LA HABANA, Cuba. – ¿Alguien puede decir que vio bailar a Fidel Castro? Sería difícil, y es que supongo que Fidel Castro debió ser un pésimo bailador, uno de esos a los que llamamos “patón” sin ningún recato. Fidel debió ser un patón consumado, un hombre incapaz de conseguir la más mínima coherencia en esos movimientos que intentamos reconocer en cada uno de los bailadores. Fidel debió ser el gran patón, el pésimo danzante, pero aun así he intentado imaginarlo enrolado en una rueda de casino.
Ya intenté algunas veces imaginarlo enrolado en una rumba de cajón, pero la posibilidad real del hecho me dejó sin aliento y casi muero de risa; sin embargo, en estos días he vuelto sobre lo mismo. Esta vez lo miré en una de esas locuras que nos dejó en herencia. Esta vez su desafuero resultó ser una rueda de casino en La Piragua habanera y en otros sitios del país. Multitudes de cubanos bailando casino en muy mal momento.
Y se hizo la rueda, y yo, insistente, supuse a Fidel en pareja y rodeado de bailadores. Imaginé a Fidel en una de esas ruedas de casino, en la más grande y con el único predicamento de ser uno de ellos, un bailador idéntico a los otros. Y todos fueron Fidel, aquel Fidel de Ubre Blanca, el Fidel del Cordón de La Habana, el de los más grandes disparates cubanos, eso y nada más.
Y no sería esta la primera vez que imagino a un Fidel danzante, y siempre lo mismo, siempre la posibilidad real del hecho, más bien del desastre, me golpea la cara y me tira al suelo… Y es que debe ser difícil suponer los movimientos de un hombre que de seguro no sabría cómo mover con ritmo esos pies enfundados en sus trágicas botas y en el rol del “primer danzante”, “el gran solista”, “el único bailarín”.
Al parecer, al que nació en Birán, no le fue dado el don del movimiento grácil y gracioso, esos movimientos que son imprescindibles en un conjunto de bailadores. Fidel, si es que bailó alguna vez, debió hacerlo solo. Fidel nunca debió permitirse esa soltura, ese sabroso descoyuntamiento que precisan los bailarines mejores. A Fidel le gustaba gobernar solo, y quizá hasta bailó solo, y es posible que bailara solo y a escondidas, pero jamás en pareja, nunca delante de un testigo, jamás ante los ojos de esas multitudes que acostumbraban a vitorearlo. Y es que Fidel no tenía esa soltura, ese sabroso descoyuntamiento que precisan los mejores bailarines.
Fidel Castro no se habría permitido hacer, al menos conscientemente, el ridículo. Si alguna danza le hubiera venido co