Cuando los fascistas italianos, encabezados por Benito Mussolini, realizaban su «marcha sobre Roma», que los llevó al poder en Italia en octubre de 1922, pocas personas en el mundo le prestaron atención. Lo vieron como algo exótico, propio del «carácter latino»; solo unos pocos denunciaron alarmados el peligro.
Poco después, en medio de un clima de profunda inestabilidad nacional en Alemania, Hitler y los nazis prepararon su intento de golpe de Estado los días 8 y 9 de noviembre de 1923, inspirados por la exitosa «marcha» fascista italiana.
El conocido como Putsch de la Cervecería fracasó entonces, pero el movimiento llamó la atención de los grandes magnates de la industria y de la alta clase militar y política alemana.
Mientras la serpiente fascista crecía y tomaba fuerza, las principales potencias capitalistas vieron la oportunidad de dirigirla contra la URSS y sacar provecho de la guerra posible. Los monopolios estadounidenses, ingleses y franceses se afilaron las garras.
En 1940, el apoyo material de EE. UU. al fascismo italiano sobrepasó los 600 millones de dólares (de la época). En 1938, Hitler, ya en el poder, compraba a crédito en los emporios británicos y franceses el 26 % de su mineral de hierro, el 52 % del caucho, el 60 % del cinc, el 61 % del manganeso, el 62 % del cobre y el 94 % del níquel.
La Comisión Nye Vanderberg reveló que Pratt and Whitney, Curtiss Wright y otras empresas estadounidenses vendieron miles de motores, aviones y piezas de aviación a la Luftwaffe.
Ya sabemos cómo terminó esta historia y todo el sufrimiento que trajo a la humanidad, el fascismo fue derrotado gracias al papel desempeñado por la URSS y al sacrificio de millones de hombres y mujeres que se levantaron en armas para enfrentarlo, en cuya vanguardia estuvieron los comunistas.
Pero hoy la historia parece repetirse, el capitalismo empolló con cariño los huevos de la serpiente, crió con fervor a sus crías y estas crecieron al amparo de quienes lo ven como esencial para mantener su hegemonía.
Nos quieren vender un fascismo vintage, con un diseño «atractivo» y «rebelde», asimilable para el homo frivolus del capitalismo, ese rebelde sin causa, fácilmente manipulable, soldado de las peores causas.
Para los Ulrich de estos tiempos, el hombre sin atributos de la novela de Robert Musil, que vive en un mundo al revés, un mundo construido por el poder de las megatransnacionales de la información, el entretenimiento y la barbarie disfrazada de cultura, no hay nada que hacer, solo apoltronarse en su casa y condenar a los «malditos» de turno, musulmanes, venezolanos, cubanos, chinos o rusos.
El fascismo regresa a la moda, con sus uniformes negros y sus calaveras escondidas tras el discurso de la democracia y los derechos que, como antes, van a conculcar en defensa del capital, en beneficio de los más ricos y poderosos.
Hoy no hay grandes marchas ni putsch cerveceros, el golpe lo preparan y realizan los grandes medios de comunicación. Desfilan sobre el mundo con absoluto desenfado, barren con los restos de decencia y honestidad, sin escrúpulos, a lo Adolfo Hitler, a lo Mussolini, a lo yanqui.
Los hijos de la serpiente, enfermos de revanchismo, sueñan con la venganza, mientras las transnacionales llenas de codicia esperan ganar millones, destruir a la competencia y mantener controlados a todos los seres humanos marginados, esclavizados y hambrientos de este mundo.