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La muerte en combate de José Martí en el general español José Ximénez de Sandoval y Ballange.

El 10 de octubre de 1913 la Legación Cubana en Madrid ofreció una recepción diplomática en ocasión del 45 aniversario del inicio de las guerras por la independencia de Cuba. Asistieron a ella destacadas personalidades de la sociedad española; políticos, diplomáticos, artistas, intelectuales y militares.

Entre los invitados llamaba la atención la presencia de dos altos oficiales del Ejército Español, de meritorias hojas de servicios combatiendo contra los cubanos en las tres guerras emprendidas por estos en aras de su independencia: el teniente general José Ximénez de Sandoval y Ballange y el general de división Juan Manrique de Lara y Jiménez de Melgar.

Manrique había llegado a Cuba como sargento en febrero de 1869 y se mantuvo en combate, ininterrumpidamente, hasta terminada la Guerra Chiquita, alcanzando por méritos de guerra el grado de coronel. Tras breve estancia de un año en España, a donde marchó en 1882, regresó al siguiente a la Isla, donde le sorprendió la gesta del 95, que hizo completa, enfrentando en combate a los más destacados jefes mambises, entre ellos, el generalísimo Máximo Gómez y al Lugarteniente General Antonio Maceo. Finalizando la contienda, hizo fama su exitoso rechazo a un desembarco de tropas estadounidenses por Tunas de Zazas, al sur de la provincia de Las Villas.

Ximénez de Sandoval, era harto conocido de los cubanos, incluso, tenido como tal por muchos, dados sus largos años de residencia en Cuba, a donde llegó siendo un niño, acompañando a su padre, oficial del Ejército Español destacado en la provincia de Pinar del Río. La gente lo tomaba por cubano; hablaba con acento semejante al de los habitantes de la más occidental de las provincias de la Isla.

Recién graduado como alférez en la escuela de cadetes de La Habana, apenas comenzada la guerra de los Diez Años tomó parte en la llamada Creciente de Valmaseda y en los combates para la recuperación de Bayamo, en Jimaguayú donde cayera el mayor general Ignacio Agramonte y Loynaz, y en acciones de resultados adversos para España, dirigidas por el general Máximo Gómez en La Sacra, Naranjo, Mojacasabe y Las Guásimas. En este último resultó herido. Tras una breve estancia en España, regresó a la Isla donde permaneció combatiendo a las tropas orientales hasta el año 1879, cuando retornó a la península como teniente coronel.

Comenzada la gesta del 95, el ya coronel Ximénez de Sandoval, regresó a Cuba, nombrado jefe de una media brigada de la Segunda División, con sede en Santiago de Cuba, fuerza con la que combatió al general Antonio Maceo y al frente de la cual, aquel fatídico 19 de mayo de 1895, dirigiera el combate de Dos Ríos, en el que cayera, de cara al sol, como había vaticinado, el Apóstol de Cuba, José Martí.

Surge a partir de aquel instante, una compleja relación emocional de este militar español con la memoria del héroe cubano, a quien las circunstancias pusieron en su camino en el campo de batalla. Aquel hecho marcaría su vida y su carrera profesional. Del combate se escribirían diferentes versiones por los protagonistas, cubanos y españoles. Sin lugar a dudas, el hombre de Dos Ríos, José Martí, trascendía universalmente y su muerte lo inmortalizaba.

La muerte de Martí en Dos Ríos, por Esteban Valderrama.

El 20 de mayo la columna de Ximénez de Sandoval dio sepultura en el poblado de Remanganaguas a Martí. Cumpliendo órdenes del Capitán General Arsenio Martínez de Campos y Antón, el 23, el cadáver fue exhumado y trasladado a Santiago de Cuba.

Martínez de Campos, ordenó que la caja en que “…se colocase el cadáver de Martí, fuese la más lujosa que se hallara.” Días después, al conocer que su hijo José había sido propuesto para ascenso y la Cruz pensionada de María Cristina por su participación en el combate de Dos Ríos, escribió al ministro de la Guerra, general Marcelo Azcárraga Palmero, solicitándole no diera curso a ambas propuestas.

De las pertenencias ocupadas por Ximénez de Sandoval a Martí, envió a Martínez de Campos el revólver del Apóstol y al ministro de la Guerra, general Azcárraga, el reloj que llevara en su chaqueta. El 24 de mayo, brindó su versión de los hechos a un corresponsal del diario habanero La Lucha, entrevista que íntegra, publicó el periódico en su edición de 25 de mayo de 1895:

“Con el objetivo de adquirir verdadera información respecto a los sucesos de “Dos Ríos”, fui a ver al coronel don José Ximénez de Sandoval, quien, a los breves instantes de haberle pasado mi tarjeta suplicándole una interview, me recibió con galantería, invitándome para que pasara a su despacho.

Ante todo – le dije después de los saludos de rúbrica – reciba V. mi felicitación por el telegrama de la Reina.

El señor Sandoval declinó toda la gloria en sus soldados.

– Se dice, mi Coronel, que V. es hijo de Pinar del Río, ¿es cierto?

– No, yo nací en Málaga como pudo ser en Constantinopla, porque mi difunto padre, militar como yo, se hallaba allí de guarnición cuando vine a la vida; y no es extraño crean que soy de Pinar del Río, porque siendo pequeño trasladó mi padre su residencia a esta Isla, siendo destinado a mandar el batallón que guarnecía entonces la capital de la Vuelta – Abajo, en la que hice algunos estudios hasta que ingresé en la Academia Militar de La Habana, de la que salí alférez el 68, al empezar la primera campaña, que en la isla terminé.

Mi larga permanencia en Cuba, mi constante trato y roce con sus habitantes, las gratas impresiones de la juventud que difícilmente se olvidan, y una serie de causas y circunstancias que no son del caso, me han hecho considerar siempre a estas españolas provincias, como si en ellas hubiera nacido, sin olvidar por eso que fue en la Península donde por primera vez vi la luz. Y no es extraño que esta creencia exista en Cuba, pues en la Península son muy contadas las personas que me conocen, que no afirmen que soy cubano.

La Lucha, mi Coronel, que es como V. sabe, periódico de verdadera información, desea saber por conducto mío, cuál es su opinión concreta respecto al actual movimiento, para darla a conocer al público de la Isla, dada las circunstancias de haber sido V. el jefe de la columna que operó entre Bijas y Dos Ríos.

– Yo entiendo, – me explicó encendiendo un cigarrillo – que los actuales momentos, ocurrida la muerte del incansable agitador y propagandista revolucionario don José Martí, son para esa causa, críticos; pero su muerte no es la desaparición en el mundo de los vivos de un hombre cualquiera, sino del jefe más ilustrado, activo y que más simpatías contaba en los Estados Unidos, en el Centro y Sur América y aún en la opinión general de Cuba.

Creo que la cabeza que piensa y a su voluntad obedece el brazo que descarga el golpe, ha desaparecido, y que será muy difícil a los insurgentes en armas, y laborantes, sustituirle, pues por buenas condiciones que el sustituto tuviera, le faltarían aquellos prestigios que inspiraban la confianza en el buen éxito de esta guerra, que para mí no es otra cosa que una inoportuna y loca sublevación en la que pocos hombres pudientes y que tienen que perder han tomado parte, pues si algunos lo han hecho, a parte de las más o menos simpatías que le inspire la independencia de Cuba, es por tener sus fincas alejadas de todo centro de población y destacamentos de tropas que no pueden darles inmediata protección, y quedan a merced de un enemigo poco escrupuloso en el escogimiento de los medios para llegar al fin que se proponen.

¿Qué cree V. Coronel sobre la invasión al Camagüey?

– La invasión proyectada hace tiempo por Martí, Máximo Gómez, Massó y otros jefes insurrectos de Holguín, Tunas, Bayamo y Manzanillo – pues para ello no sería político que los mencionados Jefes hubieran contado con las fuerzas de color que hacen la guerra en las jurisdicciones de Cuba, Guantánamo y Baracoa – por ahora ha fracasado, si bien pudiera suceder que para demostrar una falsa vitalidad y robustez, de que carecen en su organización, intentaran algo en el sentido antes expresado, por lo que sería un fracaso para los enemigos, pues el sensato Camagüey y las ricas Villas, no están para aventuras y si para el disfrute del bienestar que a los pueblos la paz proporciona.

¿Respecto a la noticia de la muerte de Máximo Gómez, que fundamento tiene?

– No puedo asegurar, pues no acostumbro hacerlo nada más que de aquello que estoy evidentemente convencido, que la muerte de Máximo Gómez sea un hecho, por existir sobre este particular noticias contrarias. Pero si apunto la idea de que muy bien puede resultar cierta su muerte o heridas, recibidas en el combate de Dos Ríos; pues conocedor de esta clase de guerra, por haber hecho toda la anterior, y del sistema empleado casi siempre por Máximo Gómez, es sorprendente que después de terminada la acción con resultados prósperos para las armas españolas, que sobre el campo se apoderaron del cadáver de Martí, no fuera la columna, en su marcha a Remanganaguas para dar cristiana sepultura y trasmitir desde dicho poblado a Cuba la noticia de gran importancia política a mi modo de ver, sin sentir la detonación de un disparo del enemigo en la retaguardia, flancos y vanguardia, ni en el curso de su marcha hasta San Luis, es decir, en un recorrido de cerca de 20 leguas, lleno de admirables posiciones y sitios apropósitos para librar combate y tratar, primero, de arrebatar el cadáver de José Martí y después, para demostrar al mundo que pusieron de su parte cuando fue posible para vengar al que murió peleando con la bizarría de un denodado soldado y de un hombre más avezado a la luchas de la guerra que a las de la política, a los fogosos discursos de Club y a los trabajos de bufete.

Si Máximo Gómez, continuó el Coronel Sandoval, hubiera quedado en disponibilidad después de la acción, es indudable que así lo hubiera hecho, a no ser que existieran para él razones poderosas sobre las que no me es posible formar hipótesis, y que le determinaran a proceder como lo hizo en contradicción con sus costumbres, manera de combatir y estimar los hechos.

Dada la muerte de D. José Martí, y de que sea un hecho la de Máximo Gómez ¿cree V. posible la autoridad de los titulados generales D. Antonio Maceo y D. Bartolomé Massó, para continuar el movimiento?

– De ningún modo. Massó no tiene renombre, según tengo entendido por referencias, pues no le conozco personalmente; es un señor que ocupaba buena posición en Manzanillo lleno de años y achaques, y que ligado por compromisos contraídos con harta ligereza para un hombre de su edad, se ha lanzado a la insurrección, halagado por ofertas de altos mandos en ella, con poca fé y constancia para persistir en la actitud en la que se ha colocado; y menos hoy en que faltando la cabeza, se hallará frente a frente de Maceo, a quien tampoco he tratado, pero que según dicen, es altivo, soberbio y poco dado a soportar tutelas, y menos aquellas que no le impone la opinión. Maceo pretenderá ser la cabeza del movimiento separatista, y para desempeñar en toda revolución cargo tan importante, no basta tener valor, que no se lo niego, y lo tiene grande, es preciso además poseer facultades intelectuales de que él carece, pues en el reparto hecho por Dios de la inteligencia, ha sido con él parco.

Por otra parte, las simpatías de este cabecilla, puede decirse se hallan limitadas a la jurisdicción de Cuba y con especialidad entre la gente de color, que creen a pies juntillos, que si la revolución triunfa la Isla de Cuba sería un nuevo Haití en la que la raza de color, se impondría a los blancos y al país.

– ¿Qué opina usted de la actitud de don José Miró?

– En primer lugar es para mí un sujeto censurable, porque si lamentable es que los hijos de esta hermosa provincia española empuñan las armas contra la madre patria, en un hombre que ha nacido en la Península es de todo punto condenable y no dejará nunca de ser un crimen de los más feos el contribuir con su actitud y las fuerzas de que disponga al derramamiento de sangre, de aquellos que bajo el mismo cielo nacieron, y hasta de los que como catalanes hablan el mismo dialecto que en los albores de su vida oyó de los labios que la que le dio el ser.

Según tengo entendido Miró es un revoltoso, figuró en las filas carlistas, después como entusiasta republicano, monárquico de la legitimidad cuando el inolvidable Rey Don Alfonso XII vino al trono, y por último, ha hecho causa común con los insurrectos, que en su interés debían de expulsarlo por denigrar la causa que defienden.

– ¿Cree usted que la revolución durará hasta Diciembre?

– Mi opinión es que hasta esa fecha puede muy bien durar, así como creo firmemente que si el Gobierno de S. M. hace un esfuerzo y en plazo brevísimo aumenta el contingente de tropas, hoy en campaña, puede terminarse antes. Si las tropas que el Gobierno envíe salen de la Península perfectamente organizadas, por batallones sueltos, con sus jefes y oficiales naturales; conociendo los jefes a sus subordinados y estos a los que los mandan, será más conveniente, pues las organizaciones en los puntos de desembarque con prisas y dificultades mil, no las estimo convenientes, porque para la guerra uno de los factores más importantes es la sólida y bien ordenada organización de las tropas que en ellas han de tomar parte, y que los soldados no sean solo llevados al combate por la imperiosa voz del que manda, sino que el prestigio de aquellos por el conocimiento anterior de sus buenas cualidades, induzca al soldado gustoso al cumplimiento de su deber.

Yo creo que teniendo en la Península 20 batallones de cazadores con oficialidad brillante y distinguida, podrían estas unidades orgánicas ser la base, con un prudencial aumento de tropas, de los que en lo sucesivo vinieran a compartir los peligros y penalidades de la guerra con los que ya en ella nos hallamos.

– ¿Es cierto, mi Coronel, que ha sido V. recompensado por el Gobierno por el brillante hecho de armas llevado a cabo en Dos Ríos?

– Ciertísimo. El General, Sr. Martínez Campos, me propuso por cablegrama para ser recompensado con la Cruz de María Cristina, y el gobierno ha contestado por el mismo medio, concediéndome la recompensa pedida, que con orgullo ostentaré en mi pecho, por creerme perfectamente premiado, en unión de tres placas y otras varias cruces, que por servicio de guerra prestados anteriormente me fueron concedidas.

– Me han dicho, Sr. Sandoval, que V. se apoderó de una carta que llevaba un espía insurrecto, en la que parece que se trataba de mi ¿es cierto mi Coronel?

– ¡Y tanto! Entre la correspondencia que llevaba el difunto Martí ocupé una carta de un jefe insurrecto, cuyo apellido no recuerdo en este momento, en la que se dirigía a otro de menor graduación, diciéndole que V. tenía que ir por donde ellos estaban, y que en su consecuencia reuniera el mayor número posible de hombres para que a la presencia de V. aparecieran muchos, y llevara la impresión de que contaban con muchos soldados. La carta que llevaba el prisionero que por la mañana aprehendió la vanguardia en el paso del Salado, era de Máximo Gómez, dirigida al dueño de un establecimiento de las Ventas de Casanovas, amenazándole a en ella de no guardarle consideración alguna y considerarlo sólo como cantinero de la tropa, si no disminuía los excesivos precios que, por los efectos que en su tienda iban a comprar, exigía a los pacíficos.

Y aquí dio fin la conferencia que tuve honor de celebrar con el Coronel Sr. Sandoval.”

Era aquella, con las inexactitudes y subjetividades hijas del momento histórico, el calor de los hechos y el acceso a información, la visión que entonces tenía de los hombres del Ejército Libertador, de Martí, Gómez, Maceo y de la guerra, el coronel Ximénez de Sandoval. La historia y los estudiosos de ella, pondrían a sus protagonistas y los acontecimientos, en su debido lugar. El propio Sandoval, mantuvo después de la guerra correspondencia con amigos y adversarios de aquellos tiempos, en aras de esclarecer los acontecimientos.

En la noche del 27 de mayo de 1895, se dio sepultara a José Martí en el cementerio de Santa Ifigenia. Sandoval, que era masón, de su peculio pagó el féretro y el nicho en que fueron depositados los restos del héroe cubano. A los presentes en la modesta ceremonia fúnebre, preguntó si alguien quería hacer uso de la palabra en honor al caído. Ante el silencio, despidió el duelo:

“Señores: Ante el cadáver del que fue en vida José Martí, y en la carencia absoluta de quien ante su cadáver pronuncie las frases que la costumbre ha hecho de rúbrica, suplico a ustedes no vean en el que a nuestra vista está, al enemigo, y sí al cadáver del hombre que las luchas de la política colocaron ante los soldados españoles. Desde el momento que los espíritus abandonan las materias, el Todopoderoso, apoderándose de aquéllos, los acoge con generoso perdón allá en su seno; y nosotros al hacernos cargo de la materia abandonada cesa todo rencor como enemigo dando a su cadáver la cristiana sepultura que los muertos se merecen. He dicho.”

Algunos cubanos de entonces e historiadores contemporáneos, consideraron hipócritas las palabras de Sandoval. Su vida demostró que actuó con la dignidad de un caballero.

Condecorado por la Reina con la cruz de María Cristina de tercera clase, declinó, sin embargo, aceptar el marquesado de Dos Ríos porque, dijo, «lo de Dos Ríos no fue una victoria; allí murió el genio más grande que ha nacido en América».

En junio de 1911, desde Valencia, donde fungía como Capitán General de esa provincia española, escribió al periodista e historiador cubano Enrique Ubieta, de quien era amigo, aclarándole algunos detalles de la acción de Dos Ríos. En la carta, en la que se refería a Martí como “…verbo de la segunda guerra de independencia de ese hermoso país en el que pasé la juventud y de muy grata recordación para mí…” explicaba:

“La acción de Dos Ríos es un hecho de mi historia militar, en la que halló muerte gloriosa aquel genio dotado de hermosa elocuencia, tan hermosa como los sentimientos de su bien templada alma. Su arrojo y valentía, así como el entusiasmo por sus ideales, le colocó frente a mis soldados y más cerca de las bayonetas de lo que a su elevada jerarquía correspondiera; pues no debió nunca exponerse a perder la vida de aquel modo, por su representación en la causa cubana, por los que de él dependían y por su significación y alto puesto que ocupaba como primer magistrado de un pueblo que luchaba por su independencia.

Cuando en el campo de la acción vi en el suelo su cadáver en posición supina, sin sombrero, luciendo la ancha frente en cuyo seno tantas brillantes ideas bulleron, entreabiertos sus ojos azules con la expresión del que muere dulcemente por su patria —sentí pena profunda y mi pensamiento se elevó a Dios para pedirle fuera su alma por El acogida.— ¡Qué menos podía hacer por el que si en vida fue mi enemigo, ya muerto merecía todo mi respeto y consideración.

Mis soldados le dieron muerte gloriosa en noble combate y a su cadáver en mi poder se le rodeó de cuantas consideraciones merecen los muertos y en especial los que fueron en vida genios como José Martí.

Conducido por mí a Remanganaguas y llevado luego a Palma Soriano y Santiago de Cuba, en este último punto fui comisionado para darle sepultura y en tan severo acto, dejándome llevar de mis naturales impulsos y por tratarse de figura tan relevante, pronuncié a modo de oración fúnebre un pequeño discurso necrológico reflejo exacto de mi sentir, ya que fue improvisado y el cual tuvo la suerte de agradar lo mismo a españoles que a cubanos, siendo publicado por la prensa toda de la Isla y reproducido por la española y extranjera.

En el mismo sentido que escribo estas líneas, he hablado con el predilecto discípulo de Martí, don Gonzalo de Quesada y también en la correspondencia que con él he sostenido, me he expresado de igual modo.

No puedo ser sospechoso para el pueblo cubano; muchos amigos del alma tengo ahí y todos cuantos me han tratado y conocen mi modo de ser, han comprendido siempre que, si el destino me hizo jefe de la columna que a Martí dio muerte, la pérdida de su vida más que esperanza de medro personal, me produjo sentimiento noble y sincero y me hizo también conocer algunas flaquezas humanas.

No soy yo, sin embargo, el llamado a recordar en épicos cantos al pueblo cubano la nobleza y valía de aquel Apóstol de su causa; ilustres hombres de probada inteligencia tiene Cuba y ellos con mejores facultades pueden hacerlo y lo harán seguramente, para honrar, honrándose, la memoria de un mártir de su patria y para conocimiento y ejemplo de futuras generaciones.

Muchos años han transcurrido, las pasiones se han acabado, y no sería yo fiel a mi conciencia si tratara de desfigurar hechos que pasarán a la historia de una nación nueva, en los que debe resplandecer la verdad desnuda de toda pasión y engaño….”

En 1913, el ya teniente general del Ejército Español, se dirigió a la Legación de Cuba en Madrid para entregar a su ministro, Justo García Vélez, hijo del Lugarteniente General Calixto García Íñiguez, objetos y pertenencias de Martí, conservados por él desde el día del combate de Dos Ríos. Un acta de recepción del Archivo Nacional de Cuba recoge la entrega:

Objetos encontrados en el cadáver de Martí (5)
Objetos recogidos en Dos Ríos después del combate en que murió Martí (4)
Otros objetos de las guerras de independencia (8)
Documentos capturados a insurrectos entre 1895-1896 (35)
Periódicos y revistas de la insurrección cubana (20)

De Martí entregó:
1.- Un corta plumas de dos hojas y cabo de hueso manchado de sangre.
2.- Un par de espejuelos de acero con sus correas.
3.- Un cuaderno pequeño manuscrito con tapas de cartón, con las instrucciones para los Consejos de Guerra en el campo revolucionario, precedido de una pequeña historia de la Administración de Justicia. Este cuaderno, según referencia del general Ximénez de Sandoval, fue escrito por Carlos Manuel de Céspedes.
4.- Una cinta de seda azul acompañada de un papel escrito con lápiz, que dice como sigue: “Martí, no tengo un recuerdo que darte, así quito la cinta de mi cabello que tiene todo el fuego de tantos pensamientos y un color de nuestra bandera y eso solo te llevarás de tu hermana, Clemencia Gómez”.
5.- Una escarapela cubana bordada con cuentecitas blancas y azules, perteneciente a Carlos Manuel de Céspedes.
Con estos objetos figura un recorte de periódico de 1895, en que se hace referencia a ello, recogido en el cadáver de Martí, por el entonces coronel Ximénez de Sandoval.”

La historia está llena de coincidencias. El general andaluz nacido en Málaga el 22 de julio de 1849, falleció en Madrid, el 24 de febrero de 1921, fecha histórica, en la que los cubanos festejaban el inicio de la guerra de Martí, como la sentenciara el Generalísimo Máximo Gómez.

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