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«Cosas de negros, negocios de blancos»

Roberto Zurbano Torres: crítico cultural y militante antirracista

***

A.A.: Las innumerables investigaciones realizadas en Cuba sobre marginalidad, movilidad social, reproducción de la pobreza asociada al color de la piel señalan brechas e indicadores preocupantes. Desde tu condición de intelectual y activista afrocubano, que durante tres décadas ha estudiado las diferentes desarticulaciones, tensiones y dinámicas que atraviesan al campo cubano de las negritudes, me gustaría que conversáramos sobre estas problemáticas relacionada con la equidad y la justicia racial.

Te propongo comenzar por una pregunta que quizás debería ser la última. ¿Cómo están afectando a la población no blanca el fenómeno de la pandemia, las medidas de reordenamiento económico y el recrudecimiento del bloqueo estadounidense?

R.Z: La población no blanca, como la defines, ha sido muy afectada. Para decirlo con propiedad: ha empeorado su situación, no solo por las últimas inclemencias económico-sanitarias; sino por la falta de una mirada crítica y autocrítica del gobierno a la situación racial en Cuba y la incomprensión política de los sujetos. No olvides que antes era prohibido abordar el tema racial. Te castigaban o convertían en un muerto civil. Los ejemplos abundan, pero solo mencionaré a Walterio Carbonell.

Esa subestimación de lo racial generó una desatención que se naturalizó en la misma medida que era un tema peligroso para el debate público. Así se perdió el significado político de las cuestiones raciales y las subjetividades negras fueron lanzadas al pasado, al folklore y a un concepto de cultura vacío de complejidad y futuridad. Este proceso, que trato de resumir brevemente, provocó un tratamiento sub-diferenciado a la población no blanca, particularmente a esa mayoría escasa de recursos materiales.

Si lo ves fríamente, durante la pandemia la gente negra tuvo los mismos tratamientos médicos y vacunas que los demás, pero… no siempre pudieron quedarse en sus casas, ahora más hacinados que nunca, dependientes de un mercado informal o de salarios muy bajos. Quiero decir, luego que sales del hospital, ¿hacia dónde vas? Y ¿cuáles son las condiciones que encuentras allí?

¡Ah, pero tales condiciones no son culpa del caotizador reordenamiento ni del recrudecido bloqueo, porque surgieron muchísimo antes de la pandemia, generadas por la desatención gubernamental que, tras los sucesos del 11J, se trata de reducir en los llamados barrios vulnerables, cuya demografía indica una mayoría negra y mestiza.

Aun así, no pretendo obviar la pandemia, el reordenamiento ni el bloqueo, solo indicar que estos vienen a formar parte de un paisaje más antiguo y complejo, donde se reproduce la subestimación político-racial, la emigración interna y la creciente pobreza.

En ese contexto, la pandemia afectó más a esta población negra, por las desventajas que creó el desamparo durante tanto tiempo. Toda ayuda que llegue a estos barrios será bien recibida. Ojalá que el fundamento del apoyo no se limite a la cuestión material, sino que también ayude a transformar los sujetos e identidades, su estima y entorno sociocultural.

Negros

Walterio Carbonell

¿Consideras que los intelectuales, artistas, proyectos-grupos, activistas comunitarios, líderes y lideresas inscritos en el campo cubano de las negritudes han tomado conciencia de estas brechas de equidad y reproducción de la pobreza que afecta a la población negra, o se trata de una problemática no visibilizada lo suficiente? ¿Cuáles son los principales diagnósticos y demandas que aprecias en este sentido?

El activismo antirracista cubano adolece de una visión histórica sobre esfuerzos antirracistas anteriores. Bregamos con visiones unilaterales de poco calado y acciones que no articulan lo que realmente significa ser negro en un país heredero del esclavismo, el republicanismo y la actual crisis del socialismo. Vivimos en medio del Caribe, doblemente aislados, por el mar y por una cultura eurocéntrica, cuyo proceso de blanqueamiento aún se recicla impunemente, no solo en lo cultural y demográfico.

Es raro ver una familia negra que enseñe orgullo o conciencia racial a sus hijos. Eso produce un vacío en su identidad personal y social que afecta su autoestima y le obliga, constantemente, a integrarse a ese contexto eurocéntrico donde lo blanco y europeo está cada vez más sobrevalorado, poseen instituciones propias y promueven sus legados y sus conexiones actuales sin problemas. No es el caso de la historia social del negro en Cuba, cuyas instituciones han desafiado devaluaciones, acusaciones y hasta desaparición.

En los cabildos afrocubanos, sindicatos, partidos y sociedades negras, desde el siglo XVII hasta el largo siglo XX cubano, siempre hubo consciencia de la desigualdad y opresiones que afectaban la población negra. Nunca fue una problemática invisible. Ya en el siglo XIX una intelectualidad negra, en sus propias publicaciones periódicas, denuncia la desigualdad racial y propone resolverla de diversos modos.

En este siglo XXI han surgido varios proyectos antirracistas —sociales, religiosos, educativos, culturales, políticos, feministas, etc.— que expresan las demandas de un grupo social discriminado. Tal discriminación ha sido directa o sutil, consciente o inconsciente, visible o invisible; pero discriminación al fin. Nuestros políticos tardaron mucho en reconocer: primero, que existe racismo en Cuba. Segundo, que el antirracismo tiene un significado político e histórico en nuestras vidas y luchas sociales.

Y tercero, lo insuficiente del reconocimiento social y la participación de este grupo racial en los principales temas de la agenda nacional. Eso no se logra únicamente con la representación, sino con la participación y el respeto a los derechos, el conocimiento, legado, diálogo y consenso con dicho grupo social.

Mas, siendo autocríticos, tampoco hemos sido eficientes en hacer que se reconozcan nuestros aportes y nuestro rol como ciudadanos en el ejercicio de derechos. «Cosas de negros, negocios de blanco», es un proverbio con el que mi abuela Enriqueta ilustraba cómo, frecuentemente, dejamos que otros decidan por nosotros: la manera de promover nuestra cultura, organizar nuestras religiones, debatir nuestros conceptos, de emanciparnos, y el modo en que nos integramos a una cultura nacional donde el lugar de lo afro y lo negro continúa siendo instrumentalizado, marginalizado y, sobre todo, aplazado una y otra vez.

A lo largo de su historia, la comunidad afrocubana desarrolló modelos de asociación y resistencia (cabildos, cofradías, sociedades de color, clubes, etc) que le permitieron no solo preservar sus saberes ancestrales y ayudar a negro/as y mulato/as a salir, económica y socialmente, adelante. Como expresión de esta misma voluntad germinó un corpus de textos de pensadores afrocubanos que reflexionan sobre la situación socio-económica de negros y mulatos y su empoderamiento

¿Qué impacto podría tener la reivindicación de aquellas experiencias y de otras zonas de nuestra memoria colectiva en el desarrollo de estrategias que, desde la sociedad civil, ayuden a revertir esta inequidad?

Te repito: es casi imposible que se puedan reivindicar experiencias anteriores a 1959, sobre todo porque nadie las conoce: no se publican ni estudian sus libros y columnas periodísticas. Los pensadores negros antirracistas cubanos son grandes desconocidos a quienes no se dedican tesis universitarias ni homenajes; y no por la falta de profundidad en sus obras.

Esta invisibilización o borradura de nuestra historia no es casual y muestra el blanqueamiento del pensamiento social cubano. Si no, ¿por qué son tan desconocidas figuras como Sandalio Junco, Alberto Arredondo, Damasa Jova, Gustavo Urrutia, Salvador García Agüero, Carlos Moore, Walterio Carbonell, o Juan F. Benemelis? Nuestra memoria colectiva ha sido mutilada con un tajazo discriminatorio al enorme legado antirracista cubano, ojalá esta frase no parezca radical o exagerada a los editores; pero dudo que tengan una definición mejor.

Me parece clave refrescar este legado de activismo antirracista, estudiarlo y quizás, hasta aplicar muchas de sus ideas. Estamos en el siglo XXI, claro, pero esa acumulación cultural permitiría pensarnos mejor, evaluar lo que funcionó y lo que no, encontrar valores ocultos y coincidencias en ideas que hoy nos parecen nuevas, pero en realidad han sido fijas en la historia de nuestro grupo racial, como la idea de los afro-emprendimientos, que tiene más de un siglo en Cuba.  

En ese patrimonio antirracista hay una fuente de ideas y experiencias que fracasaron o triunfaron en su momento. Debemos renovar o desarrollar otros modos de emancipación social que transformen la actual situación racial. Algunas podrían convertirse en políticas públicas si se trabajan con inteligencia. Es un gran desafío.

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Debemos renovar o desarrollar otros modos de emancipación social que transformen la actual situación racial. (Foto: Twitter)

¿Cómo son posibles estos indicadores y diagnósticos, a pesar de las políticas y legislaciones dictadas por la Revolución desde su llegada al poder que decretaron el fin de la discriminación racial y del racismo antinegro?

La Revolución, quizás ingenuamente, consideró que solo las medidas universalistas de los años sesenta eran suficientes para transformar a todos los sectores sociales: tres leyes de Reforma Agraria, una de Reforma Urbana, la Campaña de Alfabetización y la creación de organizaciones como la FMC o la ANAP beneficiaron a campesinos, mujeres, pobres y analfabetos.

Fueron acciones afirmativas que decidieron la movilidad social de dichos sectores. Pero, aun dentro de ellos, comprobarás cómo la población negra tuvo otros obstáculos que impidieron su «salto» como grupo. Como sabes, sobran estudios, comparaciones y estadísticas sobre esta «diferencia» o problema social.

Las variables raciales fueron expulsadas de la política y las ciencias después de aquellos textos y discursos que, a partir de 1962, decretaron el fin del racismo en Cuba. Y se hizo el gran silencio. Fue un vacío conceptual que generó distorsiones, incomprensiones y represiones sobre la legitimidad de la cuestión racial en la construcción de la nueva sociedad.

La ausencia de este debate y su subestimación política no permitió un flujo natural de ideas o propuestas sobre el tema racial. Únicamente fue y es atendible como parte del conflicto ideológico del diferendo Cuba-EE. UU.; fuera de ese universo todo se reduce, se aplaza y se subordina a otras cuestiones.

Por eso el activismo antirracista ha sido tan marginalizado, perseguido y coaptado. Y eso explica que el tema aún no logre insertarse, con acciones prácticas y conceptuales, en la agenda nacional. No solo es una cuestión local, sino regional y transnacional que seguimos cargando como pesada cruz en la espalda de la gente que más la sufre.

¿Cuánto pudiera ayudar el Programa Nacional Contra el Racismo y la Discriminación Racial en la implementación de acciones que favorezcan a la población afrodescendiente?

Este Programa Nacional, anunciado hace dos años y medio, lo entiendo como la estrategia o política racial que durante seis décadas faltó para complementar las medidas universalistas (salud, vivienda, educación, etc.) que se tomaron en los sesenta. La gran ausente fue una política racial que, finalmente, nos exige su lugar en el debate sobre la nación y su futuridad: reconocimiento y redistribución ha sido la pareja dialéctica que se ha impuesto en todas partes, también en Cuba.

Por suerte, ya hay suficientes investigaciones y resultados científicos como para iniciar una transformación real de la situación racial en Cuba. El activismo identificó y denunció el problema hace cuatro décadas, y en las últimas de ellas la Academia generó suficientes herramientas y diagnósticos. Solo faltan las políticas, las leyes y la aplicación de ambas.

Pero, ¡ojo!: para que este tipo de programa funcione deben ser convocadas todas las fuerzas emancipatorias y antirracistas de la sociedad en función de una tarea muy compleja. Sin una real articulación de estas fuerzas, conciencia y conocimiento de las problemáticas raciales en Cuba, más una voluntad política y económica que las priorice, será imposible obtener buenos resultados.

La cantidad de reuniones, comisiones, diagnósticos y spots publicitarios no determina el resultado del Programa si no expresan críticamente las necesidades de una población negra disminuida en sus derechos. Experiencias anteriores enseñan que una Comisión puede convertirse en un juguete que hace perder tiempo, energías y la oportunidad de construir un modelo social antirracista en la región.

Por otro lado, estemos atentos a la recomposición burguesa que viene estimulando en Cuba un fundamentalismo discriminatorio, no solo religioso. Hay fuerzas reaccionarias gestando el enriquecimiento de ciertos sectores poco interesados en la calidad de vida de otros sectores crecientemente empobrecidos, donde los negros siguen siendo mayoría. Esta simple realidad, ¿te parece exagerada?

Tomo un par de ejemplos: La construcción de viviendas para el pueblo vs. los hoteles de corporaciones poco dadas a la transparencia estatal, así como la permisibilidad con que los nuevos capitalistas generan nuevas opresiones y exclusiones para sus trabajadores y clientes.   

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Hay fuerzas reaccionarias gestando el enriquecimiento de ciertos sectores poco interesados en la calidad de vida de otros sectores crecientemente empobrecidos, donde los negros siguen siendo mayoría. (Foto: Cibercuba)

¿Cómo diseñar entonces políticas públicas, acciones afirmativas desde la perspectiva de las afro-reparaciones y la justicia racial? ¿Qué experiencias existen en comunidades afrodescendientes en América Latina y el Caribe que puedan ser de utilidad al escenario cubano?

Hay muchas experiencias en toda Latinoamérica: sectoriales, comunitarias, culturales, feministas, legales, de micro y macropolítica. Son ganancias de largas luchas, debates, diálogos y consensos de las comunidades afro, la sociedad civil, la academia y los políticos. Hasta las constituciones se erigen espacios en función de reducir la discriminación, combatir el racismo y luchar por la igualdad.

Han sido duras estas batallas y en medio de ellas siempre se intentó dividir las fuerzas antirracistas con métodos de una mezquindad inimaginable. Es un viejo ardid que nos acompaña desde la esclavización y que no siempre sabemos advertir y enfrentar con ética e inteligencia. No voy a precisar cuáles de esas experiencias pueden servirnos o no, teniendo en cuenta que el racismo es el mismo pero los contextos son diferentes y los modos de permisibilidad y visibilidad también han cambiado mucho en los últimos veinte años.

Siempre me llamó la atención como Lula logró instrumentar en Brasil un Ministerio o Secretaria de Estado por la Igualdad Racial (SEPIR), y aunque fue insuficiente, habrá que revisar ciertos fallos estructurales y errores estratégicos que allí incidieron. Luego, la experiencia avanzada de Uruguay es increíble, aunque no perfecta. En Colombia ha sido muy difícil, pero muestra sus logros gracias a la coherencia, resistencia y brillantez de muchos líderes entregados hasta la muerte a la tarea antirracista, ligada a otras opresiones.

Sucede que los puntos de partida no son los mismos y no siempre es bueno compararse, como frecuentemente se hace en Cuba respecto a Estados Unidos. Recuerdo que en los noventa, muchos críticos del antirracismo cubano nos acusaban de copiar a los afronorteamericanos. Claro, si desconoces la tradición antirracista cubana, anterior a la afroamericana, puedes terminar copiando.

Y lo peor es que, como vivimos de espaldas al Caribe, obviamos la fuerte tradición caribeña, desde el surgimiento de los cimarrones en Surinam, pasando por la Revolución haitiana, el sindicalismo anglocaribeño hasta llegar al impacto de la diáspora caribeña en los EE.UU. Sin que haya que dejar de admirar a los grandes pensadores negros norteamericanos, casi todos hijos o nietos de caribeños.

Toda esa tradición ha de ser tomada en cuenta, Alberto, y también cada esfuerzo del activismo antirracista de los últimos treinta años en Cuba, pues abrió, y profundiza aún, otros caminos. Sobre las afro-reparaciones, hay discursos de Fidel y Raúl Castro, fuera de Cuba, apoyando esa estrategia, pero ningún funcionario cubano los ha replicado y es un tema medio fantasmal.

Sé que es muy difícil adentrarse en ese debate; pero nos toca. Hablar de justicia racial en Cuba es un tema incómodo, que termina acusando a los negros de desagradecidos. Lo más difícil ha sido luchar contra un pensamiento colonial de izquierda; es el peor de los colonialismos porque resulta incapaz de reconocerse como tal y genera una actitud defensiva y cerrada que no permite los diálogos y aprendizajes necesarios.

Negros

Sobre las afro-reparaciones, hay discursos de Fidel y Raúl Castro, fuera de Cuba, apoyando esa estrategia, pero ningún funcionario cubano los ha replicado y es un tema medio fantasmal. (Foto: Cibercuba)

Una de las carencias que frustra muchas de las iniciativas, acciones y proyectos destinados al empoderamiento de la población afrodescendiente en Cuba, es la relacionada con los financiamientos. Carecemos de las prácticas para buscar esos fondos y, por otra parte, no creo que exista en las agencias europeas una sensibilidad hacia la comunidad afrodescendiente. ¿Cómo lidiar con esta situación?

Hace diez años publiqué un texto que titulé «Doce dificultades para enfrentar al (neo) racismo» (Rev Universidad de La Habana, no. 273, 2012) y no me queda otra opción que glosarlo. La pobreza negra es una de las evidencias más contundentes de la asimetría estructural que caracteriza a una sociedad donde las desigualdades tienen color. Este grupo racial desconoce la acumulación de capitales y patrimonios. No hay costumbre de manejar fondos, créditos u otros modos de financiamiento.

Dicha incapacidad o desconocimiento visceral que tenemos como grupo social sobre la cuestión económica, viene de una real desposesión: fuimos saqueados hasta de nuestra condición humana, así que: ¿de qué patrimonio podemos hablar? Las relaciones económicas son relaciones de poder, ejercicios de salón y de fuerzas entrenadas, son herramientas de clases dominantes que comparten dichas relaciones solo entre ellas. No te olvides que en nuestra islita también padecemos nuestra propia colonialidad.

Lidiar con tal dificultad es una de las claves de nuestra emancipación socio-racial. Se necesitan entrenamientos, becas, créditos y apoyo sistemático. Es otra puerta que debemos abrir en Cuba. Muchas organizaciones y organismos internacionales han entendido este fenómeno y diseñan estrategias para ello. Es uno de los puntos más complejos de las afro-reparaciones.

No siempre el estado o el gobierno van a cubrir los déficits de tipo económico, tecnológico, etc. La sociedad civil ha de jugar su papel a través de organizaciones e instituciones propias, con tareas muy específicas —a veces técnicas, otras veces tácticas—, para la emancipación real de este grupo social.

Las políticas de redistribución social y acciones afirmativas, aunque no se reconozcan en nuestro contexto con dichos términos, son estrategias definitorias en lo económico. Después del 2011, Año internacional de los Afrodescendientes, logramos que la ONU declarara en el 2015 un Decenio Internacional.

Y a pesar de que perdimos cinco años en una discusión bizantina sobre el termino afrodescendiente, casi al final de este período comienzan aparecer algunas políticas para la reparación e inclusión de nuestra gente. En fin, se trata de un gran desafío, no solo de la población negra, sino de toda la nación. El antirracismo no es una lucha cerrada por unos pocos derechos para una sola parte de la población, sino que trata de alcanzar, o al menos luchar, por toda la justicia. Y todo parece indicar que estamos solo en mitad del camino.

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