LA HABANA, Cuba.- El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), ha anunciado que no asistirá a la Cumbre de las Américas prevista para junio próximo en la ciudad de Los Ángeles, si la Casa Blanca insiste en excluir de la cita a los regímenes dictatoriales de Cuba, Venezuela y Nicaragua. No obstante, y como sabe lo que está en juego, en su lugar irá el canciller mexicano, Marcelo Ebrard.
Las palabras de AMLO más bien transparentan una crisis de megalomanía remisa, como si su ausencia pudiera suponer un daño irreparable para el buen desarrollo de la Cumbre. Ese berrinche de viejito caprichoso, justificado con la cantaleta de unir a la gran patria latinoamericana, se produjo porque Obrador sabe muy bien con quien se mete. Por eso no ha vacilado en armar una “piñita” con los apestados de la región para confrontar al inquilino más “presionable” que ha tenido la Casa Blanca desde Jimmy Carter.
El mexicano, que en la era Trump se mantuvo punto en boca, ha atacado con dureza a Biden desde que este asumió la presidencia de Estados Unidos. Más de una vez le ha criticado por no levantar las sanciones a Cuba y ahora, casi en vísperas de la Cumbre, aparece con un boicot al que se han sumado el presidente Luis Arce (Bolivia) y 14 países de la Comunidad del Caribe (CARICOM).
La izquierda latinoamericana está haciendo todo el ruido posible para obligar a Biden a sentarse a la mesa con dictadores. Tras dos años de mandato, el talante conciliador del demócrata ha sido interpretado como debilidad de carácter, y los que ayer no se atrevían a cruzar insolencias con Trump, hoy han decidido ir a por todas en un contexto sumamente delicado debido a la crisis económica y la guerra en Ucrania.
Joe Biden ha quedado atrapado entre sus promesas de campaña, la situación doméstica y el brusco giro que ha dado el panorama mundial tras la agresión de Rusia. Desde una óptica geopolítica, la Casa Blanca necesita estar en buenos términos con las naciones latinoamericanas, visto el interés de Putin en estrechar relaciones con los gobiernos “progres” del continente. Pero ceder al chantaje de López Obrador tendría un alto costo político para Biden y el partido demócrata, a pocos meses de las elecciones de medio término.
Si de algo sirvió la visita de AMLO a Cuba fue para demostrar cuán comprometido está el actual gobierno mexicano con la dictadura cubana, a la cual insiste en llamar “revolución”. En su discurso leído ante Miguel Díaz-Canel, el fundador de Morena, entre fanático y decrépito, dijo confiar en “la capacidad de la revolución para renacer”, admitiendo así la muerte de su paradigma político-ideológico; un final acaecido hace décadas y del que no hay resurrección posible.
López Obrador sabe muy bien qué cosa es Cuba, y lo que podría ocurrir si la dictadura castrista se viera completamente aislada de la comunidad internacional, un castigo más que merecido por su apoyo a Rusia en la guerra contra Ucrania. Anunciar públicamente que México alquilará 500 médicos cubanos, es una señal de que el régimen está raspando el fondo de la alcancía, y agotando las escasas influencias que le quedan.
AMLO no solo apoya el sistema de explotación a que son sometidos los galenos cubanos. También ha facilitado el nuevo éxodo inducido por el castrismo para sacarle presión a la olla social. Bajo su mandato las autoridades mexicanas se han embolsillado millones de dólares a costa del tráfico de isleños que buscan llegar a la frontera sur de Estados Unidos; un negocio redondo tanto para las aerolíneas, los coyotes y los narcos, como para los políticos de ambos países.
Sutilmente, López Obrador dio a entender a Díaz-Canel que hay que cambiar el modus operandi para que la izquierda criminal, disfrazada de revolución humanista, pueda continuar navegando con legitimidad en la mar revuelta de la política de Occidente. Entre promesas y elogios advirtió, para quienes saben leer entre líneas, que México no podrá hacer mucho más si el régimen insiste en resolver el problema cubano con las mismas fórmulas que han demostrado su ineficacia por más de sesenta años.
El presidente mexicano conoce bien al castrismo. Sabe que es más factible presionar a Biden que hacer entrar en razón a una turba de codiciosos ineptos. Aunque es poco probable que su plan de no asistir a la Cumbre modifique la decisión de la Casa Blanca con respecto a Cuba, Venezuela y Nicaragua, sabe que este es un magnífico momento para que la izquierda continental avance todo lo posible, antes que los republicanos ganen más escaños en el Congreso y se fortalezcan de cara a los comicios de 2024.
En lo que a Cuba respecta, la represión del 11 de julio echó por tierra cualquier posibilidad de que Joe Biden iniciara un nuevo deshielo. Muy a su pesar, el demócrata se ha visto obligado a actuar con cautela, concediendo una licencia por aquí, haciendo la vista gorda por allá, para mantener el coqueteo con una dictadura dispuesta a servir a los intereses más oscuros del Kremlin.
El intento de bullying encabezado por AMLO contra la administración Biden, significa tanto como la abstención de Cuba en la ONU cuando se aborda el tema de la invasión a Ucrania. Es una actitud hipócrita que en nada altera el orden de los acontecimientos. México estará en la Cumbre de las Américas aunque no asista López Obrador, del mismo modo que Cuba respalda a Rusia aunque se abstenga públicamente de tomar partido. El resto es chochera, puyas y retórica.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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