LA HABANA, Cuba.- La prensa oficialista y sus acólitos andan diciendo que la directa de Amelia Calzadilla fue un show, que es imposible pasar hambre cuando se tienen lámparas “de lujo”, muebles “de la tienda”, uñas acrílicas y equipos de aire acondicionado. No vale la pena detenerse en analizar lo que gente sin escrúpulo considera “bienes de lujo”. Basta señalar que su opinión al respecto evidencia cuán miserables son desde el punto de vista espiritual —y posiblemente material—, y cuán conscientes están de la pobreza extrema en que se han sumido los hogares cubanos.
Lo que sí resulta imprescindible resaltar es que Amelia Calzadilla es una profesional; y el hecho de que los cibercombatientes consideren que para un profesional tener un split (o dos) es un lujo extraordinario, corrobora que el castrismo ha normalizado el empobrecimiento masivo y sistemático de la población. Los emisarios del PCC saben que detrás de cualquier comodidad en la mayoría de las casas cubanas está el trabajo duro de un emigrado, la explotación de técnicos y profesionales que se privan de casi todo durante las llamadas “misiones internacionalistas”, o los ahorros de padres y madres que van a parar al bolsillo de la “mula” que trajo desde Panamá el split, la lavadora o el microwave.
En algunos casos ese “lujo” proviene de madres que se levantan con las primeras luces del alba y parten a la caliente, a limpiar casas y coger turnos en colas; a comprar y revender lo que puedan —esquivando a la policía— para luego adquirir MLC en el mercado negro, a precios asesinos, y poder acceder a las tiendas en divisas para comprar el split menos caro, que les permitirá al menos un descanso de calidad.
No basta con el laberinto de calamidades que deben afrontar a diario. Ahora resulta que las madres cubanas no pueden quejarse ni denunciar si tienen electrodomésticos, uñas acrílicas o un techo firme sobre sus cabezas. Hay que vivir en un bajareque, cocinar con leña o keroseno y andar desgreñada para que el hartazgo suene convincente. Ya nadie recuerda, al parecer, que esa pobreza “creíble” es la de los barrios marginales que se lanzaron a las calles el 11 de julio de 2021, y que fue reprimida a golpes, encarcelada, silenciada.
A las madres cubanas, que soportan toda la violencia del socialismo impuesto a la cañona, solo les faltaba ser criticadas por querer lucir presentables en medio de tanta miseria. Sepan los odiadores que también en los solares las hay con uñas acrílicas y el techo de la casa a punto de caerles encima. Se ponen las uñas porque les da la gana, porque es su dinero y porque los cubanos, tan marcados por las vicisitudes, tenemos la firme certeza de que lo que no se va en lágrimas, se va en suspiros.
Esas mismas madres, que al PCC les parecen frívolas por cuidar su apariencia personal, guardan el pollo para sus hijos y se comen el picadillo inmundo que despachan en la carnicería. Esas madres, después de pasar el día entero “luchando”, vuelven a sus casas casi deshidratadas, con dolor en los riñones, las sienes zumbándoles y las venas de las piernas a punto de reventar; pero con dinero para seguir tirando mientras el cuerpo aguante.
Nadie puede criticarles que vayan a la peluquería, se hagan la manicura, o compren una cerveza Cristal bien fría en 200 pesos y se la beban acodadas sobre lo que queda del balcón que se derrumbó parcialmente hace meses, sin que al gobierno de La Habana le importara un carajo. Y no es que con la Cristal desaparezcan los problemas. De hecho, la disfrutan con roña, porque es absurdo pagar semejante suma por algo tan básico y de factura nacional, además.
Vergüenza debería darles a los dirigentes cubanos que una cerveza Cristal haya llegado a convertirse en el máximo anhelo de gente agobiada por las altas temperaturas, la sed y la horrible sensación de estar muerta en vida. Muy esporádicamente, madres que conozco se entregan a ese placer que las ayuda a sobrellevar la mierda de vida que les ha tocado, y nadie tiene derecho a reprochárselo; mucho menos quienes viven distantes de sus dramas.
Si quieren gastar su dinero en cervezas, uñas postizas o cable para entretenerse con la izquierda de Telemundo —más chic que la de Cubavisión—, están en su derecho. Lo que sea que necesiten para que el fastidio cotidiano no les provoque un infarto, una isquemia o un colapso nervioso. Porque si Cuba es un infierno para quienes gozan de facultades físicas y mentales plenas, debe ser la quintaesencia del martirio para quienes viven con limitaciones de salud.
A menudo veo a esas madres mordisquearse en silencio las uñas acrílicas, con la mirada extraviada en horizontes que desearía creer llenos de esperanza. Entonces sus ojos se encuentran con los míos y me dicen: “Esto está de pinga”, y yo, que no tengo hijos, solo puedo preguntarme qué haría en su lugar, con tanta presión encima y bajo la bota de un régimen que las tilda de “acaudaladas” por tener dos o tres trastos que solamente en Cuba pueden ser vistos como símbolos de un elevado poder adquisitivo.
El odio del castrismo por el pueblo cubano es infinito; pero también recíproco y lo saben. Se han conducido de modo asqueroso con una madre afligida. Los argumentos vertidos para desacreditar la denuncia de Amelia son, además de falsos y descontextualizados, crueles e irrespetuosos, como cabe esperar de un régimen machista y abusador. Sigan profundizando en la vileza. Están pisando terreno minado.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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