Cuando tenía diez años, mi peor pesadilla escolar era que me registraran la maleta. No por el bultico de gasa y algodón o el blumito de repuesto para “esos días” (ninguna otra niña del aula lo necesitaba aún, y los varones lo respetaban con asco), sino por una llavecita inglesa y otros chuches de mecánica que siempre cargaba, y fascinaban a mis condiscípulos.
Como otras herramientas, la susodicha pasó a mi poder tras ganarle a mi papá en algún debate sobre matemática, mecánica o física elemental, y estuvo entre mis tesoros hasta hace poco, cuando se extravió en una emergencia callejera con la Bella.
De muchos apuros me sacó por décadas con esa y otras bicis (y a otros, porque yo la prestaba con agrado), y también me era útil cuando se tupía alguna bomba de agua de mi trabajo o cogía botella en la autopista y se dañaba un carburador.
Sin embargo, su mayor servicio no fue apretando o soltando tuercas, sino como pretexto para el diálogo en carretera: cuando los choferes se ponían inquietos de manos o verbo, yo sacaba un caramelo o una galletita, como quien no quiere las cosas, y “de paso” salían mi navaja multipropósito y la llave.
No puedo explicar su efecto mágico, pero los ojos de mis interlocutores se agrandaban como ruedas y la conversación seguía un curso más respetuoso… Y no: juro que no era por el perfilocortante (cualquiera sabe lo difícil que es abrirlo y eso no ayuda para persuadir a supuestos agresores), sino por el otro amuleto ferroso, que resaltaba por su anacronismo en la cartera de una joven mujer.
A la larga, ambos me ayudaron a ganar apuestas cuando en algún fetecún laboral o entre amistades un chistoso proponía hacer la noche a costa de lo que cargamos las mujeres al salir, y allá íbamos todas a voltear el contenido de bolsos, carteras, mochilas u otros jolongos, entre risas, chiflidos y asombros.
Más allá de lo estereotipado del convite (y de mi nota siempre discordante en ese juego), reconozco que solemos andar con muchos “porsiacasos” que pasan años sin cumplir su función. He visto hasta sondas de urología y set de suturas mezclados con curitas, creyones para labios, spray antiasma, repelente de mosquitos, cremas para el sol o el dolor…
Como a veces combinamos peletería y vestuario, hay cosas que mudan de uno a otro fardo varias veces al mes como contrabando de supersticioso resguardo. La lista varía según edad, oficio y salud de la portante, su estado civil y sentimental, nivel de autoestima y destino inmediato, crianza y vocación para resolver problemas ajenos… pero no hay dudas de que la maternidad marca un antes y un después en el contenido y el continente a cargar.
Cada quien tiene su experiencia en este acápite, pero seguro coincidimos en que no es lo mismo llevar condones y pastillas anticonceptivas que biberones, culeros y juguetes chillones… Como no inspira igual un kit para noches de farra (con tanga y esposas acolchadas) que uno con colonia y cartuchos para el mareo para nenes a partir de los dos años.
Tampoco se compara cargar voluntariamente cucuruchos de papel por la pereza de no depurar el bolso, que regresar tras un largo día arrastrando piedras, engranajes o terrones “caídos” entre tus pertenencias… ¿Verdad, Taymi?
Si algo es común en cualquier bolso femenino es que el celular no aparezca antes de los cinco, seis timbrazos, tal vez más… Él está ahí, probablemente dentro de una carterita tejida o un estuchito protector, pero antes hay que sacar agenda, vaso, fósforos, íntimas, aguja e hilo, espejito, nasobucos, abanico, sombrilla y un montón de jabitas “paloqueaparezca”.
¿Que se diseñan bolsillos exclusivos para móviles? Pues sí… incluso cambian de ancho y profundidad para adaptarse a los modelos anunciados por las grandes compañías telefónicas… pero los expertos en hacerlos cambiar de dueña(o)s también siguen la moda, así que nosotras preferimos guardarlos en un rincón recóndito, cuando no lo soltamos como sea mientras lidiamos con nenes-bolsas-ventoleras-jamoneros-menudo…
Si por este Día de las madres mi hijo decidiera regalarme una maleta, me encantaría que fuera como la de la peli Animales fantásticos y dónde encontrarlos… fabuloso símil de la magia que logramos con pocos centímetros cúbicos de equipaje.
Pero si no la encuentra, me conformo con seguir heredando sus mochilas, llenas de bolsillitos y zíperes donde esconder condones, bolígrafos casi sin tinta, vibradores de diversos tamaños (para escandalizar en la entrada de la lanchita), una sucedánea de aquella multipropósito que también perdí, y una nueva 8/10 que espero tumbarle pronto a mi papito, que aún me regala cosas útiles cuando le pruebo que mis “femeninas” habilidades técnicas pueden igualar o superar a las suyas.