Con el título alcanzado en la recién finalizadas Serie Nacional de Béisbol los Alazanes se confirman como el mejor equipo de la última década en Cuba
Granma campeón de la 61 Serie Bacional de la pelota cubana. (Foto: ACN)
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Los Alazanes de Granma le pusieron otra vez nombre al título del béisbol cubano. De paso, se confirmaron como el mejor equipo de la última década al ganar su cuarto título en igual cantidad de finales en los últimos seis años.
Eso se escribe más fácil de lo que se logra. Mediáticamente, debía hablarse más de este conjunto, que, ya con refuerzos o con fuerzas propias, como ahora, ha logrado afincarse en lo más alto del béisbol nacional.
Por eso el oro de altos quilates que acaban de lograr tiene un notable valor en el “mercado beisbolero”. Primero porque lo alcanzaron en una remontada tan histórica como electrizante, algo que no todos los equipos han tenido la capacidad de hacer en 61 años de Series Nacionales. Recogen los anales que en 18 play off solo dos elencos habían materializado tal hazaña de ganar en los últimos dos partidos de una final: Santiago de Cuba en 1999 e Industriales en 2010.
A su flamante casa del estadio Mártires de Barbados llegaron los Alazanes contra la pared, obligados a ganar los dos partidos que faltaban, luego de que Matanzas les pusiera la finalísima 3-2. Y el galopar de los caballos orientales no pudo ser más sólido.
A fuerza de pitcheo y con las carreras fabricadas en el momento justo se impusieron. Se habla poco de ello, pero la hermeticidad de sus brazos eclipsó a la batería matancera al punto de silenciarla por 16 entradas sin anotaciones, con soberbias actuaciones de dos zurdos: Yunier Castillo, en el sexto partido y un Leandro Martínez, que se merecía ganar ese séptimo juego por haber dejado el brazo en el terreno tanto a lo largo de la temporada como en los play off. Sin más recursos que el coraje y el control, ambos, con ayuda de certeros cierres, demostraron que esas armas son suficientes para imponerse en esta pelota.
Mucho se ha hablado, con razón, de la controvertida decisión arbitral sobre la jugada en home que marcó la tercera carrera de los locales y que para muchos, entre quienes me incluyo, fue out. Mas ni siquiera esa certeza le quita un ápice de grandeza a la victoria granmense.
Por eso no creo que la posible equivocación arbitral cambiara el rumbo del partido. A la hora en que todo aconteció ya los locales iban delante por dos carreras con un cuadrangular de esos que suelen neutralizar al contrario, maniatado en toda la línea por un Leandro indescifrable, quien los limitó a cuatro hits en siete entradas.
Granma mostró aptitud, actitud y carácter para levantarse sobre obstáculos mayúsculos. Uno de ellos fueron las ausencias. Si bien se habla mucho, lógicamente, de las 18 bajas de Matanzas a lo largo de la temporada, hay que mencionar las del campeón, que no fueron tantas en número como en peso.
Quedarse de un año para otro sin Lázaro Blanco, quien se fue del país, fue como perder casi el 50 por ciento del staff y el caballo de batalla de los play off. No poder disponer de Roel y Raiko Santos y de Guillermo García, todos regulares y bateadores potentes y oportunos, fue como prescindir de casi la mitad de la alineación, mucho más en los play off donde estos han sido bujías.
Mas, quienes quedaron mostraron capacidad competitiva y sin grandes nombres hicieron la hombrada de la clasificación y se impusieron en el terreno.
Luego, en medio de la finalísima, llegó el revuelo que se armó cuando se informó la conformación del equipo Granma que asistirá al torneo holandés y que suplantó, injustamente, a jugadores propios por refuerzos de otros conjuntos. Entonces se especuló hasta el cansancio hasta dónde la decisión podría apagar los ánimos de los excluidos y embarrar de descontento al equipo.
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Pero los granmenses dieron una lección de dignidad deportiva y ego colectivo y no solo voltearon el play off, sino que lo hicieron de forma convincente. Lo merecía su público, ese que los recibió en la plaza bayamesa tras regresar de Matanzas contra la pared, ese que les repletó el estadio al resistero del sol cuando las sombrillas solas no pueden apagar su resplandor.
Granma es el gran campeón, el que salió a defender con los dientes la corona lograda la pasada campaña y pudo retenerla, el que desde que llegó a finales aprendió a jugarlas con sus propias armas, que son las de Carlos Martí, el flamante director que, estoico y humilde, aguanta todos los ataques, hasta el del anonimato, pero a quien nadie le puede negar la sapiencia y magia para llevar a su equipo a su cuarto título en igual cantidad de finales.
Para Matanzas, ovación cerrada por el subcampeonato tras superar el principal obstáculo de sus tantas ausencias, y por regalar una finalísima que cerró por todo lo alto la temporada. Solo que deberá encontrar la fórmula para descifrar el enigma granmense en tiempo de play off en los que le ha ganado cuatro veces en diferentes instancias.
Eso sí, la premiación pudo ser mejor organizada y tener mayor brillantez, no solo porque, sin justificación, dejó fuera la entrega del trofeo a los Gallos, ganadores del bronce, sino porque, desde mi modesta opinión, careció de lucidez en un play off que con tanto esplendor terminó.
Más allá de quienes se empecinan en verle a la pelota nuestra solo los descosidos, la Serie 61, que trajo de vuelta la afición a los estadios, no pudo tener mejor colofón: Granma y Matanzas regalaron un espectáculo a la altura de lo que hoy puede brindar nuestro béisbol en una finalísima que, de paso, echó por tierra más de un mito mediático: que los play off no son tales si no está Industriales o cualquier otro histórico o que solo los refuerzos llenan los estadios.
Demostró, además, que nuestra pelota aún es capaz de hacer vibrar a su gente y que sigue siendo esa pasión silvestre que le corre a los cubanos por las venas.