LA HABANA, Cuba.- La denuncia aún arde como pólvora encendida. Posiblemente ningún teléfono en Cuba quedó sin recibirla, pues no solo el video ha sido reenviado decenas de miles de veces, al igual que compartidas sus publicaciones en redes sociales, sino que ETECSA —tan eficaz en asuntos de represiones y censuras, aunque no en lo que debiera serlo como única proveedora de servicios de telecomunicaciones en la Isla— corrió a cortar el internet a la denunciante.
Y es que Amelia Calzadilla, cubana y madre de tres hijos, sencillamente explotó, traduciendo en palabras y a gritos de desesperación cuanto había callado hasta ese minuto.
Creo que no hay en Cuba alguien aún por escucharla de principio a fin, como tampoco puede haber quien pueda reprocharle algo ni acusarla de nada porque esa mujer ha dicho, más claro que ninguno de nosotros —escritores, periodistas, influencers, activistas y políticos de todas las tendencias y partidos— todo cuanto era necesario decir para que la gente reaccione, despierte y, al menos por unos minutos, aterrice esos pajaritos que nos revolotean en la cabeza, distrayéndonos de los asuntos que en realidad son vitales para terminar de una vez y por todas con nuestras pesadillas como nación secuestrada, silenciada, incluso (sin exagerar un ápice) en vías de extinción.
Amelia Calzadilla no “se volvió loca”, como han comentado por ahí algunos estúpidos y cobardes, simplemente dejó de morderse la lengua e hizo lo que debiéramos hacer todos frente a cualquier gobierno cuyo concepto de “gobernar” se reduzca a blindarse en el poder suprimiendo libertades generales e individuales, a fuerza de represión y chantajes, de burlas, criminalizando a quienes se le oponen o contradicen y —como malvada y contraproducente estrategia de control político— frustrando cualquier iniciativa de prosperidad y emprendimiento que, independiente de él, amenace con convertirse en una fuerza económica de importancia.
Lo dicho por Amelia Calzadilla, sin efectismos ni imágenes, sin elaboraciones, sin nada más que su rostro, nombre y apellido en directo desde su propia página de Facebook, ha tenido la difusión espontánea que tuvo porque, sin proponérselo, ha puesto voz a los personajes de “tragedia silente” en que nos hemos convertido no solo los hombres y mujeres que vivimos en Cuba, llamándole “prudencia” a lo que sabemos es puro miedo u oportunismo, sino también a quienes se han marchado pero han sabido llevarse la mordaza en el bolsillo, “por si las moscas”.
Porque la realidad que estamos sufriendo hoy en Cuba no tiene semejante en todo el orbe, y de haber un culpable, pudiéramos encontrarlo, sí, entre los que hemos quedado aquí —ya sea por voluntad o por fatalidad—, pero además en el actual poder que nos somete o en aquel que, a base de promesas sin cumplir, nos convirtió en sus esclavos, o en los que han decidido largarse antes que plantar cara, o después de plantarla y comprobar que el sacrificio no fue suficiente.
Pero tales pesquisas, después de tantos años haciéndolas sin que la respuesta nos sorprenda o nos conduzca a ningún lugar especial, no resuelven el problema más inmediato de nosotros los cubanos y cubanas que conocemos sobre esclavitud, encierros, desesperación, hartazgo, desilusión, desencanto, abandono y tantas cosas más que posiblemente hacen de Cuba el país más insoportable del planeta.
Ya todos estamos más que enterados, conscientes, de cuál es el verdadero origen de nuestros males, así como cuáles son las vías y métodos que no sirven para resolverlos sino apenas para contribuir a disfrazarlos de “cambios” o incluso para agudizarlos (como ha sucedido posterior a los reclamos de diálogo por parte de algunos sujetos de la llamada “nueva oposición”, a los que han respondido con mayor represión).
De modo que no basta con identificar a los culpables sino además denunciarlos, desenmascararlos, exponerlos, ridiculizarlos, emplazarlos y hacerlo directamente, sin intermediaciones, con perseverancia y, sobre todo, haciendo uso de todas esas herramientas de comunicación que gracias a Dios hoy tenemos a mano y con las cuáles no contábamos hace diez años atrás, pero también con las que no tenían en cuenta para sus planes perversos quienes pretenden una “continuidad” en virtud de los silenciamientos, las censuras, las criminalizaciones, los chantajes.
Ya nadie, ni en Cuba ni en el resto del mundo, necesita de viajar al Parlamento europeo ni a las Naciones Unidas para denunciar lo que sufre. Ya no estamos obligados a redactar una carta o formulario, con toda la formalidad, el tiempo y recursos que demanda, para que una organización de derechos humanos haga por nosotros lo que podemos hacer en este preciso instante sin demasiado protocolo. Ya no dependemos del valor de un periodista arriesgado ni de un súper medio de prensa para divulgar nuestra realidad de modo efectivo. Y la directa en Facebook de Amelia Calzadilla pudiera ser el mejor ejemplo de cómo, con solo denunciar desde la verdad, desde la vivencia personal, se pudiera ganar una guerra que parece perdida.
La directa de Amelia Calzadilla ha tenido más vistas y más reacciones de acompañamiento, de solidaridad, en todos las páginas que la replicaron en internet que cualquiera de las asambleas, reuniones, eventos, mesas de carácter internacional donde se han debatido los asuntos cubanos sobre libertades, democracia y derechos humanos y, posiblemente, hasta logre resultados más concretos en tanto ha servido de detonante para que otros hombres y mujeres le cuenten al mundo esas historias que nosotros los cubanos conocemos pero que no sirve de mucho narrarlas en tercera persona, desde tribuna ajena y desde la “prudencia” (personal o periodística), la “diplomacia”, el “tacto político”, que tanto mal sabor de boca nos dejan.
Porque nos han inculcado (y hemos aprendido muy a conveniencia de los culpables y cómplices) que es más “correcto políticamente” lo que mascullamos, “rumiamos”, murmuramos en la nulidad mediática de nuestros hogares, barrios y grupos de amigos que encarar al culpable. Hemos asumido con la cabeza gacha que las instituciones del Partido Comunista son el confesionario donde todo se resuelve con un acto de constricción, así el dolor, el malestar, la denuncia hay que expresarlos solo “en el lugar y momentos adecuados” cuando sabemos que no hay mejor momento y lugar que ese donde el mulo cae y ahí mismo se le dan los palos.
Con Amelia Calzadilla gritamos todos. Ella hizo lo que tenía que hacer y he ahí la repercusión que ha tenido, y la que pudiera tener. Ha hecho lo que pocos de nosotros habríamos podido por ella ni por sus hijos, que no se trata de conmover a quienes de sobra sabemos inconmovibles, ni para recibir palmadas en el hombro ni tormenta de likes en Facebook, ni tampoco de crear un GoFundMe para recaudar dinero y pagar las cuentas de esta madre desesperada, sino que simplemente estalló, “dio el berro”, denunció a viva voz su propio caso y desde su propio espacio personal, sin pedir ni la palabra ni el permiso a quienes no les corresponde otorgárselo, porque habló con todo el derecho que nos asiste como seres humanos del siglo XXI.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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