No es casual que entre los eventos que anticipan en el campo cultural la nueva normalidad se haya retomado la Fiesta de la Guitarra: instrumento, escuela, movimiento que desde la raíz hasta las alturas de hoy sustancian una parte de nuestra identidad nacional y de sus vínculos con el mundo.
Una semana plena de acontecimientos acaba de propiciar el Centro Nacional de Música de Concierto (CNMC), impulsor de una agenda en la que intérpretes de relieve han ocupado espacios en la sala Argeliers León, en la propia sede del CNMC, en el Vedado; la Basílica Menor de San Francisco, la Iglesia de Paula, la sala Hart de la Biblioteca Nacional José Martí, la Casa de Cultura de Playa Félix Pita Rodríguez, y los jardines del Instituto Cubano de la Música.
En este último sitio tuvo lugar una «guitarrada» que hizo audible la trama que enlaza la guitarra con los diversos modos de ser y hacer la música en Cuba. Pancho Amat, uno de sus participantes, comentó que el ambiente de descarga libre entre quienes asumen gozosa y conscientemente el protagonismo del instrumento en la trova, el son y otras especies musicales vernáculas le confirió un carácter particular al encuentro al que tributaron Eduardo Sosa, Pepe Ordaz, Abel Acosta, Augusto Blanca, Pedro Beritán, Yalit González y el propio Pancho con su inigualable tres.
Aunque por las limitaciones de estos tiempos el movimiento a escala insular no pudo ser representado como se debe, de otros territorios del país acudieron dos mujeres que ostentan una posición de vanguardia entre los intérpretes del instrumento: Elvira Skourtis y Ariadna Cuéllar, quienes han multiplicado sus huellas en Las Tunas y Cienfuegos, respectivamente.
El momento climático de la Fiesta transcurrió en la Basílica. La presencia activa de Jesús Ortega y Joaquín Clerch envió una contundente señal. Si Leo Brouwer es la figura más universal de la guitarra cubana, no puede hablarse de esta sin el sedimento de una escuela y en ella, después del cemento fundacional de Isaac Nicola, el edificio cuenta como principal constructor con el venerable Jesús. Ahí está, incombustible e irreductible, con su sabiduría compartida, su resolución a toda prueba, su vocación pedagógica y social, sus orquestas Sonantas Habaneras.
Y junto a él, el intérprete cubano más reconocido en las últimas décadas a escala internacional, Joaquín Clerch, con una carrera artística profesional rutilante en Europa, y un inextinguible sentido de pertenencia. En Jesús y él, la guitarra cubana vibra.