LA HABANA, Cuba. — Con frecuencia se oye decir que los viejitos de este país conforman una generación de descarte, que lo que se quiera hacer por el futuro de Cuba debe llevarse a cabo sin contar con ellos. Hay que perdonarles todo —dicen— porque son las grandes víctimas de la farsa socialista. Ellos auparon a Fidel Castro y aplaudieron cada insensatez que salió de su boca. Creyeron ciegamente en el máximo líder y, cuando se percataron de que el caudillo era un loco de atar, incapaz de cumplir la más pequeña de sus promesas, prefirieron la negación antes que reconocer que habían sido manipulados.
El fanatismo que generó la figura de Fidel Castro malogró a millones de cubanos, muchos de los cuales insisten en seguir formando parte de la vanguardia artrítica de la revolución. El video que por estos días se ha hecho viral en redes sociales, donde dos ancianos increpan a una turista española por filmar la cola del pan normado en Trinidad, es una muestra del daño irreversible que sufrieron personas como Xiomara, la enérgica señora que ofende y grita consignas y que, según los cibernautas, es mantenida por sus familiares desde el “capitalismo brutal”.
Aunque dicha información no ha sido verificada, no son pocos los ancianos que defienden el castrismo mientras viven, comen y se visten gracias a la emigración cubana. Es sabio proteger a la familia de las veleidades de la política, como también lo es admitir que a estas alturas no se puede pretender que generaciones atrofiadas por desfiles, guardias cederistas, trabajos voluntarios y planes económicos delirantes renuncien a la convicción que devoró sus mejores años. Los hijos y nietos de viejitos combativos como Xiomara no pueden ni deben dejar de asistir a sus mayores. El lazo que los une está por encima de cualquier remilgo político-ideológico.
Lo que sí pueden hacer los emigrados es explicarles a sus padres y abuelos, que del “Patria o Muerte, Venceremos” el pueblo solo ha conocido la muerte; que la patria terminó por convertirse en un potro de tormentos donde hemos sufrido lo indecible; que los cubanos no hemos podido vencer a ninguna de las bestias que nos han acosado desde el día en que nacimos: miseria, miedo y represión.
Esos hijos que un día decidieron que el socialismo no servía, y marcharon a rehacer su vida en la generosa tierra del “enemigo”, deberían hacerle notar a sus padres fidelistas que si no fuera por las remesas, la paquetería y los combos de comida que llegan desde el “imperio”, ellos estarían como la mayoría de los viejos cubanos: transidos de hambre, padeciendo dolores sin una pastilla para calmarlos, con la ropa llena de zurcidos y un único par de zapatos remendados y vueltos a remendar.
El regalo de los cubanos de hoy a sus padres y abuelos, que pertenecen a aquella generación hipnotizada, es precisamente devolverles el sentido común, y algo de empatía que les ayude a entender que las consignas han hecho muy fácil para los verdugos enviar jóvenes a prisión, o expulsarlos en masa para que siembren con sus cadáveres los mares, selvas y ríos de América.
Esos viejitos combativos no solo merecen hacer cola para comprar el pan normado. También deberían comérselo, sentir su sabor ácido y textura asquerosa; degustar el pan de la revolución, que ni siquiera ha podido garantizar un desayuno decente para sus ciudadanos. Luego pueden irse a chupar los antiácidos que les mandan sus hijos desde el norte; pero primero que se enteren de que Cuba se ha convertido en un país donde la inmensa mayoría de los ancianos comen lo que aparece y lo hacen con miedo a sufrir acidez estomacal o reflujo porque no tienen antiácidos importados ni bicarbonato con limón ni lechita fría para aliviarlos.
Viejitos de “Patria o Muerte”
Los viejitos de “Patria o Muerte” pertenecen a una generación lobotomizada; pero sus descendientes no, y con mil amores pueden explicarles la verdad de las cosas. Ellos necesitan saber que mientras degluten sin preocupaciones la comida que sus parientes emigrados pagan en dólares, hay madres a las que un mendrugo de pan se les atora en el gaznate pensando en sus hijos presos políticos por haber gritado “Patria y Vida”, lo opuesto a la consigna que con tanta desfachatez escupió la inefable Xiomara en la cara de la joven española.
Tanto los hijos emigrados como los que sufren bajo la dictadura dentro de la Isla, deberían recomendarles a sus mayores que vean menos noticieros, y aclararles que es mentira que en España, o cualquier otro país atacado por la propaganda oficialista, la cosa está peor que en Cuba. Una parte esencial del amor filial consiste en evitar, hasta donde sea posible, que los seres queridos vayan por ahí haciendo el ridículo.
Es cierto que a la generación de Xiomara no se le puede cambiar el chip, y que debemos aceptar la incómoda verdad de que nuestros padres contribuyeron, ingenuamente o con alevosía, a destruir el país. Muchos rompieron el sortilegio y hoy llaman a la dictadura por su nombre. Otros admitieron el engaño, pero han decidido callar por miedo. Algunos, como Xiomara, sufren de incontinencia y el comecandela se les suelta en modo acto de repudio.
Epifanías, mea culpas y exabruptos fidelistas son parte del legado que carga la Cuba envejecida de estos tiempos. El futuro que anhelamos pasa sin lugar a dudas por el perdón, la justicia y la reconciliación; pero también por el coraje y la sabiduría de hacerles saber a nuestros padres y abuelos que ya es hora de parar.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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