignas y frases mecánicamente sin análisis.

La historia tiene que verse críticamente. Tiene que ponernos molestos, incómodos. Esto que escribo sale del raciocinio, aunque acepto un poco de ímpetu al ver tanto abuso. El camino a una dictadura comienza siempre con unos pocos muertos, espero este no sea el caso. Un esposo abusador comienza con el primer golpe. Luego pide perdón, dice que fue obligado por la víctima. Habla también que no ocurrirá nuevamente e intenta convencer a la familia y vecinos con su mejor sonrisa. Sin embargo, el abuso ocurre de nuevo mientras la impunidad no termina. Es lo que hemos visto este domingo.

Por mucho tiempo ha existido la versión romántica del sacrificio en favor de la Patria. ¿Qué es la Patria? Desde pequeños aprendimos que el cubano más grande le dijo a su madre que el amor a la Patria no es el amor ridículo a la tierra, ni a la yerba que pisan nuestras plantas; es el odio invencible a quien la oprime, es el rencor eterno a quien la ataca. La Patria no es el Cabo de San Antonio ni la Punta de Maisí. La Patria es el ingeniero, el médico, pero también es el hambriento, el pobre, el desesperado.

La Patria son los “vulgares delincuentes” que han salido a protestar por un pan digno. Somos todos. Pedir sacrificios que no se sufren a la Patria, es oprimirla. Un líder que exige Patria o Muerte se confirma en la antítesis de sí mismo. No hay Patria con muerte, y la Patria bien vale la vida de un inocente. La Patria es de los comunistas y de los que no lo son. La Patria somos todos, indivisibles.

Las medidas excepcionales de ayer confirman la avaricia y arrogancia de nuestros gobernantes. El gobierno clama ante la opinión pública, con razón, que el bloqueo de los Estados Unidos hacia el pueblo de Cuba entorpece la compra de alimentos y medicinas. Bienes tan esenciales para la Patria no deberían estar sujeto a restricción alguna en nuestras fronteras. Cuando hace una semana en estas mismas páginas se propuso levantar las restricciones para la entrada de medicinas, protegidos del Departamento Ideológico del Comité Central calumniaron.

En un país sufrido y hambreado bajo la espada del memorándum de Lester Mallory y con la agricultura atrofiada, priorizar en una balanza el cobro de aranceles sobre un paquete de carne para tantas parejas de ancianos que dependen de sus hijas y nietos en el exterior, es opresión. Es doloroso ver cómo se lucra con las familias emigradas, aquellas que sudan en cualquier punto de este mundo para alimentar a los suyos, y de paso se les niega dignidad a quienes le esperan en el archipiélago.

Es doloroso ver a un burócrata obeso, que no necesita del sudor de sus emigrados, decidir quién puede abrazar en el caimán y cuantas libras de comida y medicinas entrar. Nos han dicho que todos somos iguales. Pero la realidad es que hay unos más iguales que otros.

He tenido oportunidad de dialogar distendidamente con diplomáticos norteamericanos participantes en el proceso de acercamiento con Cuba de la administración Obama. Algunos han regresado a la administración actual. Ellos, acostumbrados al ir y venir de inquilinos en la Casa Blanca, coinciden en lo insólito de ver la falta de celeridad de los funcionarios cubanos. Como si el tiempo no fuera un lujo.

Recuerdo en especial una anécdota de un alto funcionario estacionado en la embajada en La Habana y su diálogo con alguien que es hoy Viceprimer ministro de Cuba. El cubano se jactaba de que iba a restringir reuniones con empresarios estadounidenses ante la alta cantidad de solicitudes recibidas. El funcionario norteño le respondió que no olvidara que en menos de un año habría un nuevo presidente en ese momento desconocido en la Casa Blanca y que los capitalistas norteamericanos tienen un tiempo de atención demasiado corto. Memento mori.

En un país con tanta necesidad de inversión extranjera, donde ganar la atención del capital estadounidense es vital para nuestros intereses nacionales, la altanería es canallesca.

Para más inri, es doloroso ver cómo la semana pasada en la televisión guantanamera una funcionaria provincial admitió que, en plena pandemia, había sólo una ambulancia para toda la provincia. El domingo vimos más camiones listos para golpear que ambulancias listas para sanar. La falta de ambulancias no es exclusiva del último año y priorizar la compra de técnica antimotines sobre ambulancias y camillas, es también tiranizar.

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