LA HABANA, Cuba. – “Entran a tu perfil de Facebook y te estudian bien, buscan quiénes son tus amigos, agarran una foto de una amiga, una prima, una tía y la ponen en el WhatsApp para hacerse pasar por cualquiera de ellos, y entonces a pescar. Siempre está la que cae, porque la mayoría son mujeres”, así describe la “operación” cierto joven que, por haber hecho algunas como “juego de muchachos” más que como práctica habitual —según confiesa— conoce muy bien el asunto de las estafas de dinero por transferencia de una tarjeta de débito a otra.
Se trata de un delito que por estos días está cobrando fuerza por la situación de crisis económica agudizada, unida a la casi nula importancia que las fuerzas policiales atribuyen a estas fechorías (en comparación con la ola de violencia que azota en las calles), así como a la poca capacidad de la Policía para investigar en profundidad crímenes que involucran el uso de tecnologías y el robo de identidad, por elementales que sean estas.
A lo anterior se une, además, la obligatoriedad de acudir al mercado informal cuando bancos y comercios estatales carecen de efectivo y, para empeorar la situación, no cuentan con una infraestructura actualizada ni para sus operaciones habituales, básicas cara a cara ni para su apresurada política de “cero efectivo” en un contexto tecnológico precario.
“Las vulnerabilidades comienzan con aplicaciones como Transfermóvil (desarrollada por ETECSA, única empresa de telecomunicaciones en la Isla) y EnZona (desarrollada por XETID, una empresa de las Fuerzas Armadas) que usan los sms para el intercambio de información banco-cliente, y que basta con ver quiénes son sus desarrolladores para estar erizados”, advierte el informático Osmany Alonso. “A eso se une la facilidad con que los cubanos regalamos nuestra información privada, personal, a cualquier desconocido que nos la solicita. (…) Nos acostumbraron desde la escuela, en el barrio, a que no hay nada privado (…). Le damos el carnet de identidad así de fácil al tipo del guardabolsos de la tienda, le damos la clave del teléfono a ETECSA, al que arregla celulares para que instale una apk o para que revise cualquier problema, nos dejamos fotografiar la tarjeta del banco y hasta mandamos fotos para ahorrarnos teclear los números, sin hablar del ‘cubaneo’, ese defecto nuestro de pensar que el vecino, la bodeguera y el amiguito de Facebook son familia”, concluye quien desde hace un par de meses administra una página en Facebook dedicada a denunciar a estafadores.
“La hice cuando le estafaron 200.000 pesos a un tío mío; fuimos a la Policía y no pasó nada”, afirma Osmany. “Al contrario, empezaron a preguntarle cosas como si él tuviera la culpa de haber sido estafado, incluso de dónde había sacado tanto dinero, cosas así (…). Empezamos a hacer publicaciones y vi que había mucha gente comentando de sus casos, entonces abrí la página”.
Más de una veintena de estafas son denunciadas a diario tan solo en el grupo de Alonso, pero ya son más de una decena las páginas que existen en Facebook dedicadas a este tipo de robos en Cuba, lo cual habla del modo descontrolado como se extiende el fenómeno pero también de la situación de desprotección en que se encuentran esos y esas a quienes apenas les queda intentar resolver sus casos recabando información por su cuenta y denunciando públicamente a los malhechores.
A diferencia de otros tipos de estafas donde se habla de grandes sumas de dinero, por ejemplo cuando se simula la venta de un servicio o mercancía (como la venta de visados y pasajes al exterior, aprovechando la desesperación de algunos en medio de la oleada migratoria), estas en la mayoría de los casos apelan al robo de pequeñas cantidades de MLC (moneda libremente convertible) o de pesos cubanos para no alarmar demasiado a la víctima ni para que la Policía decida prestarle atención.
“No es lo mismo que una supuesta amiga o prima te pida 20 o 50 MLC, a que te diga por WhatsApp que le vendas o prestes 1.000 o 2.000”, explica Raymond, otro joven que afirma haber timado a algunos de sus amigos de preuniversitario de una forma similar. “Casi nadie te vende 200 o 1.000 dólares por transferencia, eso se hace presencial, pero por menos de eso han caído un montón”, asegura el joven entre risas. “He visto casos en que el punto [la víctima] es alguien que publica [en redes sociales] la venta de MLC o dólares por transferencia sin ocultar su [verdadero] perfil. Entonces ya ahí se presta para que el estafador se haga pasar por un familiar. De esos [casos] hay dos o tres todos los días. La gente no aprende”.
Facebook, WhatsApp y demás redes sociales usadas por cubanos y cubanas están abarrotadas de este tipo de denuncias, que se unen a otras sobre robos, asaltos, feminicidios y demás muertes violentas, lo cual describe un contexto bastante complejo, virulento, que supera por mucho a aquel de hace apenas una década atrás cuando alguna que otra pandilla de maleantes se ponía “de moda” causando terror solo entre grupos rivales.
Ahora la violencia trasciende el barrio, la tribu, pareciéndose más a un enfrentamiento de todos contra todos en medio de una política de “sálvese el que pueda”, proveniente de un régimen al que, por sus constantes paquetazos económicos, muchos en la Isla identifican como al más grande estafador, con lo cual quizás se pretenda justificar cuanto de malo gravita alrededor.
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