Emigrar hacia las capitales del arte es un fenómeno casi natural para los creadores. Urge fomentar espacios en los territorios para que los artistas encuentren allí espacios de realización profesional
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Emigrar es de humanos. Todos tenemos el impulso por saber qué hay más allá del entorno en que nacemos. La emigración ha moldeado y transformado conductas, pueblos enteros, culturas de todo tipo.
Irse, dejarlo todo, cambiar, probar suerte, mejorar la economía y crecer profesionalmente, ganar un lugar en el escenario que escoges o te impone el viaje…, no es jamás una decisión cómoda, puede ser tan dura como la vida misma.
Los artistas, creadores de todas las artes, son los más mediáticos. Siempre intentan conseguir la nota perfecta para colocar sus sueños y sus obras en espacios que repercuten más allá de los límites del terruño y eso implica buscar la mejor ciudad o el paisaje ideal para ser reconocido, mostrar su obra en todo su esplendor.
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Aunque en estos días se hable de la “ruta de los volcanes” o de cruzar ríos y límites marítimos, irse a otra parte como un juego meramente económico y político, se deja a un lado esa emigración interna tan natural y añeja que intenta superar sus propias metas profesionales.
Por años se ha invertido en la formación de un sinnúmero de creadores y en ello ha jugado un rol insoslayable la enseñanza artística cubana, considerada una de las mejores del mundo. La idea siempre ha sido no frenar el desarrollo de quienes acceden al estudio en todos los niveles y que luego retornen a casa para devolver el gesto, crear, trabajar en la formación académica de quienes le siguen los pasos.
Sin embargo, hay un daño estructural que no se puede pasar por alto: la gran mayoría no retorna, se queda en las metrópolis culturales cubanas porque allí encuentran las mejores maneras de promover su trabajo, los escenarios y espacios creativos más cercanos a sus intereses.
¿Por qué se van? ¿Qué lleva a tantos egresados de las escuelas de arte a no regresar a casa? Hay tantas respuestas a esas preguntas como creadores y sus historias de vida. Pero no hay dudas de que ello perjudica desde hace mucho el crecimiento de las capacidades en todas las manifestaciones del arte en los territorios.
A ello se suma que la reducida fuente de empleo, ahora mismo casi nula para los ya establecidos, limita el surgimiento de nuevos formatos en la música, el desarrollo de las artes visuales, la fortaleza de la literatura, las artes escénicas y la creación audiovisual.
Hay muchos obstáculos para el regreso y el peor de todos es la carencia de recursos y dinámicas de promoción desde lo local que permitan colocar sus obras en el centro de la atención nacional, muy a pesar de las virtudes que tiene la interconexión digital en estos tiempos.
Por mucho que se intenta desde la institucionalidad revertir el problema de la emigración de los artistas a otras zonas del país con más oportunidades, con menos trabas y reticencias, no se ve la solución a mediano plazo.
Si emigrar es algo tan natural y en ocasiones necesario, también debe ser algo habitual que se retorne al lugar donde descubrieron un día ese talento que los hace únicos y buenos artistas, pero sigue siendo una asignatura pendiente fomentar los espacios para que sigan creciendo.
Es un asunto complejo, pero no imposible de abordar y resolver. La solución implica que se estructure un programa desde todos los sectores de la sociedad y así recuperar la confianza perdida, que los creadores encuentren oportunidades reales para soltar las musas, recoger el goce, afincar esa libertad que el arte nos propicia sin pedir nada a cambio.