Se entera como todos. Las redes sociales comienzan a estallar con la noticia de la explosión en el Saratoga. Los medios de comunicación ya dan un primer parte de 13 heridos y cuatro muertos, cifras que tiempo después aumentarían. Como todos, también él conserva una esperanza en que haya vidas debajo de aquel desastre. La esperanza es lo último que se pierde.
El Saratoga no es para Miguel Perdomo lo mismo que para nosotros. No es un hotel y ya. No es una edificación en el medio de la Habana Vieja. Es un caudal de recuerdos y amistades. Fue director general de esta entidad desde 2017 hasta 2020.
«Nosotros restauramos ese hotel, trabajamos mucho por él —me dice en medio de la vigilia— yo contraté a algunos de los jóvenes que iniciaron cuando yo estaba de director».
Me lo encuentro caminando algo perdido en el Parque de la Fraternidad. Aún no sé nada de lo que les he contado en esta crónica. Él anda y mira como si no quisiera ver, los ojos se le parten en lágrimas y apenas puede terminar de entender todo lo que ha pasado en estos días.
La vigilia que ha convocado la Unión de Jóvenes Comunistas fue para muchos el homenaje más triste que hayan dado en su vida, para otros el recuerdo de alguien importante que ya no está, la prueba de que la vida a veces es injusta.
La gente pasa un minuto, enciende una vela, deja una flor o algún objeto, y después sigue, pero en esos 60 segundos hay una interconexión difícil de explicar: con los recuerdos, con aquella vez cuando salieron juntos, cuando rieron de aquel chisme, cuando se abrazaron por última vez.
Así le pasa a Miguel. Escribe en su perfil de Facebook el día 6 de mayo encima de una foto del Saratoga años antes: «No encuentro la forma de verte de otra manera. Compañeros de trabajo de mucho valor estaban ahí. Cierro mis ojos por ellos. Esta foto la tomé hace un par de años y será la imagen que quedará para siempre conmigo, así, a todo color».
Recuerda con mucho pesar a María Isabel Bullaín, una de las fallecidas, que dejó una pequeña niña en este mundo: «Esperé la noticia oficial, pero me resistí a creerla. El dolor sigue siendo el mismo».
Se despide de ella y de los demás, me da un abrazo y me dice: hay quien perdió un familiar o un amigo, pero yo perdí 30 amigos, 30 compañeros de trabajo».