LA HABANA, Cuba. — Las incidencias derivadas de la invasión ordenada por el dictador ruso Vladímir Putin contra Ucrania reciben ahora una cobertura más limitada que en cuando ella comenzó el pasado febrero. Esto cae dentro del orden natural de las cosas: resulta difícil mantener un máximo nivel de atención a sucesos que se prolongan durante meses sin experimentar cambios dramáticos o sustanciales.
No hace falta escribir demasiado —creo— para hacer una caracterización condensada y veraz del conflicto: empantanamiento de la parte de Rusia; resistencia feroz de Ucrania con gran ayuda de Occidente. En el plano mundial, se consolida la condena claramente mayoritaria de la comunidad internacional, mientras unos pocos siguen brindando su apoyo —casi siempre vergonzante— al zarpazo asestado por el Kremlin.
Entre estos últimos figura en forma destacada el régimen castrista. Sí, aunque parezca increíble, los mismos comunistas caribeños que pretenden pintarse como enemigos a ultranza de las agresiones internacionales, continúan guardando silencio ante los crímenes perpetrados por Rusia. Y siguen repitiendo, como papagayos enloquecidos, la ridícula retórica moscovita, que llama “operación militar especial” a lo que es una vulgar agresión e invasión.
En las últimas horas, la actividad militar se concentra en Severodonetsk, punto estratégico de la cuenca del Dombás. Las tropas de Putin mantienen rodeada la ciudad, al tiempo que destruyeron el último puente que la comunicaba con el resto de Ucrania. Conforme a las informaciones más recientes, las fuerzas rusas han irrumpido en el centro de la urbe, de la cual ocupan la mayor parte.
En el ínterin, el gobierno de Estados Unidos acaba de anunciar la aprobación de un nuevo paquete de ayuda a la asediada Ucrania por el monto de 1 000 millones de dólares. Este cuantioso apoyo se suma al muy abundante que la superpotencia y sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) han suministrado ya a la víctima de la agresión putinesca.
Considero que la generosidad que hasta el momento ha mostrado Occidente representa un gran acierto de sus dirigentes. Si el actual inquilino del Kremlin moscovita se saliera con la suya en la actual guerra, lo único que cabría esperar serían nuevos zarpazos contra todos los países vecinos de Rusia cuyas políticas no sean del agrado de esta última. La masiva contribución occidental a la dura resistencia ucraniana representa una especie de seguro contra nuevas agresiones futuras. El cuantioso apoyo a Ucrania constituye la mejor inversión que Estados Unidos y sus aliados pueden hacer ahora mismo a su propia seguridad.
En el ínterin, el prominente opositor ruso Alexéi Navalny parece haber sido trasladado a la tristemente célebre cárcel IK-6, ubicada en Melejovo, provincia de Vladímir. Se trata de un centro represivo famoso por las torturas y abusos que en él se perpetran. También por las feroces reglas disciplinarias allí establecidas. Entre ellas descuella una de extrema crueldad: la obligación de los reos a permanecer parados en posición de atención durante horas seguidas.
Hay que decir que ese arbitrario traslado no surge en el vacío, se produce pocos días después que el líder opositor ruso calificara públicamente de “conflicto estúpido” la invasión a Ucrania. Y de haber afirmado: “Esta guerra se ha fundado en mentiras. Un orate ha metido sus garras en Ucrania y no sé lo que este ladrón loco pretende lograr con ello”.
Mientras estas valerosas palabras eran pronunciadas en una sala de audiencias de Rusia por un hombre que sólo podía esperar ser castigado por ellas de manera aún más brutal, no todas las otras declaraciones hechas por personalidades destacadas mostraban igual solidaridad con el atacado ni similar condena a su agresor. Como católico practicante, lamento verme obligado a reconocer que, entre estas últimas, se destacan las muy recientes del Papa Francisco.
El obispo de Roma afirmó que la guerra de Ucrania “tal vez fue provocada o no evitada”. O sea: aunque también aseguró que “sería simplista y erróneo” decir que está a favor de Putin, en esencia reproduce los pretextos esgrimidos por el dictador ruso para tratar de justificar el desencadenamiento de una guerra de agresión en pleno Siglo XXI.
El Santo Padre también mencionó su conversación con un Jefe de Estado al que describió como “un hombre sabio que habla poco”. Según su misterioso interlocutor, “los rusos son imperiales y no permiten que ninguna potencia extranjera se les acerque”. Esa interpretación simplista olvida un factor esencial: que corresponde a cada país soberano determinar libremente las líneas de su política exterior. En ese contexto, lo que pueden lamentar los ucranianos es haber padecido durante tantos años el gobierno de políticos prorrusos que no trazaron una senda clara de acercamiento a la Unión Europea y a la OTAN.
En esto se diferencian de los Países Bálticos —Estonia, Letonia y Lituania— que en 1940 aprendieron bien lo que es una invasión rusa. Mediante el Pacto Molotov-Ribbentrop, los dos grandes tiranos europeos (Hitler y Stalin) se repartieron el Viejo Continente. Los tres pequeños estados, que habían conocido una próspera vida independiente durante un par de decenios, quedaron en la zona asignada al soviético, que se los tragó en 1940.
Lo anterior explica que, tan pronto desapareció la URSS, estonios, letonios y lituanos, de manera unánime, reclamaran y obtuvieran su incorporación a la OTAN. De esa manera, el trío de repúblicas se curó en salud y eludió cualquier nuevo espasmo imperial ruso dirigido contra ellas. Para desgracia de los ucranianos, en el seno de su sociedad no resultó posible alcanzar un consenso similar al de los pequeños países bálticos. De ahí surge su actual tragedia.
Pero, más allá de declaraciones nada terminantes, como las del Papa, el hecho cierto es que la tenaz resistencia ucraniana ha asombrado al mundo. Esperemos que, con la ayuda del mundo libre, ella pueda mantenerse. El consiguiente empantanamiento de Putin, a su vez, podría dar paso a su remoción del poder y a la ansiada democratización de Rusia. ¡Ojalá!
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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