LA HABANA, Cuba. — Guillermo Labrit, escritor cubano de 69 años residente en California, en el primer párrafo de su libro El olor del recuerdo, editado en 2021 en Miami por Publicaciones Entre Líneas, explica:
“No sé exactamente cuándo comencé a tener conciencia de mis actos y de lo que ocurría alrededor. Mis primeros recuerdos están asociados con olores. Así, recuerdo el olor del carbón que emanaba del fogón de Guillermina, el de la penetrante eureka que tenía la casa cuando barría la sala y la saleta con aquel aserrín perfumado que regaba en el piso; el del cake recién horneado de la Casa Asteria, el del pan recién sacado del horno de la panadería El Vapor, el de la cal con que se pintaban las paredes, el de la humedad de los muros que yo disfrutaba pegando la nariz sin saber que era la causa de mi asma…”.
En el libro, de carácter autobiográfico, queda evidenciado que Labrit tiene no solo buen olfato, sino también excelentes dotes narrativas y una memoria prodigiosa.
En El olor del recuerdo, Guillermo Labrit narra su vida en Cuba desde su nacimiento en 1953 hasta su partida a Venezuela, en 1989, cuando tenía 36 años. Prolijo en detalles y descripciones, pero ameno y con frecuentes toques humorísticos, narra con ritmo cinematográfico su niñez y adolescencia en Cárdenas y Varadero, sus primeros amores, su tiempo de estudiante en la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana entre 1974 y 1978, el agobiante servicio social en la Casa de la Cultura de Güira de Melena y el trastorno nervioso que le provocó e hizo que lo ingresaran en el hospital psiquiátrico de Vento y Santa Catalina, su trabajo en el Archivo Nacional entre 1979 y 1984.
Sus tropiezos con la Seguridad del Estado fueron muchos—llegaron a interrogarlo en Villa Marista— y provocaron que, luego de declarar ante los observadores de derechos humanos que vinieron a Cuba en 1988, tuviera que optar por exiliarse.
Rebelde, irreverente, jodedor, desde muy joven lo acusaron de “problemas ideológicos”. A veces por naderías, como ocurrió con el asunto del Kike, una simple broma entre amigos. Para hacerlo todo más difícil, Labrit no ocultaba que era gay, en una época de rabiosa homofobia institucionalizada, donde lo mismo los CDR, “la universidad solo para revolucionarios”, los centros de trabajo que el Ministerio del Interior (MININT) indagaban en la vida sexual de las personas y las chantajeaban y castigaban de múltiples maneras si descubrían que eran homosexuales.
Para sobrellevar todo eso, Labrit contó con el cariño de sus padres, de su inseparable hermana Silvia y de sus tías. Y no le faltaron ni buenos amigos ni amores. Aunque estos últimos fueran casi siempre furtivos y contrariados.
Así, por las páginas del libro desfilan amigos y amantes, en las buenas y en las malas, en Varadero, la casa de la calle Virtudes, Mantilla, La Víbora, El Vedado. Muchos, la mayoría, terminaban yéndose del país, dejando tras ellos un vacío atravesado por un hondo rastro de nostalgias.
En su más reciente libro, Al doblar de la vida, de 2022, también en Publicaciones Entre Líneas, Labrit cuenta cómo fueron sus primeros 20 años en los Estados Unidos, luego de su estancia en Venezuela.
Lo que diferencia El olor del recuerdo y Al doblar de la vida de los libros de memorias de otros emigrados cubanos de su misma generación es la sinceridad apabullante, la sencillez, la ausencia de poses, altisonancias, exageraciones, rencores y melodrama.
Leyendo a Labrit, aunque no lo conozca personalmente, uno se siente cual si estuviera sentado con un viejo amigo, escuchando el resumen de lo que le aconteció durante el tiempo que estuvieron sin verse. Y cuando termina, puedes estar seguro de que todo lo que con lujo de detalles te ha contado fue así, ni más ni menos.
Guillermo Labrit, quien asegura que escribe más por placer que por ego o por lucro, es autor además de los libros Por fin La Habana y Entre los cerros y el Ávila. Actualmente prepara un libro de cuentos y dos poemarios.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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