Mientras el poder totalitario en Cuba se sostiene en una estructura de represión y privilegios, la verdadera transición hacia la democracia solo será posible cuando los ciudadanos rompan con la servidumbre voluntaria.
PUERTO PADRE, Cuba.- “En Cuba no habrá una transición del totalitarismo hacia la democracia ―ni en lo que respecta a la represión de los derechos civiles― mientras los propios cubanos no se propongan esa transformación. Y ese giro comienza con una metamorfosis psíquica individual: anteponer los hechos a las narrativas de la historia oficial”, expresamos en “Cuba: la represión no ha cambiado”.
Nos referíamos en ese artículo a cómo los estándares socioeconómicos de la élite gobernante castrocomunista, ―supuestamente sin más medios de subsistencia que sus salarios― es semejante al modo de vida de las clases media o alta en cualquier país capitalista, y cómo son precisamente esas prebendas las que hacen inamovible a ese clan, sociológicamente retratado por un chiste popular, donde preguntan a un niño, “¿Pepito, para qué vas a estudiar?”, y el chico responde: “¡Para dirigente!”.
Pero, ¿acaso por tal avaricia política y económica no es posible la transición del totalitarismo a la democracia a través de la objeción de conciencia individual y la desobediencia civil colectiva?
Ciertamente, en un régimen totalitario comunista, el cambio de la dictadura a la democracia a través de la resistencia pacífica sólo es viable si previamente, o al unísono, se corta de cuajo, o, al menos, se poda todo lo posible el modus vivendi del grupo en el poder, clan que, marcadamente, ha convertido en servidumbre a toda la nación; sí, pero tal corte, total o mera poda de esa tribu dirigente según se hayan extendido sus raíces y sus ramas, no se completaría si la motosierra no pasara también por dentro de ese montón de gente sumisa, sostenedora de los poderes del Estado omnipresente, a quienes ya en 1849 Henry Thoreau llamó “el ejército permanente”.
En el ensayo “Desobediencia civil”, hace ya la friolera de 176