Un balance a la estadística demográfica del primer bienio de pandemia pareciera traer buenas noticias. La curva de la fecundidad temprana en Cuba, entre 2019 y 2021, se mantuvo a la baja. O sea, no solo nacieron menos bebés de madres adolescentes, sino que también disminuyeron los embarazos –aún aquellos que no llegan a término- y las interrupciones realizadas por vías diversas.
Al parecer, las diferentes formas de confinamiento a que obligó la COVID-19, marcadas no solo por el mandato que quedarse en casa, sino también por el cierre de centros recreativos, escuelas y otros espacios de socialización, conllevó a que ocurrieran “menos uniones y matrimonios, menos frecuencia en las relaciones sexuales, menos iniciaciones sexuales y mayor control de la familia sobre el tiempo de ocio de las muchachas y su contacto con personas ajenas al hogar”, detalló la doctora Matilde Molina Cintra, subdirectora del Centro de Estudios Demográficos (CEDEM) de la Universidad de La Habana, durante uno de los paneles del recién concluido Congreso Internacional de Investigadores sobre Infancias, Adolescencias y Juventudes.
Sin embargo, la especialista llamó a mirar las estadísticas del patio con lentes de mayor complejidad. Por un lado, si bien disminuye el nivel de la fecundidad adolescente, esta bajada resulta muy lenta para el nivel de nuestras condiciones educativas o sanitarias. Y contrasta con nuestras estadísticas generales de fecundidad, más similares a las de países europeos o asiáticos.
Pero, sobre todo, en opinión de la experta urge mirar con atención la estructura de la fecundidad cubana según los diferentes grupos de edades. ¿Qué quiere decir exactamente? Pues que, en los últimos dos años, si bien disminuye el monto de la maternidad adolescente, el aporte de las madres de estas edades a la fecundidad general del país ha crecido. O sea, si en 2019 los partos de madres de entre 15 y 19 años representaban el 16,7 por ciento del total de nacimientos del país, en 2020 esa cifra subió a 17 por ciento y en 2021 a 17,1.
A diferencia de otras zonas de la región latinoamericana y del mundo, Cuba no interrumpió sus servicios de salud sexual y reproductiva durante estos tiempos raros de pandemia. Pero el ahogo que significó el agudizamiento del bloqueo y la crisis económica generada por la propia enfermedad pusieron zancadillas de recursos -y organizativas- a estos servicios. Así, vivimos escasez de anticonceptivos y otros insumos necesarios, desvío de equipos y personal hacia tareas prioritarias para salvar vidas; pero también restricciones de la movilidad que limitaron, retrasaron o impidieron el acceso a los servicios para las comunidades alejadas a los núcleos urbanos.
Esta situación también repercutió en otro desafío identificado por especialistas de diferentes instituciones en el evento juvenil: En estos años se ha acrecentado la heterogeneidad de la fecundidad adolescente según zonas de residencia, provincias y municipios.
Escudriñar la geografía
El muy reciente informe anual del UNFPA, Fondo de Población de las Naciones Unidas, explica que, aunque el embarazo adolescente tiene múltiples causas, sus condicionantes están muy vinculadas con las desigualdades de género y la calidad del desarrollo socioeconómico territorial, entre otras causas.
El Estado de la Población Mundial 2022 “Visibilizar lo invisible”, también fue presentado durante las jornadas del citado evento de investigadores sobre infancias y juventudes y se centra este año en los embarazos no intencionales, o sea, aquellos que una mujer no quiere tener. La evidencia científica señala que la mayoría de los embarazos en la adolescencia no son intencionales y, por tanto, pueden prevenirse.
Para la doctora Grisell Rodríguez Gómez, oficial de programa del UNFPA en Cuba, es importante mirar a las mujeres, adolescentes y niñas más allá de su capacidad sexual y reproductiva, “se trata de todo lo que ocurre antes de un embarazo, la información que no se recibe, la anticoncepción que no se utiliza y se desconoce, la falta de negociación entre las parejas, la coacción y cómo ejercer el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos y el momento de concepción”.
En esa línea, las indagaciones de Molina, sicóloga y demógrafa, confirman que en el caso cubano el embarazo temprano se concentra en las edades que van de los 17 a los 19 años. Las provincias de Camagüey, Las Tunas, Holguín y Granma, en tanto, muestran indicadores por encima de la media nacional, que fue de 51,5 nacimientos por mil mujeres menores de 20 años al cierre de 2020.
Con ella coincide la también doctora Reina Fleites, profesora titular del Departamento de Sociología de casa de altos estudios capitalina. Para ella, aunque las zonas rurales cubanas han avanzado en cuanto a estrategias de empoderamiento, aún no brindan todas las oportunidades de empleo para las mujeres, de servicios de apoyo al trabajo doméstico, de reinserción escolar en aquellos casos en que las muchachas interrumpen sus estudios, asuntos todos directamente realizados con los contextos donde ocurre el embarazo temprano.
Según los estudios de Fleitas, la maternidad temprana ocurre más en adolescentes mestizas y negras, residentes en entornos rurales, desvinculadas del estudio y el trabajo, y en viviendas con bajos ingresos y en condiciones precarias.
Muchas adolescentes escogen un proyecto de maternidad a partir de la creencia de que esa puede ser una vía de migración, mejorar su bienestar, salir de la pobreza o de la familia de origen, incluso algunas creen lograr independencia, alertó Fleitas durante otro panel del Congreso Internacional de Investigadores sobre Infancias, Adolescencias y Juventudes.
El inicio temprano de las relaciones sexuales y una todavía deficitaria educación integral de la sexualidad; la baja percepción de riesgo sobre las prácticas sexuales sin protección, poca autonomía, sobre todo de las muchachas y asimetrías de género diversas clasifican como otros elementos para un análisis serio de esta problemática.
En paralelo, no ayudan las dificultades e intermitencias en el acceso de métodos anticonceptivos en las farmacias y la reconocida necesidad de servicios de salud sexual y reproductiva ajustados a las necesidades específicas de estos grupos de edades.
“La salud sexual y reproductiva integral en la adolescencia es un desafío social”, aseveró la psicóloga Natividad Guerrero, del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), también participante del congreso. A su juicio, la escuela, la familia, la comunidad y los medios de comunicación tienen la responsabilidad de preparar a muchachas y muchachos en temas que aún se satanizan desde muchísimos espacios sociales y comunitarios.
En opinión de estas expertas, la búsqueda de soluciones pasa por leer las estadísticas desde la comprensión de esa heterogeneidad social que nos signa como país, aterrizando los números hasta los escenarios locales, pero también mirándolos desde la diversidad de situaciones personales o familiares y cruzados con otras intersecciones como las de género o color de la piel.
A medida que las comunidades y gobiernos municipales logren ver el embarazo adolescente como un serio problema de salud a atender, no solo con recursos, sino con cambios integrales en la vida de sus adolescentes, estaremos dando el primer paso, que siempre es el más largo.
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