LA HABANA, Cuba. — Los más importantes géneros musicales del continente americano, todos con un fuerte componente africano, provienen de Estados Unidos, Brasil y Cuba y están presentes, de un modo u otro, en casi toda la música bailable que se ha hecho en el mundo en los últimos 200 años.
En el caso de la música cubana, ha influido no solo a la salsa, que es son cubano en un elevadísimo por ciento, sino también al jazz —y no solo en el cubop de Dizzy Gillespie— y el rock, empezando por algunas de las primeras piezas de los Beatles, donde se perciben el bolero y el chachachá.
Durante mucho tiempo, México, donde el danzón y el bolero tuvieron gran arraigo, le disputó a Cuba la pertenencia de esos dos géneros, especialmente del bolero.
México tuvo compositores de boleros emblemáticos: Agustín Lara, Roberto Cantoral, Luis Demetrio, Alberto Domínguez y Armando Manzanero, e intérpretes como Pedro Vargas, Toña La Negra y Luis Miguel, entre otros, pero el primer bolero del que hay constancia en la historia fue Tristezas, y lo compuso en 1868 un cubano, el músico santiaguero José “Pepe” Sánchez.
Fue en Cuba donde se originó, en la segunda mitad del siglo XIX, el clásico acompañamiento del bolero con guitarras y percusión, utilizado por los más destacados intérpretes del género en su forma primigenia, como el Trío Matamoros, María Teresa Vera, Los Panchos, Hernando Avilés y José Feliciano.
Nada tiene que ver el bolero con la danza española del siglo XVIII de igual nombre. El bolero español, con pandero y castañuelas, se tocaba en compás ternario de 3/4, y el cubano en 4/4, o muchas veces 2/4, con diferente melodía y célula rítmica, y siempre triste, a fuerza de tratar de las penas de amor.
Guillermo Cabrera Infante, que no se cansaba de celebrar el triunfo de la letra sobre la melodía en el bolero, lo definía certeramente como “una canción con ritmo, que se puede bailar, que ha cambiado de medida a lo largo de su historia, desechando compases igual que una serpiente la piel”.
En cuanto al danzón, por mucho que guste y se baile en Veracruz y Yucatán, no es de allí sino de Cuba: el primer danzón, Las alturas de Simpson, lo compuso en 1879 el cubano Miguel Faílde, quien lo estrenó, con su orquesta, ese mismo año, en el Liceo de su natal Matanzas.
El danzón alcanzaría su máxima popularidad en la década de 1920, antes de ser desplazado por el son en la preferencia de los bailadores.
El danzón resultó de la mezcla del elemento africano con las contradanzas europeas que empezaron a llegar a Cuba luego de la toma de La Habana por los ingleses en 1762 y del éxodo de los colonos franceses motivado por la revolución haitiana.
A propósito, a la mezcla de la contradanza francesa con elementos africanos que se dio tanto en Cuba como en Louisiana se debe ese aire familiar que se percibe entre el danzón y la música cajún, ciertas piezas de ragtime y del primer Dixieland, en el que se hicieron sentir varios músicos cubanos radicados en New Orleans, quienes aportaron el spanish tinge que decía el pianista Jelly Roll Morton.
Por insólito que pueda parecer a algunos, el tango se originó de un género de la música cubana, la habanera.
Decía Cabrera Infante (permítanme citar otra vez a uno de mis escritores preferidos): “El tango no es más que una habanera con acento argentino”. Y Jorge Luis Borges afirmaba que “la habanera es la madre del tango”.
A los oídos de algunos pueden sonar blancos la habanera y el tango, pero en ambos, de ritmo lento y compás binario, se siente, en el obsesivo golpe de bajo, ecos del tango congo, de origen bantú.
El tango congo llegó al Río de la Plata (Argentina y Uruguay) con los esclavos africanos, que como los que llevaban a Cuba, procedían mayormente del Congo y la costa del Golfo de Guinea.
Mucho se ha discutido sobre si en el tango prevalecieron los ingredientes hispánicos o los africanos. Al respecto, el ensayista argentino José Gobello consideraba que “la discusión resulta más bien ociosa, porque los ingredientes hispánicos en cuestión tenían también su cuota de sangre negra.”
El tango, emparentado estrechamente con la habanera, junto al candombe y el malambo, forma parte de una misma familia musical de raíces africanas.
Volviendo a las habaneras, paradójicamente fueron más populares en España que en Cuba, donde cayeron en desuso. Solo en años recientes, la cantautora Liuba María Hevia ha incursionado en el género, en los discos Habaneras en el tiempo, de 1995, y Ángel y Habanera, de 2004.
No fueron cubanos, sino españoles y franceses los que popularizaron las habaneras en el mundo. Los más destacados fueron el vasco Sebastián Iradier, autor de La paloma, la más conocida de las habaneras, y el francés Georges Bizet, con la famosa habanera de la ópera Carmen.
También utilizaron habaneras en sus composiciones los españoles Isaac Albéniz y Manuel de Falla, y el francés Maurice Ravel, en la Habanera para dos pianos, incluida en su Rapsodia Española.
Por cierto, ya que hablamos de Ravel, su famosísimo Bolero es un largo e hipnótico ostinato que muy poco tiene que ver con el bolero como tal.
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