23/September/2023
HAVANA CLIMA

Nagasaki

Estados Unidos y su historia de crímenes de guerra (Parte I)

Foto: Archivo.A la luz de los 77 años del bombardeo nuclear en Hiroshima y Nagasaki.
Autorizado por el “honorable presidente” Harry Truman, a las 8:15 a.m. del 6 de agosto de 1945 un avión estadounidense lanzó sobre la población civil de la ciudad japonesa de Hiroshima una bomba de uranio con potencia explosiva de 16 kilotones, equivalente a 1 600 toneladas de dinamita. Acabó instantáneamente con la vida de unas 66 000 personas y causó luego la muerte de otros 140 000 seres humanos.
En sus cálculos criminales y geopolíticos no les bastó ese hecho de inmensa brutalidad, y tres días después, otra bomba nuclear, esta vez cargada de plutonio, fue lanzada sobre la ciudad de Nagasaki, destruyéndola y causando otras 70 000 muertes instantáneas.
A ellos hay que sumar otros centenares de miles de decesos por problemas de salud, lesiones y secuelas relacionados con las bombas y la radioactividad, de acuerdo con datos de la ONU. Murieron en las semanas y meses subsiguientes como resultado de las quemaduras, las radiaciones. Muchos más quedaron afectados como portadores de un gen propenso al cáncer, lo cual ha afectado a sus descendientes. Además, agua, aire y tierra se contaminaron con las secuelas radioactivas, enfermando por décadas a quienes bebieran o se alimentaran con productos de la zona. Los efectos secundarios permanecieron por años, y aún están presentes.
Aquellas acciones criminales, la decisión de lanzar ambas bombas, tuvo lugar cuando ya se había producido la rendición incondicional de la Alemania nazi, y se sabía que la URSS estaba por iniciar una poderosa ofensiva en el lejano oriente que ponía en jaque a los japoneses, quienes buscaban desesperadamente un camino hacia la rendición inevitable.
En marzo de 1945, los japoneses ya habían perdido cerca de medio millón de vidas. Los estadounidenses habían destruido parte de Tokio con sus bombas de napalm M69, con un saldo de alrededor de 80 000 muertos y un número similar de heridos.
“Las usamos –dijo justificativamente entonces Truman refiriéndose a ambas bombas nucleares– para acortar la agonía de la guerra, para salvar la vida de miles y miles de jóvenes estadounidenses…”. Por otra parte, el general Dwight Eisenhower años después hizo un dictamen distinto: “Los japoneses estaban listos para rendirse y no hacía falta golpearlos con esa cosa horrible”.
Según respetados expertos, el frío cálculo geopolítico y la principal razón de usar la bomba fueron para forzar a los líderes japoneses a que se rindieran antes de que los soviéticos entraran a la guerra en el oriente.
Ahora bien, ¿fue una anomalía aquella acción del Gobierno de Estados Unidos? ¿O ha sido más bien una regla la comisión de crímenes de guerra en el devenir histórico de esa potencia?
Muchos de esos crímenes son inducidos desde la distancia, generando la destrucción y el caos a miles de kilómetros de sus costas, a veces con zarpazos directos, pero crecientemente junto con sus supeditados “aliados” europeos o asiáticos o por mediación de estos. En buena medida, Estados Unidos logra y se beneficia de cierta impunidad, y del tratamiento hasta cierto punto indulgente y a veces cómplice de muchos de los medios de prensa.
Con la llamada y manipulada “guerra contra el terrorismo”, desde 2001 Estados Unidos generó un nuevo ciclo de muerte y de ganancias de la industria militar, y ha sobrepasado el número de víctimas de aquellos terribles bombardeos contra dos ciudades japonesas en 1945.
Los crímenes contra la población originaria
Todo empezó mucho antes. La violencia y la guerra son consustanciales al ser estadounidense. Las acciones violentas de los colonos, las guerras libradas por las tropas federales contra los indios nativos de Norteamérica, así como las repetidas fechorías y masacres contra los mismos durante la expulsión de sus tierras ancestrales hacia lejanos territorios del oeste, incluye, pero en cierto sentido sobrepasa, el concepto de crímenes de guerra.
Las matanzas e intentos de aniquilar a los nativos norteamericanos concuerdan plenamente con la definición de genocidio de las leyes internacionales vigentes.
Según los registros históricos y los informes de los medios, desde su fundación Estados Unidos ha privado sistemáticamente a los indígenas de sus derechos a la vida y los derechos políticos, económicos y culturales básicos a través de asesinatos, desplazamientos y asimilación forzada, en un intento de erradicar física y culturalmente ese pueblo, a esas etnias. Incluso hoy en día, los indios nativos aún enfrentan una grave crisis existencial.
Los sobrevivientes de las naciones indígenas derrotadas fueron internados en reservas, en terrenos áridos; les fueron arrebatados muchos de sus hijos y enviados a internados y casas de pensión, donde sus cabellos fueron cortados y sus lenguas y ceremonias fueron desterradas, en una especie de genocidio cultural. Durante décadas perduró la práctica de fragmentar muchas familias indias y entregar a sus hijos en adopción.
Ellos debieron vivir y presenciar una profunda transformación de su entorno: muchas de sus tierras fueron apropiadas por especuladores blancos; colonos y ganaderos que se asentaban a sangre y fuego despejaban sus cotos de caza, seguido por la ruda huella del progreso: terrenos cercados, carreteras, embalses, perforaciones mineras, ferrocarriles, tendidos eléctricos, nuevos poblados, campos petroleros, etc.
En las praderas del Medio Oeste, cientos de especies de pastos y bosques fueron reemplazadas por monocultivos de soya y maíz o dedicadas a construir embalses sin permiso de las tribus.
Las estadísticas revelan que, desde su independencia en 1776, el Gobierno de los EE. UU. lanzó más de 1 500 ataques contra las tribus autóctonas, masacrando a los indígenas, tomando sus tierras y cometiendo innumerables crímenes brutales. El 27 de marzo de 1814, unos 3 000 soldados atacaron a los indios creek en Horseshoe Bend, Territorio de Mississippi. Más de 800 guerreros y pobladores creek fueron masacrados.
Entre los crímenes más notorias también está la Masacre de Bear River en 1863, en Idaho, donde mataron a 350 integrantes de la “nación” Shoshone, o la del 29 de diciembre de 1890, cerca de WoundedKnee Creek, en Dakota del Sur.
Al inicio de la colonización en 1619, cerca de dos millones de nativos habitaban lo que hoy es el territorio estadounidense. En los tres siglos subsiguientes muchos perecieron no solo por patógenos y enfermedades, sino principalmente por la violencia de los colonos y las tropas federales para arrebatarles sus tierras y en la expansión hacia el oeste. Se calcula que hacia 1900 solo uno de cada diez nativos sobrevivían, menos de 240 000, luego de los brutales exterminios del siglo XIX. Por entonces primaba el lema de que solo los indios muertos son los indios buenos (Only dead Indians are good Indians).
Es bastante conocido que en la inmensa mayoría de las reservaciones la esperanza de vida está por debajo de muchos países del tercer mundo; los índices de pobreza y desempleo en las mismas suelen ser del 40% o más; prima el alcoholismo y la dependencia de la asistencia social; sufren altas tasas de mortalidad infantil y bajo peso al nacer, así como más bajos niveles de educación y menores lapsos de vida que los blancos.
La proyección imperial mediante la guerra
Desde su fundación en 1776 solo durante 17 años ese país no ha estado inmerso en conflictos armados. En buena parte de ellos ha sido evidente la recurrencia a la comisión de crímenes de guerra en el contexto de la pretensión de dominio global y del uso de la fuerza, particularmente en los dos últimos siglos.
La política exterior arrogante y agresiva, y la generación de tensiones bélicas no es coyuntural ni depende en lo fundamental de quién habite la Casa Blanca. En la misma se relega la diplomacia y lo multilateral para enfocarse en la intimidación y la fuerza.
Esta es acompañada por campañas de generación de terror, basadas en una muy alta tecnología militar, operaciones encubiertas, aviones no tripulados, la externalización de las labores de combate con el empleo masivo de mercenarios y ejércitos subalternos, y el uso de alrededor de 800 bases e instalaciones militares en el exterior en más de 130 países, desde muchas de las cuales, unidades de Fuerzas Especiales de EE.UU. efectúan acciones ‘quirúrgicas’ letales y cacerías humanas.
Es imposible recoger aquí la totalidad, ni siquiera el grueso de las situaciones, en las cuales Estados Unidos se ha visto involucrado y ha cometido despiadados crímenes de guerra, pero se puede afirmar sin dudas que ese país es el mayor perpetrador de tales horrendos abusos y aberraciones.
(Tomado de La Pupila Insomne)

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La esperanza de «los hibakusha»

Los días 6 y 9 de agosto de 1945 Estados Unidos lanzó, contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, las dos primeras y únicas bombas nucleares que se han empleado en el planeta.
La cifra de más de 200 000 muertos, como efecto directo de dichas acciones, se incrementó con el tiempo a más de 329 000, con otros miles de personas inicialmente heridas o mutiladas. Además, ambas ciudades fueron arrasadas y la tierra quemada a la distancia de hasta diez kilómetros.
Eso hizo el Gobierno de Estados Unidos de entonces, y poca o ninguna seguridad, tiene la humanidad, 77 años después de que semejantes atrocidades no vuelvan a ocurrir.
Quizá por ello tiene tanta importancia que las cinco potencias nucleares actuales –Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Gran Bretaña– hayan emitido una declaración, a principios de este año 2022, donde asumen la responsabilidad primordial de prevenir una guerra entre las naciones poseedoras de esos artefactos.
El documento advierte que una guerra nuclear «no debe librarse nunca» y que dichas  armas  –mientras existan– deben cumplir con los objetivos de la defensa, la disuasión de la agresión y la prevención de los conflictos bélicos.
Un elemento de suma prioridad tiene que ver con el compromiso de las partes firmantes de la declaración, de la importancia de cumplir los acuerdos bilaterales y multilaterales en materia de no proliferación nuclear, desarme y control de armamentos.
No obstante, recordemos que no pocas veces Estados Unidos, como potencia nuclear, se ha desentendido de esos acuerdos. Incluso, como ocurrió durante el gobierno de Donald Trump, tiró al cesto de la basura importantes documentos como el Acuerdo Nuclear con Irán y otros rubricados bilateralmente con Rusia, destinados al control y no proliferación nuclear.
Debe estar muy presente en la comunidad internacional, principalmente en sus gobiernos y dignatarios, los llamados de los sobrevivientes de aquella catástrofe, que, formando parte de un gran movimiento antinuclear, conocido como «los hibakusha», son conocedores en primera persona de los horrores vividos. Muchos tienen heridas por sanar y mutilaciones para siempre. Por eso se han pronunciado por poner fin a la proliferación y el uso de las armas nucleares.
Un ejemplo que aún hoy conmueve es el de aquella niña, de 11 años, Reiko Yamada, alumna de sexto grado en una escuela primaria de Hiroshima, quien, junto a sus compañeritos de clase, sintió al avión estadounidense Enola Gay, cuando soltó la primera bomba nuclear contra su ciudad natal. Aunque la distancia con el epicentro era de tres kilómetros, sintió cómo su espalda fue quemada por el calor emitido por el artefacto, mientras se dirigían al refugio cercano para su protección.
Reiko es una de las sobrevivientes de aquel acto criminal cometido por la potencia estadounidense. Para esta mujer, ahora con 88 años, su «esperanza mayor es la de que lleguemos a un mundo libre de armas nucleares».
No obstante, la realidad es otra y el peligro muy superior, desde todos los puntos de vista.
De acuerdo con datos del Instituto Internacional para la Paz, de Estocolmo, hoy existen 13 080 ojivas nucleares en nueve países, con tecnología y eficacia muy superiores a las de 1945.
Por países, estos artefactos se distribuyen entre Rusia, Estados Unidos, China, Francia y Reino Unido.
Otras naciones con este tipo de armas son Pakistán, India, Israel y República Popular Democrática de Corea.
Ojalá y el llamado de los sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki y sus descendientes de «salvar al mundo de aquellos horrores» se haga realidad algún día… y no sea tarde para la humanidad.

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Recuerda el Presidente de Cuba los efectos de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki

El primer secretario del Partido Comunista de Cuba y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, citó en su perfil de Twitter, una frase del Comandante en Jefe Fidel Castro sobre el lanzamiento, por parte de Estados Unidos de las bombas atómicas en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.
«No se puede estar jamás de acuerdo, en cualquier tipo de guerra, con hechos que sacrifiquen a civiles inocentes. Nadie podría justificar… las dos bombas atómicas que en acto de puro terrorismo contra ancianos, mujeres y niños, Estados Unidos hizo estallar sobre Hiroshima y Nagasaki», había dicho Fidel en su reflexión del 7 de mayo de 2007 titulada La tragedia que amenaza a nuestra especie.

#Fidel: “No se puede estar jamás de acuerdo, en cualquier tipo de guerra, con hechos que sacrifiquen a civiles inocentes. Nadie podría justificar… las 2 bombas atómicas que en acto de puro terrorismo contra ancianos, mujeres y niños EU hizo estallar sobre Hiroshima y Nagasaki”. pic.twitter.com/E39FmvRz5h
— Miguel Díaz-Canel Bermúdez (@DiazCanelB) August 9, 2021
El 6 de agosto de 1945, la ciudad  nipona de Hiroshima recibió una bomba de uranio que provocó la muerte de unas 140 000 personas. Tres días después, el 9 de agosto, fue arrojada sobre Nagasaki otra bomba nuclear de mayor poder, aunque debido a la topografía del terreno cobró una cifra inferior de víctimas, alrededor de 80 000, entre muertos y heridos.
Las generaciones posteriores de pobladores de esas urbes japonesas sufrieron, también, las secuelas de la radiactividad, y la aparición de enfermedades derivadas de esas explosiones. A partir de entonces, la carrera armamentista ha tenido un desarrollo descomunal, con Estados Unidos como líder.

Los abominables bombardeos atómicos contra Hiroshima y Nagasaki nos convocan a luchar sin tregua por un

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Tokio, démosle un chance a la paz

Como una muestra irrefutable de su decisión pacífica, Japón inició de manera adelantada el evento con un gesto en lo que ha llamado los Juegos de la Reconstrucción.
El partido femenino de softbol ganado, por las anfitrionas a las australianas 8 por 1, tuvo por merecido escenario la ciudad de Fukushima, la zona donde 11 años atrás golpeó el gran terremoto  que dejó a su paso miles de muertes y cuantiosos daños materiales. Japón, no olvida su historia, al igual que bellamente reconstruidas, siempre tiene presente los genocidios cometidos en Hiroshima y Nagasaki.
El ir y venir de atletas, el  anuncio de Neimar pudiera convertirse en el castigador de Alemania en el primer y próximo partido del fútbol nuevamente, al recodar que el 20 de agosto de 2016, en la disputa por la medalla de oro, en el estadio Maracaná, los derrotara marcándoles un gol de penalti, ya van dándole sabor de sana competencia al clásico.
Y entre otros destacados como el tenista serbio Novak Yokovic, la llegada Messi y Eto´o, la también argentina Paula Pareto, campeona olímpica en judo (60 kg) con quien tuvieron la deferencia los japoneses de invitarla a llegar como primera deportista de su país a la sede.
Mientras los atletas siguen arribando, se mantienen las cuestiones relacionadas con las distintas comidas a las que deben adaptarse, pese al interés de los organizadores por satisfacer todos los gustos.
En medio del fuerte rebrote de la pandemia, Japón también garantiza la seguridad en todas las áreas del evento. Han creado el ambiente propicio a pesar de que no tendrán públicos en las gradas, solo un sistema que lo imitará.
No es este el único rebrote de pandemia que soporta el mundo y en donde los Juegos Olímpicos reluce un mensaje de amistad, solidaridad y convivencia, independientemente de las creencias religiosas, políticas y sociales de los miles de jóvenes que se reunirán por dos semanas al margen de este mundo guerrerista y con tendencias hegemónicas.
A Cuba, en el peor momento de la pandemia, con su pueblo luchando contra las 243 medidas dejadas por Trump y mantenidas por Biden, 50 de ellas arreciando la escases de materiales para paliar la enfermedad, no pudieron frustrarle que nuestros 69 atletas compartan sus alegrías, sueños, victorias y lleven el mensaje de paz, armonía y amor entre todos, como símbolo de los millones de cubanos que, exaltados  y alegres por sus triunfos, probarán que aún en las peores condiciones se puede luchar por un mundo mejor.

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