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La Primavera de Praga. Realidades y lecciones

El 5 de abril de 1968, el Comité Central del Partido Comunista de Checoslovaquia (PCCH) adoptó en sesión plenaria el Programa de Acción para una profunda reforma económica, política y cultural que debería conducir a un «socialismo con rostro humano».

El documento contenía las transformaciones que se pretendían como parte de lo que entonces se llamó la Primavera de Praga. Como es sabido, la dirección del PCCH, encabezada por Alexander Dubček, no pudo aplicarlo debido a la invasión de tropas soviéticas y de otros países del Pacto de Varsovia, ocurrida en agosto de ese mismo año bajo el argumento de «evitar la restauración del capitalismo».

Las reformas de Checoslovaquia se planteaban en momentos en que la dirigencia soviética, encabezada por Leonid Brezhnev, descartaba algunas de las medidas adoptadas bajo la dirección de Nikita Jruschov y prácticamente engavetaba las reformas económicas que trató de impulsar Alexei Kosyguin a fines de 1964, al asumir el cargo de primer ministro.

El rechazo soviético fue compartido por los líderes de Alemania Oriental, Polonia, Hungría y Bulgaria. La Rumania de Ceaușescu defendió el derecho de cada partido a adoptar soberanamente sus políticas, pero no apoyó las reformas de Dubček, y, al igual que en los demás países, impidió la publicación del Programa de Acción.

La crisis checoslovaca

Checoslovaquia fue uno de los países que menos profundizó en el proceso de desestalinización impulsado por Jruschov. Klement Gottwald, principal dirigente comunista checoslovaco, y representante fiel del estalinismo, falleció el 14 de marzo de 1953. Fue sucedido por Antonín Novotný, miembro del grupo más conservador y pro-estalinista del Partido. En 1957, tras el fallecimiento de Antonín Zapotocký, asumirá también la presidencia de la República como era usual en otros estados socialistas.

Bajo su gobierno se mantuvo una fuerte censura sobre la literatura, las artes y los medios de comunicación, así como métodos de administración centralizada de la economía. En materia económica, la versión checoslovaca del estalinismo fue un modelo de desarrollo basado en la industria pesada, a pesar de que ese país contaba, a diferencia de la mayor parte de los de Europa Oriental, con una tradición industrial en la parte checa que se remontaba al siglo XIX, cuando integraba el Imperio Austrohúngaro, pero centrada principalmente en la industria ligera y de bienes de consumo.

Primavera de Praga

Alexander Dubček

El cambio de modelo, unido a la ruptura de vínculos comerciales tradicionales con Occidente, trajo consecuencias negativas al desarrollo económico del país y al nivel de vida de la población. La atención a las demandas del mercado fue reemplazada por directrices centralizadas del Partido y del Gobierno. La dirección del país, parafraseando al Premio Nobel Paul Samuelson, escogió cañones en lugar de mantequilla. Para fabricar armas y otras maquinarias, redujo la producción de bienes de consumo y alimentos.

En la década de los sesenta, la economía checoslovaca había perdido dinamismo. El crecimiento promedio anual del producto material neto (PMN) (1) descendió de 8,1% en el quinquenio 1951-55,  a 7,0% en el período 1956-60 y a solo 1,9% entre 1961-65. (2) Ese descenso se notó especialmente en el bienestar de la población que, no obstante, era uno de los más altos de los llamados países socialistas.

Entre los principales problemas estructurales se identificaban: deficiencias del sistema de planificación centralizada que llevaba a decisiones voluntaristas sin considerar las realidades económicas; severos problemas logísticos; escasa diferencia salarial entre trabajadores con formación profesional y técnica y aquellos que no la tenían; escasez de materias primas; retraso tecnológico; escasa iniciativa empresarial en las empresas estatales; ralentización de la producción agropecuaria debido a la colectivización y a falta de incentivos de los agricultores.

En consecuencia, comenzaron a escucharse dentro de la academia y los sectores reformistas del Partido, voces favorables a la adopción de reformas que impulsaran el crecimiento y mejoraran el bienestar de la sociedad. En 1963 se creó una comisión de expertos encabezada por el economista Ota Šik, director del Instituto de Economía de la Academia de Ciencias de Checoslovaquia y miembro del Comité Central del Partido, con el fin de proponer medidas que permitieran superar el estancamiento.

Las conclusiones de la comisión resultaron una severa crítica a la burocratización de la economía, debido a la administración centralizada. Plantearon la necesidad de introducir mecanismos de mercado en la regulación de la producción, junto al mantenimiento de una planificación sustentada en realidades económicas y no en los deseos subjetivos de la burocracia; el uso de estímulos económicos para el impulso de la producción; el reconocimiento de la función económica de los precios y de su flexibilidad; que los colectivos laborales eligieran a los gerentes y existiera una mayor democratización de las decisiones económicas; entre otras cuestiones fundamentales de la construcción socialista.

El XIII Congreso del PCCH, en 1966, puso en marcha algunas propuestas de la comisión, pero no se obtuvieron resultados significativos, debido a que —de acuerdo con Luis Zaragoza en Las flores y los tanques. Un regreso a la Primavera de Praga— las medidas se aplicaron «de manera parcial, retardada e inconsecuente». El grupo conservador encabezado por Novotny, frenó las reformas porque ellas desmontaban el sistema centralizado en que se sustentaba su inmenso poder. El inmovilismo político se impuso a la reforma económica. Sin embargo, dentro de las máximas estructuras del poder político apareció un sector partidario de cambios económicos profundos.

En aquellos tiempos la idea del socialismo no era cuestionada por la mayor parte de la sociedad, pero se discutía sobre la gestión de la dirigencia y especialmente respecto a la desvinculación del partido con el resto de la población. Asimismo, se planteaba la necesidad de introducir cambios conducentes a una democratización, de ahí que, en la medida que se mantenían el estancamiento económico y la censura ideológica, crecieron los reclamos para una profunda reforma política.

Primavera de Praga

Antonín Novotný

Durante el 4º Congreso de la Unión de Escritores Checoslovacos, en junio de 1967, varios destacados miembros demandaron la eliminación de la censura e hicieron duras críticas a la política nacional e internacional. Entre ellos estuvieron Milan Kundera, Pável Kohout, Ludvík Vaculík, Jan Procházka, Antonín Liehm y Václav Hável. Esto desató una respuesta represiva por parte del aparato ideológico partidista, consistente en estigmatizaciones públicas y expulsiones del Partido.

El 30 de octubre comenzó la sesión plenaria del Comité Central, en la que el equipo dirigente presentó una resolución «sobre la posición y el papel del Partido en la fase actual de desarrollo de nuestra sociedad socialista» que, según Luis Zaragoza, causó decepción en un grupo importante de miembros del Comité Central por su enfoque conservador.

En dicho Pleno, Alexander Dubček —entonces primer secretario del PC de Eslovaquia—, pronunció un discurso crítico con el estancamiento y el conservadurismo; insistió en que potenciar los logros del socialismo significaba alcanzar victorias económicas y sociales; planteó la necesidad de adoptar nuevos métodos de dirección política y gestión económica; señaló la acumulación de funciones en el Partido y el Estado; reclamó la participación de las organizaciones de base en la vida del Partido, y un cambio de actitud de las autoridades centrales respecto a las demandas eslovacas.

Novotny y sus aliados atacaron a Dubček acusándolo de «nacionalismo» y «reformismo burgués», pero varios miembros del Comité Central lo apoyaron, lo cual marcó una fractura en este órgano e incluso también en el Presídium —equivalía al Buró Político en otros partidos—, que se tradujo en una lucha por el poder.

El siguiente pleno, entre el 3 y el 5 de enero de 1968, aprobó la separación de funciones en la máxima dirección del Partido y el Estado. Antonín Novotný fue reemplazado como primer secretario del PCCH por Alexander Dubček, sin embargo, en esencia persistía la falta de unidad entre el grupo partidario de las reformas y el grupo conservador.

Entre enero y abril de 1968, se desató un amplio debate en medios de comunicación y círculos intelectuales. Dentro de los temas en discusión estaban, tanto el modelo económico como el sistema político y el rol del Partido. Se publicaron en tal sentido numerosos artículos que exigían revisar los procesos judiciales de los años cincuenta y la rehabilitación total de las víctimas de represión estalinista.

También se expresaron opiniones que cuestionaban abiertamente al socialismo y eran favorables a restablecer el sistema de democracia representativa. Sin embargo, una parte considerable de la sociedad estaba a favor del establecimiento de una verdadera democracia socialista. La cuestión de la democracia pasó inmediatamente a primer plano, pues su ausencia era entendida como la razón que obstaculizaba los cambios necesarios en el modelo económico.

Los debates en medios culturales y académicos no se tradujeron en protestas populares o manifestaciones, como las ocurridas en Berlín Oriental en 1953 o Hungría y Polonia en 1956. Tampoco se produjeron protestas en fábricas ni revueltas campesinas.

No obstante, entre los líderes soviéticos y del Pacto de Varsovia existía preocupación por la eliminación de la censura y la posible pérdida de control por parte del Partido, así como por el efecto de contagio que esto podría tener en sus propios países. Por ello presionaban a Dubček y a otros dirigentes checoslovacos en la línea de frenar las críticas al pasado y prohibir los cuestionamientos al «socialismo realmente existente». En sus memorias, tituladas en inglés Hope Dies Last, el dirigente checoslovaco expone sus intentos por tranquilizar a los líderes de los «partidos hermanos» sin ceder en el objetivo de transformar la sociedad checoslovaca.

Novotný, a pesar de no dirigir el Partido, conservaba un poder considerable desde la jefatura del Estado y contaba con importantes aliados entre los países del Pacto de Varsovia. A pesar de ello, en marzo de 1968 uno de los principales apoyos internos del presidente, el general Jan Šejná —jefe del secretariado del Partido en el Ministerio de Defensa—, escapó a Occidente antes de ser apresado por una investigación de corrupción, según la cual se había apropiado ilegalmente de 300.000 coronas checas. La prensa comenzó a exigir la renuncia del presidente, que finalmente fue reemplazado por el general Ludvík Svoboda, héroe en ambas guerras mundiales y represaliado durante el estalinismo.

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Ludvík Svoboda

El Pleno de abril y el Programa de Acción

Tras la caída de Novotný, el grupo reformista logró la mayoría en el pleno del Comité Central a principios de abril, donde se ratificó a Dubček como primer secretario, se eligió un nuevo Presídium y se adoptó el Programa de Acción. Este último planteó una profunda reforma en el sistema político, el mecanismo económico, el rol del Partido en la sociedad, el papel del Estado en la economía, la política exterior, así como las cuestiones relacionadas con la ciencia, la educación y la cultura.

Es pertinente que mencionemos a continuación las principales cuestiones abordadas en el Programa de Acción, con el fin de que los lectores extraigan lecciones adecuadas de las ideas que inspiraron la Primavera de Praga.

– En la reforma del sistema político, la principal decisión se centró en el establecimiento de una «democracia socialista», garantía de la libertad de elección de los cuerpos colegiados del Estado; así como en la libertad de reunión, asociación y expresión para todos los ciudadanos y grupos sociales en la vida política del país, y en la eliminación de todo tipo de censura ideológica.

También se decidió establecer una estructura federal del Estado, con una república checa y otra eslovaca que detentaran autonomía e igualdad de derechos y representación en los órganos federales de poder. Además, se defendían los derechos de las minorías nacionales húngara, polaca, ucraniana y alemana. En tal sentido, se consideró la necesidad de elaborar una nueva Constitución.

El Programa incluyó la separación de funciones entre el Partido y el Estado, y trasladaba a los órganos estatales y de gobierno la responsabilidad de las funciones que les eran inherentes. Encaminado a ello, se conminaba a la Asamblea Federal a ejercer su función como órgano supremo del poder del Estado y controlar la gestión del gobierno. Por otra parte, se establecía la obligatoriedad de rendición de cuentas de los dirigentes del Estado, no solo ante el parlamento sino ante la sociedad, a través del escrutinio de su labor en los medios de prensa.

-En la reforma económica se promovió un modelo de desarrollo intensivo, orientado a mejorar el nivel de vida de la población a partir de una mayor productividad y calidad de la producción, utilizando incentivos económicos en lugar de mecanismos de movilización ideológica y métodos coercitivos.

El Programa le apostaba a un cambio estructural de la economía a través del despliegue del «mercado socialista», combinado con un sistema de planificación que tuviera en cuenta «las condiciones objetivas» y estuviera desprovisto de su tradicional estilo directivo. Al mismo tiempo, se insistía en la independencia y total responsabilidad de las empresas en su gestión, así como en que los cuerpos directivos de las mismas fueran elegidos por los trabajadores.

También incluía el derecho de los consumidores a determinar su consumo y estilo de vida, a la libre selección de su actividad laboral, así como la posibilidad real de los grupos de trabajadores y ciudadanos a formular y defender sus intereses en la determinación de la política económica.

Por otra parte, instaba a democratizar la labor de los sindicatos y a rescatar su primordial función de defender los intereses de los trabajadores. Exhortaba a los miembros del Partido dentro de estas organizaciones a cumplir con esa función, debido a que la simbiosis entre el Partido, el Estado y la administración había desnaturalizado su razón de ser.

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Ciudadanos no armados les gritan “Fascistas” y “¡Regresen a sus casas!” a los militares soviéticos. (Foto: PhotoQuest/Getty Images)

En el caso de la producción agrícola, defendía la independencia de las granjas estatales y las cooperativas en sus decisiones económicas, financieras y operativas, así como la responsabilidad de las mismas sin la tutela de organizaciones estatales, planteaba igualmente una política de apoyo a los campesinos privados.

También enfatizaba en el desarrollo de un marco legal que permitiera la creación de pequeñas empresas privadas en el sector de los servicios.

El Programa analizó con amplitud el rol del Estado en la economía. El proceso de toma de decisiones respecto al plan y la política económica debía ser resultado tanto de un proceso de confrontación mutua, como de armonización de los diversos intereses —empresas, consumidores, empleados, diversos grupos sociales, naciones, etc.— y de la combinación entre el desarrollo a largo plazo de la economía y la ineludible prosperidad inmediata.

Se atribuía especial importancia a la fundamentación científica del proceso de planificación frente al tradicional subjetivismo de decisiones sin fundamento económico. Se convocaba a desmontar monopolios estatales que generaban sobrecostos, ineficiencia e insuficiente calidad en la producción de bienes y la prestación de servicios. Por otra parte, se pretendía que la economía checoslovaca ganara en flexibilidad y adaptabilidad ante los cambios del mercado internacional, a partir del desarrollo científico y su aplicabilidad a la producción.

De manera especial, el Programa de Acción insistía en que la política económica debería centrarse en el mejoramiento del nivel de vida de la población, sumamente deteriorado, para lo cual era forzosa la adopción de una política inversionista que favoreciera a los sectores que influyen directamente en esto, además de una política que permitiera la elevación de salarios de acuerdo a los niveles de calificación y resultados del trabajo.

De igual modo se fundamentó que los precios en el mercado se basaran tanto en los costos de producción como en la correlación entre oferta y demanda. Se reconoció la existencia de bajas pensiones de jubilación que debían ser incrementadas, como también debía  facilitarse el empleo a las personas jubiladas e incrementar las provisiones de Seguridad Social, considerando el envejecimiento de la población. Los subsidios a la maternidad se incluían en estos aumentos.

-Respecto al rol del Partido Comunista en la sociedad, el Programa insistía en que su posición solo debería asegurarse a partir del libre reconocimiento a la calidad de su labor, su comprensión de los problemas reales y su capacidad de solucionarlos mediante su participación en los órganos de decisión del país.

En el documento puede leerse: «El Partido no puede hacer valer su autoridad. La autoridad debe ser ganada una y otra vez por la actividad del Partido. No puede forzar su línea a través de directivas. Debe depender del trabajo de sus miembros, de la veracidad de sus ideales».

Se rechazó así la concentración monopólica del poder en manos de la dirigencia del Partido, que se correspondía «con la falsa idea de que el Partido es el instrumento de la dictadura del proletariado», la cual debilitaba la iniciativa y la responsabilidad de los órganos estatales y de las instituciones económicas y sociales.

Incluso se planteó la necesidad de que el Partido fuera capaz de defender los derechos y las libertades de los no comunistas en la sociedad. Finalmente, en la definición de su rol en una sociedad socialista desarrollada, como se había proclamado en el 13º congreso del PCCH, resultaba imprescindible la democratización de la vida interna del Partido, reemplazando el «centralismo burocrático» por la democracia interna, de forma tal que se garantizara a los militantes de base influir en las decisiones principales de los órganos de dirección, que deberían ser elegidos democráticamente. Se planteó establecer mecanismos encaminados a  una dirección colectiva que impidiera la concentración del poder en una persona.

Teniendo en cuenta las graves violaciones a la legalidad cometidas en el pasado estalinista, se exigió investigar con toda transparencia los procesos de fines de los años cuarenta y principios de los cincuenta, que llevaron a condenas injustas y, en muchos casos, a la pena de muerte.

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Partido Comunista de Checoslovaquia.

Entre las esperanzas de la población y el rechazo de la burocracia

Con los aires de libertad que se respiraban en el país, también crecía la confrontación de ideas entre los partidarios de las reformas —que veían en ellas la esperanza de salvación del socialismo—, y sus oponentes, para quienes los cambios conducían al derrumbe del sistema.

Ambas posiciones podrían estar en lo cierto. El carácter burocrático del «socialismo real» era incapaz de construir una verdadera sociedad socialista, y su persistencia solo iba a conducir a lo que finalmente ocurrió veintiún años después: su derrumbe. Pero, al mismo tiempo, el socialismo únicamente podía tener esperanzas de éxito si era capaz de transformarse en una sociedad libre y democrática.

En otros países de la llamada comunidad socialista, aunque la población no disponía de información suficiente y precisa acerca de los cambios que tenían lugar en Checoslovaquia, comenzaron debates en ciertos medios intelectuales, e incluso dentro de los partidos dirigentes sobre la pertinencia de dichas transformaciones.

No cabe dudas de que la propuesta del Programa de Acción representaba una profunda sacudida al sistema predominante durante dos décadas, pero reflejaba la convicción de sus autores de que las reformas debían ser integrales, sistémicas y estructurales, porque los cambios parciales no conducirían a resultados positivos y demorarían excesivamente las transformaciones.

El Programa de Acción atacaba precisamente los fundamentos del «socialismo burocrático», que se impuso como único modelo posible a partir de la experiencia generalizada del estalinismo y que aún predominaba en la Unión Soviética y la «comunidad socialista».

El tipo de socialismo que proponía recogía los avances políticos y las libertades logradas en las democracias burguesas —de las que Checoslovaquia hizo parte entre 1918 y 1938—, y proponía construir sobre ellos una democracia socialista, en la que la clase trabajadora —obreros, campesinos, intelectuales y trabajadores en general—, no fuera una simple espectadora del proceso, sino que participara libre y directamente de la vida política. Pero ese tipo de socialismo atacaba los fundamentos del poder de la burocracia y amenazaba severamente sus intereses de clase.

En sus memorias, Dubček menciona la reacción negativa de la dirigencia soviética frente al Programa de Acción del PCCH. Brezhnev directamente los acusó de pretender la restauración del capitalismo. Reacciones similares se produjeron en los círculos de poder de Alemania Oriental, Polonia, Bulgaria y en menor medida en Hungría. Y también dentro de los grupos conservadores que aún permanecían en la dirigencia checoslovaca.

A diferencia de Hungría en 1956, Checoslovaquia no se planteaba en 1968 cambios esenciales en su política exterior. El programa ratificaba la alianza y cooperación con la Unión Soviética y los demás países socialistas como eje central del estatus internacional del país y aseguraba su permanencia en el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) y en el Tratado de Varsovia, con lo cual no se afectaba, en principio, el equilibrio político y militar europeo.

Sin embargo, de haber podido aplicarse este Programa de Acción, se habría erosionado la idea del único camino posible al socialismo que Stalin había impuesto a través del culto a su personalidad y a una despiadada represión ante cualquier tipo de disidencia, muy especialmente las que se producían desde posiciones revolucionarias y que, en lo fundamental, seguían existiendo en los países que se autodenominaban socialistas.

La supresión de la experiencia checoslovaca significó el triunfo de la contrarrevolución burocrática, que ha sido el peor enemigo del ideario socialista, porque al desvirtuarlo creó las condiciones para su incapacidad de transformación en otro modelo que pudiera rescatar sus valores en un clima de democracia y libertad, que fuera capaz de desplegar plenamente las capacidades productivas, intelectuales y creativas de los miembros de la sociedad en medio de relaciones basadas en la cooperación.

Por esa experiencia que fue vedada, la siguiente crisis, a fines de los años ochenta, arrasó con el sistema, pero propiciando, ahí sí, la restauración del capitalismo y en muchos casos en ausencia de democracia.

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