Entre los estrenos que la Televisión Cubana presentará este verano se encuentra el filme japonés Conduce mi carro (Ryusuke Hamaguchi, 2021), considerado por no pocos una obra maestra o al menos –permítase el agrego– a un paso de serlo.
El filme ha obtenido numerosos galardones internacionales y está basado en un relato homónimo de Haruki Murakami, una de las cumbres de la actual literatura japonesa. El Festival de Cannes de 2021 terminó por colocar en primeros planos a Hamaguchi, pues venía de ganar el Premio Especial del Jurado en el Festival de Berlín, con la no menos sorprendente La ruleta de la fortuna y la fantasía. Dos importantes premios, y el aplauso del público, además de excelencias provenientes de su obra anterior, permitieron asegurar que el japonés podía ser considerado un «cineasta de la palabra», ya que sus personajes suelen contarse ellos mismos historias propias y ajenas, como si el lenguaje, y los silencios que les dan respiro a las conversaciones cortas y precisas en las que el director se suele apoyar, fueran un vehículo fundamental para llegar a importantes consideraciones humanas.
Conduce mi carro tiene tres horas de duración con un prólogo de 45 minutos, tras el cual empezarán a aparecer los créditos. Un inicio en el que conoceremos a la pareja integrada por un exitoso director de teatro y televisión y su esposa, una intelectual imaginativa en sus relaciones sexuales, durante las cuales gusta contar extrañas historias que más tarde no recordará.
El prólogo enuncia el conflicto que se desatará en el segundo tiempo con la aparición de una joven que se le asignará como chofer al director, cuando este viaje a Hiroshima, a montar la obra de teatro con la que ha venido triunfando, El tío Vania, el clásico de Chejov, que será una constante en la trama y que le sirve a Hamaguchi para establecer no conexiones obvias con el presente, sino más bien para recrear la atmósfera chejoviana relacionada con las desilusiones, el hastío y las miserias humanas resaltantes en las existencias oscuras de sus personajes.
No hay pesimismo, aunque lo parezca, y la sinceridad que surgirá entre el teatrista y su joven chofer será reveladora cuando ambos comiencen a hablar de su pasado. Ya en esta segunda parte, la esposa de las revelaciones extrañas no estará, pero sí un joven actor que estuvo vinculado con ella.
Hamaguchi vuelve a demostrar que es un director de obsesiones tales como la falta de comunicación sincera que puede devorar el vínculo entre las parejas, y máxime cuando hay simulaciones de por medio. El filme es también una excusa para adentrarnos en la relación mágica que puede existir entre la vida y el arte que la transforma. Todo un recital sensitivo el de Hamaguchi, plagado de sutilezas elaboradas a partir del dolor por lo que ya no existe y los retos que se imponen los protagonistas para tratar de vencer esas pérdidas. Y una pregunta que nos pondrá contra la pared y cuya respuesta la ofrecerá la obra de Chejov: ¿Puede la felicidad de un amor que se conoció, se vivió, se disfrutó hasta lo sublime, compensar el vacío que deja la pérdida inevitable de ese amor? ¿Puede?