Dieron las 10:30 de la mañana del 27 de abril en los relojes de La Habana y sobre el mármol frío de la tumba no había flores. Una treintena de amigos y admiradores llegó desde Pinar del Río, leyeron un poema, guardaron un minuto de silencio y dejaron una corona de girasoles. Por 25 años Dulce María Loynaz ha estado en esa tumba, aniversario cerrado.
En el coloquio dedicado a la mujer que ganara en 1992 el máximo galardón de las letras hispanas, el Premio Cervantes, estaban los representantes del Centro Cultural Dulce María Loynaz de la Habana y del Centro Cultural Hermanos Loynaz, de Pinar del Río. No había casi prensa, solo un pequeño equipo de Telepinar y una periodista del Granma.
Pero quizá ella lo hubiese preferido así. Según contó José Antonio Martínez Osada, quien fuera amigo y admirador de su obra, no dejaba entrar a cualquiera en su pequeño mundo de la casona del Vedado. Él era un joven pianista pinareño cuando decidió tocar a la puerta de esa mujer cuya obra tanto admiraba y que era todo un misterio para los cubanos de finales de los 60. Ella le habló desde el jardín un domingo en la mañana: «Váyase, Dulce María no recibe visitas».
Cuenta que no la reconoció y se fue, pero en el camino de regreso decidió que no se podía dejar vencer tan fácil. Así que le escribió una carta, que marcaría el inicio de una amistad para toda la vida y 20 años de correspondencia. Estas cartas serán publicadas por primera vez en el libro Otras cartas que no se perdieron, de Ediciones Loynaz, próximo a imprimirse.
En las misivas no encontramos a la escritora legendaria, sino a una mujer común, con los pesares de otra cualquiera, cansada. «Pero ¿qué puedo hacer? Pertenezco a una familia sin retoños que se va extinguiendo penosamente y yo soy de sus miembros, quien todavía puede, para sí y para los otros, desplegar alguna actividad. La esctrictamente necesaria», escribiera en 1972.
Ambos centros culturales se empeñan en la tarea de no dejar morir el recuerdo ni el legado de tan aclamada figura de las letras cubanas. Teolina Álvarez, profesora y seguidora de su obra, se refiere a ella como la poetisa más importante del siglo XX cubano.
Es imposible no sentirse impresionado al entrar a la casa que fue su templo, al ser recibido por la hermosa Safo de Lesbos, poeta y musa a la vez. Otras estatuas y fuentes observan desde los más diversos rincones y, si hay suficiente silencio, quizá se pueda oir el caminar cansado de una mujer que sintió mucho, vio mucho, vivió mucho, y que necesitamos que siga viviendo.