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Monólogo sobre la maternidad

Voy a aprovechar que mi pequeñito duerme para alertarlas sobre eso que dicen por ahí de que ser mamás es lo más lindo de este mundo, para que luego no sientan que no les dijeron toda la verdad del asunto.

Lo primero que tienes que saber es que los hijos son una opción, no una obligación. Si eres una mujer que no tiene la maternidad como aspiración máxima o meta en tu vida, eso está perfectamente bien. Tener hijos es una decisión muy íntima y es válido no quererlos.

Pero, hoy quiero conversar con aquellas que desean ser madres.

Aunque a veces los hijos llegan de improviso, sin que estemos listas, por lo general la maternidad se acaricia y se planea, y otras veces se posterga para priorizar determinados proyectos personales.  Pero es una experiencia que, más o menos deseada, más tarde o más temprano llega para la mayoría de las mujeres.

En ocasiones lo sabes desde el principio: quieres ser madre. Es tu sueño. A ti nadie tiene que convencerte, quieres uno, dos, tres hijos. Para otras es cuestión de dejarse llevar por la presión social, por el embullo al ver a las amigas con sus bebés, por complacer a la familia que pide herederos, porque el reloj biológico te lo indica, porque finalmente te nació el deseo o por probar a ver qué tal es eso de la maternidad.  A fin de cuentas, suena ideal lo de tener una personita de ojos expresivos que te idolatre, y recuperar parte de tu niñez mientras la acompañas en la suya. ¿Verdad?

Sean las razones cuales fueran para decidirte a emprender ese camino, te aseguro que lo que casi nadie te dice antes de lanzarte a la aventura, es la manera en que tu vida va a cambiar por completo.

Nada te prepara realmente para ser madre. No existe el “Manual de la madre perfecta” y la realidad es que todas vamos por la vida criando a nuestros hijos como mejor podemos y sabemos. Es algo más bien empírico e instintivo, matizado por la cultura, la idiosincrasia y el entorno.

A lo largo del camino no solo nos cuestionaremos múltiples veces si lo estaremos haciendo bien. Seremos, además, observadas y juzgadas por los demás. Porque a las madres se nos ha asignado un rol social decisivo en la formación de las nuevas generaciones.

Lo sé, suena como que tenemos todo el peso del universo sobre nuestros hombros cuando se suponía que solo nos estábamos apuntando para la “sencilla” tarea de gestar, traer al mundo y educar a un ser humano.

Pero resulta que no, que no hay nada de sencillo en el asunto. Y a pesar de que en fechas como hoy cedemos a la tentación de romantizar la maternidad como un estado ideal de felicidad permanente, la realidad es que el camino de una madre está plagado de desvelos, sacrificios y miedos.

Nadie habla nunca del miedo que sentimos las madres. Desde el mismo momento en que tenemos conciencia de la vida que crece en nuestro interior ya empezamos a temblar. Nos preocupa perder el embarazo, que el bebé tenga alguna malformación, nos asusta el parto, la lactancia, nos quitan el sueño las fiebres, las 24 horas del díanos aterra la posibilidad de que algo malo le ocurra a nuestros hijos. Es un bombillito rojo de alarma prendido permanentemente en nuestro cerebro que no nos permite bajar jamás la guardia.

Ser madre no es nada fácil. No se parece a las fotos de las postales, donde las madres lucen pulcras, hermosas y siempre sonrientes con sus bebés. La maternidad real está llena de ojeras, de cuerpos agotados, de duchas rápidas, de comer a deshora, de escuchar “La vaca Lola” hasta odiar al pobre animal, de limpiar cacas, buches y vómitos, de lavar mucho y limpiar la casa como poseídas para que el bebé pueda jugar en el piso, de hacer comidas que estén listas a la hora en punto y olvidarse de aquello de “hoy no cocino y comemos pan con cualquier cosa”.

¿Qué te gustan el cine y el teatro? Olvídalo por unos cuantos años, a no ser que tengas una tía o abuela que te apoye y lo cuide para que puedas volver a tu vida social. De lo contrario, vete despidiendo de las pachangas nocturnas con las amigas en la discoteca Ahora lo que vas a tener son muchos parques de diversiones, payasos y cumpleaños infantiles.

Cuando salgas de compras, ya no vas a mirar esos preciosos zapatos de tacón talla 38. Andarás mirando aquellos zapaticos con el dibujo animado que le encanta a tu nené. Renunciarás a comerte el chocolate que te acaban de regalar para llevárselo de sorpresa cuando lo recojas en la escuela.

¿Que hoy amaneciste con gripe y quieres quedarte en cama todo el día? Estás bromeando, ¿verdad? ¡Mamá nunca se enferma!

¿Noche romántica con tu esposo? ¡Espera, espera, no te quedes dormida!

Tendrás que ponerle ganas y un doble de esfuerzo a la relación de pareja, para que no se resienta.

Te esforzarás por hacerle entender a tus jefes que cuando el niño se enferma no puedes ir a la oficina durante toda una semana.

Aprenderás a hacer malabares para planificar tus vacaciones de modo que coincidan con las semanas de receso y las vacaciones de verano escolares.

¿Y qué decir de la dura tarea de ser madre en una Cuba pandémica que atraviesa una crisis económica? A las que nos ha tocado tener hijos en los últimos 3 años habría que hacernos un monumento a la resistencia, la dedicación, la valentía y el sacrificio.

Denme un momento, que mi hijo se acaba de despertar de su siesta y me reclama.

¡Ay, qué bostezo! ¿Dormiste bien, ángel mío? Una sonrisa para mami… ¡aww, cosita hermosa!

Ya estoy de vuelta. ¿De qué hablábamos? ¡Ah, sí, de la maternidad!

¡Ay, qué lindo es ser madre! Yo no imagino la vida sin mi hijo, cuando me sonríe se me olvidan de pronto todos los problemas del universo. No hay nada más bello que esas manitas acariciando mi cara o su risa que me ilumina el corazón.

Las aparentemente interminables noches de lactancia han quedado atrás, pero les aseguro que esos ratos en el sillón, a solas los dos, fueron los mejores instantes de aquellos primeros meses tras el nacimiento, y disfruté cada segundo de esa experiencia increíble que fue alimentarlo de mí, con ese vínculo cómplice único que solo las madres podemos disfrutar.

Desde que mi hijo nació no sé lo que es el descanso, pero tampoco lo que es la tristeza. Y es que este niño siempre me hace reír con sus ocurrencias. Es un pícaro travieso, siempre inventando algo. Nunca paro de sorprenderme con cada progreso, a veces es una palabra que aprendió, otras una nueva habilidad. Avanza tan rápido que me asusta despertar un día y encontrar que se me ha convertido ya en un hombrecito. Por eso trato de no perderme de nada, de estar atenta a cada detalle y participar de sus juegos.

Con él vuelvo a ser niña y también aprendo a ser mejor persona. Mirar el mundo a través de la inocencia de sus ojos me hace crecer de una manera que jamás hubiera sospechado.

He aprendido, por ejemplo, a ser paciente cuando vamos por la calle y él se empeña en bajarse del coche para ir caminando. Es cierto que vamos a demorar mucho más en llegar, porque sus pasitos son cortos, pero también me di cuenta de lo tanto que disfruta de esa pequeña independencia recién conquistada, puede ver mejor lo que le rodea, y satisfacer su curiosidad. Está aprendiendo mientras observa, me digo. Y solo por eso valen la pena los minutos que perdamos.

He aprendido también a no perder la calma ante sus travesuras porque sé que las hace sin maldad. Así que me río mientras lo enseño a recoger todos los zapatos que lanzó al suelo del cuarto. Y me prometo mentalmente estar más atenta la próxima vez para evitar el desastre, pero entre nos, estoy consciente de que lo volverá a hacer, mil veces más, hasta un día en que ya no le parezca un juego interesante.

Por las noches, antes de dormir, leemos un cuento del libro Había una vez. Bueno, si voy a ser franca confieso que lo intentamos. Porque él prefiere jugar a quitarme el libro de las manos para hojearlo y ver los dibujos. ¡Llevamos dos días con La cucarachita Martina! Pero lo lograremos.

Limpiar cacas nunca fue tan divertido. Él, tendido de espaldas, me observa atentamente mientras voy zafando el culerito. Sabe lo que viene, y le encanta. Cuando yo exclamo, fingiendo sorpresa, ¨ ¡Ay, qué peste!¨ él se muere de la risa y yo también.

Juega a los escondidos de la manera más curiosa. Apenas se tapa los ojos y yo me hago la que no lo encuentro. ¨Papá, ¿has visto al niño?¨ inquiero enseguida. ¨No¨ me responde mi esposo. ¨ ¡Traaaa!¨ se ríe el pilluelo mientras se descubre los ojos y nosotros nos derretimos de ternura.

Volver al trabajo luego del periodo de licencia de maternidad fue muy duro. Él se ha adaptado al círculo mejor que yo a su ausencia. Paso el día en la oficina contando los minutos que me faltan para abrazarlo. Cuando lo veo aparecer de la mano de su seño y me mira con sus ojitos brillantes de alegría, ya adivino su sonrisa oculta bajo el nasobuco y se me entibia el alma.

Un segundo, por favor.

¿Tienes hambre? Ya voy, cariño.

Podría seguir conversando con ustedes todo el día, y les haría cientos de anécdotas, pero aquí hay un pequeño tirano que reclama su merienda y como su más fiel súbdita no debo tardar en atender su pedido.

Solo les diré una última cosa:

Los hijos implican un sacrificio en salud, tiempo, economía ¡y hasta en privacidad! (nunca más irán al baño solas, anoten eso por ahí), pero a la vez es la oportunidad de sentir y entregar un amor inmenso que ni sabían que eran capaces de sentir. Es una responsabilidad gigantesca, pero también la experiencia más hermosa que vivirán. Se los aseguro.

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