El Malecón de La Habana fue construido esencialmente para evitar las penetraciones del mar en los barrios del norte de la capital.
Hoy es mucho más que un muro, es parte indisoluble de la imagen y el alma de la ciudad, un largo portal marítimo donde, a veces hasta bajo el sol más inclemente, pero con más frecuencia en atardeceres irrepetibles y noches de fresca brisa, se han hecho incontables declaraciones de amor o confesiones, inolvidables reuniones entre amigos, lo mismo fotos profesionales que las selfis más originales.
No olvidemos cuánto calman en momentos de tristeza o tensión la vista del mar y el sonido acompasado de las olas en el arrecife, cuánto ayudan cuando pensamos e intentamos hallar la salida a problemas de vida o de trabajo. También muchos versos han nacido en el Malecón.
Y es que este largo banco tiene una mística capaz de incitar a soñar, a amar y siempre volver.