Como casi todos los de su generación, suele reflejar partes importantes de su cotidianidad en las redes sociales; allí es frecuente encontrarlo rodeado de amigos, mostrando una sonrisa en su rostro.
Implicado en diversos proyectos y acciones del acontecer de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) en la casa de altos estudios Hermanos Saíz Montes de Oca; delgado y de frágil apariencia, parece estar más cerca de la infancia que de la adultez; sin embargo, se necesita mucha fuerza para dejar a un lado el dolor propio y sanar a extraños.
RECUERDOS IMBORRABLES
«Vivo en el kilómetro cuatro y medio de la carretera a Luis Lazo, por la entrada a Los Caneyes; antes de que pasara Ian amarramos las fibras del techo y pusimos sacos de arena, nosotros habíamos pasado otros ciclones en la casa, nunca pensamos que esto sería tan fuerte…».
Este joven que acababa de cumplir sus 22 años, recuerda que sobre la una de la madrugada comenzó a sentir que entraba una «frialdad» en su cuarto, eran las rachas de viento que habían levantado una fibra del techo, y así siguió por dos horas más, confiesa que se asustó y buscó refugio en la cama de sus padres.
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«Mi papá nos dijo: ‘si se zafa la primera fibra tenemos que meternos debajo de la cama y cuando pasó automáticamente lo hicimos, nosotros tres y la perra, que también queríamos protegerla».
Julio Emilio Morejón Pérez describe los sucesos con tal nitidez que no cuesta imaginar la angustia, miedo y desespero de esos cuerpos pegados al piso, añorantes de una calma que les permitiera ponerse a salvo, temerosos a cada instante de que las cosas pudieran ir a peor.
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