LA HABANA, Cuba.- Culpar al embargo por los acontecimientos del 11 de julio es falaz e irresponsable. Es el argumento preferido de la dictadura para desviar la atención de las brutales golpizas propinadas a los manifestantes por la Policía Nacional Revolucionaria, las tropas de élite y las brigadas de respuesta rápida. Es, sobre todo, el pretexto con el que intentan hacer olvidar la orden de combate dada por el dictador Miguel Díaz-Canel contra un pueblo acorralado por el hambre, la falta de medicinas y las miles de muertes provocadas por la pésima gestión estatal ante el avance de la COVID-19.
Es una regla básica del juego que el régimen culpe al “bloqueo” de todo lo que no funciona en Cuba y maquille su propia ineficiencia con eufemismos, hablando de “problemas que se nos han acumulado y no han tenido una solución oportuna”. Sin “bloqueo” no hay diplomacia que valga la pena, no hay pretexto para mendigar mascarillas, material quirúrgico o leche en polvo. Porque el “bloqueo” nos ha empobrecido tanto que nadie se explica cómo el hotel Grand Aston apareció así, mágicamente, frente al malecón habanero, al igual que lo hicieron el Grand Packard y el Paseo del Prado antes que él, y muy pronto lo harán la Torre K y el portento que se construye en 3ra y 70.
Ya da pereza escuchar al régimen culpar al embargo. Pero no ocurre lo mismo cuando un grupo de académicos, artistas e intelectuales cubanos de izquierda redactan un Llamado Internacional con el objetivo de solicitar una Ley de Amnistía para los presos del 11 de julio, y esgrimen como primera causa de aquellas protestas “las hostiles sanciones estadounidenses”. Acto seguido denuncian “la incapacidad de la administración del país para solventar las más básicas necesidades del pueblo y la desatención a reclamos sociales, políticos y económicos de la sociedad civil”.
Es difícil explicar la necesidad de estos sectores “progresistas” de congraciarse con el régimen. Afirmar que el estallido social del 11 de julio se produjo por culpa del embargo, mientras el castrismo invertía casi la mitad del producto interno bruto en la construcción de hoteles, dejando los hospitales a merced de la más absoluta miseria material en medio de un rebrote mortal de COVID-19, es de una desfachatez tremenda.
Varios economistas siguieron muy de cerca las inversiones del régimen durante ese lapso tan crítico, en el que cada centavo debió haberse destinado a fortalecer el sistema de salud pública y estimular la producción de alimentos. El régimen decidió ignorar esas prioridades y hundió más todavía al pueblo cubano entre penurias, hospitales colapsados, gente muriendo en sus casas por falta de medicinas y ambulancias, tiendas en dólares inaccesibles para la mayoría, frustración ante tanta desigualdad social y desidia gubernamental. ¿Acaso hacía falta culpar al embargo?
Esta izquierda cree que sus críticas y exigencias tendrán mejor acogida si pone por delante la cantinela del embargo. Hasta hace poco, previo al 11 de julio, varios de los firmantes del Llamado Internacional sostenían que si Estados Unidos levantaba las sanciones impuestas por Donald Trump, el régimen de Díaz-Canel mostraría mejor disposición para un nuevo acercamiento. Algunos de esos prestigiosos académicos e intelectuales firmaron en febrero de 2021 una misiva dirigida al presidente Joe Biden, pidiéndole “desmantelar el sistema de sanciones que continúa afectando al pueblo cubano”.
En aquella carta prácticamente eximieron a la dictadura de toda responsabilidad en la catastrófica situación de la Isla. Tuvieron que sucederse el mal manejo de la pandemia, la Tarea Ordenamiento y la explosión popular seguida por la brutal represión contra un pueblo desarmado, para que los progresistas bajaran de la nube y no tuvieran más remedio que llamar las cosas por su nombre.
Hoy, pese a que todas las máscaras han caído, esta izquierda insiste en señalar el embargo como causa primera de la desgracia cubana. Han convocado a pares y organizaciones de izquierda de todo el mundo para que unan su firma a una petición que el régimen no se dignará a atender porque las condenas a los manifestantes del 11 de julio son un escarmiento deliberado, la expresión más dolorosa de un plan de aniquilación sistemática del pueblo cubano que incluye también el éxodo masivo y el silenciamiento de las pocas voces críticas que quedan dentro de la Isla.
Pretender a estas alturas que se apruebe una Ley de Amnistía “como paso necesario que abra las puertas a un socialismo realmente democrático”, es desconocer la naturaleza del régimen y su responsabilidad única en juicios amañados, abusos, calumnias, exageraciones y componendas para que no quede ni un solo joven sin sufrir castigo por haber tenido la osadía de exigir derechos fundamentales. Creer que una transición al socialismo democrático es posible en las actuales condiciones demuestra por qué la casta política que oprime a Cuba no se cohíbe de hacer y decir disparates.
Estos intelectuales de izquierda se empeñan en ser escuchados por un poder que les llama fascistas en televisión, que casi desencadenó una guerra civil el 11 de julio y militarizó el país para impedir la Marcha Cívica del 15 de noviembre. Ninguna de esas acciones tuvo que ver con el embargo estadounidense.
Hoy Cuba es el recuento de jóvenes presos, jóvenes en fuga, jóvenes muertos. Familias diluyéndose. Madres que no pueden dormir. Pero esta zurda trasnochada culpa al “bloqueo” y asume que es posible construir, ahora sí, un socialismo realmente democrático a partir de una podredumbre moral que no tiene remedio.
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