Por mucho que el telespectador se meta de cabeza en el vórtice de las tramas y sitúe como prioridad entretenerse, pasarla bien en el tiempo libre –aun cuando no hay por qué renunciar a la aspiración de hallar producciones que conjuguen entretenimiento con ganancias intelectuales y nuevos horizontes espirituales–, difícilmente pasen inadvertidas fórmulas y códigos que por su reiteración sacan de paso a cualquiera.
Del cine a la pequeña pantalla han emigrado acciones acuñadas como maneras únicas de mostrar rabia o impotencia: emprenderla a puñetazos contra paredes y puertas, tirar de manteles para arruinar vajillas y banquetes, arrojar sillas, jarrones u otro objeto al alcance de la mano. Y no es asunto que competa solo a personajes