Beatles, McCartney y la censura cubana
MIAMI, Estados Unidos.- Este va siendo un año pródigo en historias sobre los Beatles. La plataforma de streaming Hulu acaba de estrenar una extraordinaria serie, en seis partes, titulada “McCartney 3,2,1”; y el esperado documental de Peter Jackson “The Beatles: Get Back”, que no pudo ser presentado en la fecha prevista del año pandémico, ahora también será dado a conocer como serie en el canal de Disney durante los días 25, 26 y 27 de noviembre.
Por supuesto que los fanáticos cubanos ya están de plácemes, como lo he podido constatar en algunos posts de Facebook, donde preguntan sobre este diálogo excepcional de McCartney con el famoso productor musical americano Rick Rubin, quien se ha ocupado de importantes artistas y grabaciones en su exitosa carrera.
La serie, en total, suma tres horas. Los capítulos duran 30 minutos y se dice que fueron grabadas 15 horas durante todo el histórico proyecto.
El formato no pudiera ser más sencillo, McCartney conversa con Rubin en la semipenumbra de lo que parece ser un estudio de grabación. Justo en el centro, como monumento a la imaginería de los Beatles, cuando debían sobreponerse a las limitaciones técnicas de la época, la omnipresente consola de mezcla mediante cintas grabadas, donde el productor ha identificado las canciones con las cuales va a trabajar el diálogo mediante retazos de tape escritos a mano, a la vieja usanza.
Todas las conversaciones aparecen en blanco y negro filmadas con cámaras que hacen un círculo alrededor de ambas personalidades. También hay un piano que el Beatle utiliza para puntualizar curiosidades sobre algunas de las icónicas canciones. Las imágenes en color pertenecen a los recuerdos y a las anécdotas que son mencionadas.
Ahora mismo, quienes hacen posible el llamado “paquete” en Cuba, gracias al cual mis compatriotas se mantienen, a duras penas, al tanto de lo que acontece en el mundo audiovisual, deben estar buscando desesperadamente la manera de ofrecer el documental sobre McCartney, si no es que ya lo han distribuido.
Cualquier asunto Beatle en la isla adquiere visos extra artísticos que no solo atañen a la nostalgia de una generación, sino al hecho de que fueran prohibidos con saña en el empeño de la tiranía por mantener domesticada a la juventud de aquellos años sesenta y setenta, cuando el mundo andaba alterado con protestas, y el castrismo se manifestaba en la cúspide de su maldad, reprimiendo impunemente y exportando desestabilización.
Hay musicólogos desmemoriados que desmienten tal censura sin tomar en cuenta que nosotros, las víctimas, hemos dado fe en diversos medios de comunicación cómo sufrimos en carne propia tan absurdo desvarío y debimos escuchar y venerar, a escondidas, un grupo de la distante y ajena Liverpool, que nadie nos recomendó de manera mediática pero que tuvimos la capacidad generacional de identificar y celebrar como otros jóvenes del mundo que los disfrutaban en libertad.
“McCartney 3,2,1”, dirigido por el documentalista Zachary Heinzerling, es otro nirvana para los millones de seguidores de los Beatles entre los cuales figura ostensiblemente el propio entrevistador Rick Rubin, quien conduce el mágico encuentro con el deslumbramiento primigenio de alguien que ha tenido la suerte de conversar con Dios.
Paul McCartney responde cada curiosidad y tema con extraordinaria lucidez a sus 79 años. Cuando ambos trajinan las llaves de la consola para destacar elementos musicales y técnicos específicos que pueden ser el sonido del bajo que parece una tuba, alguna voz que desafinó, la batería de Ringo, qué los unió como grupo, según afirma el propio compositor de “Yesterday”, o el punteo que a George se le ocurrió para “Nowhere man”, entre otras variantes y genialidades, nos asomamos al universo, ciertamente asombroso donde surgió el cancionero más importante del pasado siglo y que, a todas luces, no ha sido desafiado en el presente.
Desde que me exilié en 1992 he tenido la fortuna de disfrutar cerca de una decena de conciertos de Paul McCartney, lo más cerca y auténtico que se pueda experimentar con respecto a los Beatles.
El genio siempre despliega sus extraordinarias virtudes de músico y showman en estas presentaciones multitudinarias, que se extienden por cerca de tres horas. Antológico es el recorrido que hace por sus composiciones sin parangón, desde los Beatles a su carrera en solitario.
Estas verdaderas fiestas del rock han redimido con creces uno de los tantos atropellos sufridos en la isla. Cada encuentro produce la rara sensación de triunfo en el orden personal, y congoja por aquellos amigos ya fallecidos o que siguen atrapados, sin esperanza, en el círculo vicioso de un país atormentado por incapaces y represivos censores.
“McCartney 3,2,1” contiene capítulos conocidos de la historia de los Beatles, pero también hay mucha revelación como cuando McCartney considera “Here, There and Everywhere” el momento que más lo honra como compositor.
Hay frases contenidas en el documental que ya son paradigmáticas: “He crecido como fan de los Beatles. Porque entonces era solo un Beatle”.
“En aquellos tiempos estaba trabajando con este tipo llamado John. Ahora miro hacia atrás y me doy cuenta de que estaba trabajando con John Lennon”.
Sobre su arte poético McCartney le confesó a Rubin: “Mozart dijo alguna vez que escribía las notas que se querían entre ellas. Y eso me gusta. Para mí, suena bien”.
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