II
Al cabo de casi un decenio desde enero del 59, la tensión entre heterodoxia y ortodoxia sería uno de los rasgos distintivos del panorama cubano. 1968 fue un año clave en ese sentido.
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Precisamente por sus herejías, los soviéticos veían el proceso cubano con desconfianza y recelo, o a lo sumo como al principio mismo: una obra de unos muchachos barbudos pequeño-burgueses que tenían que ser guiados por el verdadero camino. Foco guerrillero vs. lucha de masas. Voluntarismo vs. planificación centralizada. Realismo socialista vs. pluralidad. Sobre este último punto, en “El socialismo y el hombre en Cuba” (1965) el Che Guevara había escrito contra cualquier zhadonovismo tropical posible:
En países que pasaron por un proceso similar [se refiere a los de Europa del Este, A.P.] se pretendió combatir estas tendencias con un dogmatismo exagerado. La cultura general se convirtió casi en un tabú y se proclamó summum de la aspiración cultural una representación formalmente exacta de la naturaleza, convirtiéndose esta, luego, en una representación mecánica de la realidad social que se quería hacer ver; la sociedad ideal, casi sin conflictos ni contradicciones, que se buscaba crear….
Se busca entonces la simplificación, lo que entiende todo el mundo, que es lo que entienden los funcionarios. Se anula la auténtica investigación artística y se reduce el problema de la cultura general a una apropiación del presente socialista y del pasado muerto (por tanto, no peligroso). Así nace el realismo socialista sobre las bases del arte del siglo pasado.
Concluyendo lo siguiente:
No se pretenda condenar a todas las formas de arte posteriores a la primera mitad del siglo XIX desde el trono pontificio del realismo a ultranza, pues se caería en un error proudhoniano de retorno al pasado.