La nueva propuesta de Alto impacto, espacio a cargo del colega Jorge Legañoa, por Multivisión, comenzó a transcurrir el último domingo. Su título, Jack Ryan, alude al personaje principal, nacido para ser estrella de la comunidad de inteligencia de los gobiernos de Estados Unidos en su campaña por la hegemonía mundial. La serie fue una de las bazas de la plataforma Amazon Prime Video para disputar a Netflix, en 2018 el favor de las audiencias aficionadas al thriller, la acción, el suspenso y el juego de espías.
Desarrollada por Carlton Cuse (Perdidos, Motel Bates) y Graham Roland (Prison Break, y en el orden personal, con un expediente de seis años como ocupante de Iraq), y protagonizada por John Krasinski, a quien le toca lidiar profesionalmente con las sombras de los Ryan, previamente llevados al cine nada menos que por Alec Baldwin, Harrison Ford, Ben Affleck y Chris Pine, la serie se basa en la criatura más conocida del escritor Tom Clancy (1947-2013).
De la serie, a medida que avance, hablaremos en las próximas semanas, pero de Clancy lo haremos de inmediato, pues, aunque la producción audiovisual, de estreno entre nosotros, no versiona la saga narrativa del escritor, se inspira y refuerza la imagen del protagonista y despliega en toda la línea el conjunto de ideas políticas y éticas del autor y de sus más fervientes seguidores.
Clancy, estadounidense de origen irlandés, ejerció como agente de seguros, hasta que en 1984 debutó en el mundillo editorial con La caza del Octubre Rojo, novela que había comenzado a escribir dos años atrás a tono con el espíritu de la Guerra Fría. Colocó a Jack Ryan, personaje que resume todo lo que quiso ser el autor de haber sido aceptado en las fuerzas armadas de su país o en sus agencias de espionaje, en 17 novelas, de las cuales se han vendido más de 110 millones de ejemplares.
En sus novelas se transpira a flor de piel el culto al militarismo, al hegemonismo y al chovinismo. ¿Profundidad sicológica, complejidad en la construcción de personajes? Ni por asomo. De Jack Ryan al más pasajero de sus personajes se confirman arquetipos, buenos y malos, héroes y villanos, con Ryan como paradigma de la perfección: inteligente, osado, irresistible, demoledor. Clancy fue claro al explicar: «Si me entrego a la sicología, la intriga perderá fuerza».
Después del éxito de la novela inicial aseguró un mercado: el de la lectura fácil, el que alienta el entretenimiento desligado del más mínimo sentido crítico, el de un público que cree a pie juntillas en un modelo político, ideológico y económico, monolítico, sin fisuras. Los militares figuran entre sus fieles consumidores seguidos por los políticos conservadores. Anticomunista convicto y confeso, cuando cayó el muro de Berlín se adscribió a la nueva pauta de los círculos del poder de Washington contra todo lo que supuestamente amenazara la seguridad nacional y la hegemonía imperial.
Alguien alguna vez dijo con una cierta dosis de ironía: «Bienaventurados los best sellers porque algún día serán filmados». Clancy no solo confirmó la regla sino que la amplió a la zona de los videojuegos. Fundó la empresa Red Storm Entertainment, que hasta el momento ha suministrado al consorcio Ubisoft más de 70 productos disponibles para su uso en 28 plataformas.
Su estreno literario en tiempos de Ronald Reagan le vino como anillo al dedo. Reagan y Clancy parecían almas gemelas. El entonces inquilino de la Casa Blanca bebió palabra por palabra La caza del Octubre Rojo, a tal punto que, según reza un documento de la inteligencia británica desclasificado en 2016, cuando Reagan se dispuso a negociar –en 1986, con Mijail Gorbachov, en Islandia– limitaciones al armamento nuclear, confesó a la jefa del gobierno en Londres, Margaret Thatcher, que la mejor manera de entender la mentalidad del liderazgo soviético se tenía al leer la novela de Clancy.
Acerca de Reagan dijo Clancy en una entrevista concedida en 2003 al diario español El País: «Reagan funcionó para mí. Funcionó para mucha gente. Y también acabó con el comunismo».
El novelista no alcanzó a ver a Donald Trump en la Casa Blanca –quién sabe cómo conectarían– pero alcanzó a vivir para cuestionar a Barack Obama –«no votas por su piel, usted vota por su cerebro; da un gran discurso, lo concedo, pero ¿por qué arriesgará su vida?, ¿por qué matará? Él es un abogado, todo lo que hacen los abogados es llegar a acuerdos»– y a sentir nostalgia por Hitler.
El día después de que Obama asegurase la candidatura demócrata, Clancy confesó a la revista Foreign Policy: «Hitler era el político perfecto. Los políticos son generalmente personas que anhelan el poder y las personas que anhelan el poder tienden a no ser personas muy agradables». Y sin pensarlo mucho añadió: «Los demócratas, en general, son los nuevos marxistas».