Azovstal es una gran área industrial de la era soviética ubicada en la tan mencionada por estos días ciudad de Mariupol, pretendida “plaza fuerte” de los grupos neonazis ucranianos frente a la operación militar de Rusia.
Según analistas, esa zona se convirtió en propiedad del magnate local Rinat Akhmetov luego de la disolución de la URSS, un personaje íntimamente ligado a los círculos oficiales de Kíev, y posee al menos 24 kilómetros de túneles cavados a 30 metros de profundidad y creados en los tiempos soviéticos para resistir incluso ataques nucleares enemigos.
Y allí están hoy cercados -hasta el momento que se escriben estas líneas- no menos de tres mil neonazis del denominado Batallón Azov junto a casi dos centenares y medio de asesores militares de la OTAN de diversas nacionalidades, y radican además las instalaciones del laboratorio secreto otanista PIT-404 dedicado al desarrollo de armas biológicas.
Ello explica por sí mismo, afirma sobre el caso la publicación Resumen Latinoamericano del 13 de abril último, que los sótanos de Azovstal constituyan un valioso objetivo para las tropas rusas e independentistas que les rodean, mientras en Kiev y Occidente los dolores de cabeza aumentan en la medida en que crece la posibilidad que los “secretos” hoy soterrados puedan ser abiertamente puestos sobre la mesa por los sitiadores, evidentemente empeñados en que los rigores del bloqueo hagan su infranqueable tarea de desgaste.
El propio presidente ucraniano, Volodymyr Zelenski, ya pronosticó el cercano final de la pretendida resistencia de los “valerosos chicos” de Azov, y precisó que la derrota en Mariupol será sumamente costosa para los batallones paramilitares a menos que se cuente con “armas poderosas” (¿) para socorrerles.
Los temblores también parecen extenderse a varios puntos de la geografía occidental.
Así, el apresamiento masivo que pretende Rusia podría, entre otras cosas, confirmar la solapada labor de entidades alemanas como el Instituto de Medicina Tropical Bernhard Nocht, con sede en Hamburgo, en los estudios patógenos en territorio ucraniano con fines agresivos, o la presencia entre los cercados en los túneles de Azovstal de oficiales de los ejércitos de los Estados Unidos, Canadá, Alemania, Francia, Italia, Turquía, Suecia, Polonia y Grecia.
En ese sentido el ya citado Resumen Latinoamericano escribió que el laboratorio biológico bajo la planta acerera de Azovstal, fue construido y era operado por Metabiota, una empresa vinculada a Hunter Biden (hijo del actual presidente norteamericano), Rinat Akhmetov, y el propio Volodymyr Zelensky.
“En esa instalación se realizaron pruebas de armas biológicas y miles de residentes de Mariupol se convirtieron en conejillos de indias”, concluye el informe periodístico.
Por demás, relatan otros medios de prensa, en días pasados fue derribado un helicóptero que pretendía evacuar del cerco al General de División estadounidense Roger L. Cloutier, quien fue capturado de inmediato por los milicianos del Donbás, en tanto trascendió la muerte de varios comandos de los servicios galos de inteligencia que intentaron rescatar a oficiales de la Legión Extranjera Francesa también bloqueados.
De manera que la derrota en Mariupol, completada con la rendición y apresamiento de los soterrados en Azovstal, demostraría que Rusia no ha mentido cuando identificó públicamente a Ucrania como la “línea roja” inviolable por Washington y el resto de la OTAN en su desboque al Este; cuando denunció la provocadora y creciente presencia militar directa del titulado Occidente en el vecino país; y cuando reveló como los mandos otanistas, bajo la batuta gringa, han hecho proliferar en suelo ucraniano ilegales centros de estudio y producción de armas bacteriológicas dirigidas contra Eurasia, y en cuya creación y sucias operaciones está involucrado incluso un “retoño” del descolocado presidente Joe Biden.