Cuando estaba de prácticas en la editorial de Arte y Literatura, Rubido, entonces jefe del departamento de diseño, me dijo que cualquier combinación de rojo amarillo y azul siempre salía bien. En otra ocasión me dijo que salía mal sin remedio. En 1988 daba por bueno todo lo que decían los mayores. Aún hoy mantengo la duda.
Pienso en algunas banderas —la venezolana, la colombiana, la de Cataluña, por ejemplo— y me parecen estables. Pero siento que es un equilibrio precario, casi ridículo. Me vienen a la mente ciertos papagayos que lucen los mismos colores, con un poco más de suerte. De hecho, hasta transmiten buenas vibraciones, una energía casi infantil, en ningún caso sutil o majestuosa como la de otros de gamas más austeras.
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En mi carrera como diseñador o como artista visual jamás trabajé con esa combinación. Me clava alfileres...