
A 190 años de la partida de Goethe
Si bien Wolfgang Johan Goethe (Francfort del Meno, 1749-Weimar, 1832) sobresalió en múltiples facetas culturales, pues desplegó su talento en la literatura, el teatro, la pintura, la música, la crítica, la jurisprudencia, la filosofía, la física y otras áreas del saber, hubiese bastado su novela Los sufrimientos del joven Werther (1774), o su drama lírico Fausto (1808, 1831), para situarse, como lo hizo en plena juventud, entre los grandes de la literatura mundial.
Formado dentro de la ilustración germana y europea, hacia los años 70 del siglo XVIII, Goethe inicia la ruptura de los cánones neoclásicos para introducir los aires renovadores de una nueva tendencia artística y social: el Romanticismo, movimiento cuyas propuestas ideoestéticas revolucionarían las artes, la conducta y la sensibilidad humanas. Aunque siempre existió lo romántico, solo desde los últimos lustros del siglo XVIII y primeros del XIX ese sentir deviene conciencia, actos, sentimientos, rebeldía y un modo único de amar a la mujer (o al hombre) y la naturaleza; esta última ya no será la descripción racional del entorno, sino la pintura encendida del paisaje, el cual mostrará en sus cromos los estremecimientos del alma de los poetas, los conflictos de los héroes y heroínas de las novelas y dramas.
Goethe era un ser dividido, pero, sin duda, uno de los fundadores del movimiento que halla en la Revolución francesa su obra suprema. Se erige en figura cimera del sturm und drang (tormenta e ímpetu), movimiento juvenil que inicia en Alemania el Romanticismo y que traduce el impulso espiritual contra la razón fría y el esquematismo del neoclasicismo.
Aunque de orígenes remotos, el drama Fausto es de suma importancia en la escena mundial, porque anuda, bajo el aliento romántico (y residuos neoclásicos), un grupo de temas que giran alrededor del dilema central: la posición del hombre ante el camino del bien o del mal. La obra es inspiradora, mueve al lector o espectador a profundas reflexiones éticas, filosóficas y sociales. De ella dijo José Martí: «Fausto es, a mi juicio, la mejor obra del hombre después de Prometeo».
Qué no decir de Los sufrimientos del joven Werther. Esta breve y bellísima novela de un amor no correspondido (al menos no como pensaba Werther) resultó un verdadero boom internacional tras su publicación, en 1774, y un suceso social inusitado, ya que imitando el trágico final del protagonista, varias personas siguieron sus pasos en Europa. Como ficción, Los sufrimientos… fue pionera del Romanticismo europeo, de la imagen de ciertos héroes (o antihéroes) de esta estética y de la pasión amorosa desmedida que se impondría en muchos relatos a partir de entonces.
La novela es una ficción epistolar, muy amena y curiosa. Se compone solo de las cartas y confesiones de Werther a su amigo Wilhelm siguiendo una progresión temporal, pero a veces saltando varios días: «24 de noviembre. // Ella siente lo que padezco. Hoy su mirada me atravesó profundamente el corazón. La encontré sola: no dije nada y ella me miró». La ausencia de las misivas de Wilhelm no impiden que sigamos atentos el conflicto, lo que él piensa sobre las ideas de su amigo ni el cariz que va tomando el destino del protagonista: «Te agradezco, Wilhelm, tu cordial comprensión y tu consejo bienintencionado, y te ruego que estés tranquilo. Déjame desahogarme (…)».
Esta estrategia literaria no solo le imprime al texto el carácter de contarse entre los iniciadores de esa modalidad narrativa en el Romanticismo, sino de proyectarse, igualmente, hacia el futuro por la peculiar técnica empleada. Goethe fomenta la cultura. Tal como hace decenios avivaron nuestro saber, los jóvenes de hoy agradecerían con fervor poder dialogar con Werther y Fausto.