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Veinticinco aniversario de la Oficina del Programa Martiano

“En su faena por difundir el legado del Apóstol dentro y fuera de nuestro país, la Oficina ha cohesionado voluntades y esfuerzos”, señaló el ministro de Cultura Alpidio Alonso Grau. Foto: Tomada de La Jiribilla

Palabras pronunciadas por el ministro de Cultura en la clausura del acto por el aniversario 25 de la Oficina del Programa Martiano, celebrado en el Memorial José Martí el 7 de abril de 2022.

En su carta-testamento a Manuel Mercado, redactada apenas unas horas antes de recibir los balazos mortales y el ensañamiento enemigo, José Martí dejó plasmado en magistral síntesis, el profundo sentimiento antiimperialista que animaba su lucha. Al texto de aquella confesión íntima acudiría luego varias veces Fidel, para fundamentar la vigencia de las ideas fundadoras del Maestro y la necesidad de continuar su obra. De la labor y el pensamiento visionarios del Comandante en Jefe, y de su comprensión cabal de la significación del legado del Apóstol en la fragua de la unidad de la nación y la consolidación del proyecto socialista, nacería la idea de crear la Oficina del Programa Martiano.

Nadie se extrañó entonces de que fuera Armando Hart, un histórico de la lucha insurreccional y eminente intelectual, el cuadro escogido por Fidel para, tras su ejemplar desempeño al frente de los ministerios de Educación y Cultura, cumplir con aquel cometido, que se prefiguraba estratégico para la Revolución.

Una valoración de lo que, en un sentido amplio, ha sido la cultura cubana en los últimos veinticinco años, no podría prescindir del sustancial aporte realizado por la Oficina del Programa Martiano, mediante su labor coordinadora del trabajo del conjunto de las instituciones martianas y su fructífera relación de asesoría y colaboración con múltiples organismos.

Nacida en los que todavía eran los duros años del Período Especial, cuando frente al golpe desmoralizador de la caída de la URSS y el antiguo Campo Socialista, debimos fortalecer nuestra resistencia y una vez más acudir a los fértiles, inagotables yacimientos de nuestra historia y nuestra cultura, la labor de la Oficina se tornó vital para enaltecer y vehicular las extraordinarias reservas de dignidad y patriotismo acumuladas por nuestro pueblo a lo largo de tantos años de lucha. Fue muy importante su contribución a la reafirmación de los valores y principios autóctonos de la Revolución cubana, en particular, al destacar el lugar del pensamiento patriótico, antianexionista y antimperialista de José Martí en la formación de la conciencia nacional y la definición de la esencia humanista y los rasgos que distinguen al socialismo cubano.

En medio de un esfuerzo épico sin precedentes, la Oficina asumió la encomienda de coordinar la labor de las instituciones dedicadas al estudio y difusión del ideario de José Martí y de trazar políticas al respecto. Desde entonces, ese ha sido el centro de su labor, cumplida con humildad y consagración por su colectivo de trabajadores y numerosos colaboradores durante estos años; en sus dos primeras décadas, encabezado por Hart, y en los últimos cuatro años, por otros dos grandes intelectuales cubanos, los queridos Abel Prieto y Eduardo Torres Cuevas.

En su faena por difundir el legado del Apóstol dentro y fuera de nuestro país, la Oficina ha cohesionado voluntades y esfuerzos y, con un enfoque integral en su labor, ha potenciado y promovido armónicamente las dimensiones de lo académico, lo educativo, lo divulgativo, lo ideológico y lo político, a través de la conducción del Programa Nacional de Estudio y Promoción del Ideario Martiano. Junto al Centro de Estudios Martianos y la Sociedad Cultural José Martí, sin perder su fisonomía, marchan en la misma dirección, como parte de un sistema que se ha ido fortaleciendo y perfeccionando, otras instituciones, como la Fragua Martiana, el Movimiento Juvenil Martiano, el Museo Casa Natal de José Martí y el Memorial José Martí, entre otras.

En este punto hago un alto para destacar la extraordinaria labor editorial del Centro de Estudios Martianos. Comenzando por la edición crítica de las Obras Completas de José Martí —a mi juicio el proyecto editorial más importante de nuestro país, asumido con un rigor encomiable por un pequeño equipo de calificados investigadores encabezado por el querido y brillante intelectual Pedro Pablo Rodríguez—, la multiplicidad de títulos de y sobre Martí publicados en estos años, representa una invaluable contribución al conocimiento de la vida y la obra del más universal de los cubanos. Por su parte, también la revista Honda ha hecho un buen trabajo y se ha preocupado por reflejar en sus páginas el quehacer de los territorios y por cumplir con la periodicidad de sus entregas y realizar presentaciones de calidad en diferentes provincias.

En su abarcadora gestión durante este período, la Oficina ha consolidado una articulación muy fructífera con el Mined y el MES, especialmente a través del funcionamiento sostenido de las Cátedras Martianas. Una gran importancia le concedemos también a la actividad de los Clubes Martianos, existentes en casi todos los organismos. De igual manera, su apoyo al Movimiento Juvenil Martiano y a cada una de las filiales de la Sociedad Cultural en las provincias ha resultado decisivo para expandir la influencia del pensamiento martiano en múltiples ámbitos y entre personas de diversas edades e intereses.

No menos loable resulta el trabajo realizado por la Oficina en la promoción internacional del ideario del Apóstol. Si los valores universales del pensamiento de José Martí cuentan hoy con un indudable reconocimiento en importantes ámbitos académicos y políticos del mundo, se debe, en buena medida, al activismo incesante de la Oficina, que ha trabajado con inteligencia y tesón, para promover y destacar su obra y por otorgarle el supremo lugar que le corresponde como uno de los más grandes humanistas y pensadores contemporáneos. Fruto de ello es el Premio Internacional José Martí de la Unesco, galardón cuyo prestigio se alza parejo al de las extraordinarias personalidades que lo han recibido.

Así mismo, junto a la crecida red de cátedras y clubes martianos diseminados por el mundo, y a los múltiples cursos y talleres organizados para dar a conocer su obra, se destaca la Conferencia internacional Por el Equilibrio del Mundo, evento que en cada edición ve crecer su convocatoria y su prestigio, y que se ha convertido en el más grande foro internacional de pensamiento progresista que realizamos en el país.

Clausura del acto por el aniversario de la Oficina del Programa Martiano. Foto: Tomada de La Jiribilla.

Cuando arribamos al primer cuarto de siglo de la fundación de aquel Programa, constatamos que el panorama internacional con que debe interactuar el pensamiento martiano es mucho más complejo y hostil.

La vertiginosidad de los cambios dificulta a veces la objetividad de nuestros juicios. Ni el mundo ni la sociedad cubana son los mismos de hace apenas unos años. Basta reparar en cuestiones tan decisivas como los factores de índole económica, de crisis generalizada en el mundo, en nuestro caso agravada por el recrudecimiento extremo del bloqueo y los efectos devastadores de la pandemia a nivel global, en el cambiante entorno geopolítico regional, con sus giros y zigzagueos impredecibles, o en factores que tienen que ver con las nuevas estructuras sociodemográfica y socioclasista derivadas del desarrollo educacional, científico y cultural propiciado por la Revolución, notablemente impactadas en los últimos años por la introducción de nuevos actores en la economía, para comprender que vivimos un momento diferente, que sitúa retos extraordinarios a nuestro trabajo.

Habría que comenzar por decir que asistimos a una profunda crisis cultural a nivel global. La llamada industria del ocio, a caballo del desarrollo de las tecnologías de la informática y de la comunicación, ha obrado de manera devastadora. Subordinando la cultura a meros intereses de mercado, ha trastocado sin pudor las jerarquías artísticas y culturales e impuesto el valor del espectáculo por encima de cualquier otro. “Lo que no vende, no vale”, “no interesa”, “carece de importancia”, pareciera ser la máxima en la operatoria de esta lucrativa industria, cuyos efectos nocivos en términos culturales y éticos no habría manera exacta de calcular.

La concentración de la industria mediática y cultural en muy pocas manos y la coherencia ideológica de los contenidos que producen y promueven los grupos de poder y las transnacionales de la información, abastecidos con los datos que les proporcionan las propias audiencias a través de las redes sociales, propician un control intelectual y moral personalizado sin precedentes en la sociedad contemporánea.

Actualmente, la información que recorre el mundo a través de un sinnúmero de canales y formatos, que ofrecen una falsa ilusión de diversidad, está en manos de apenas seis conglomerados mediáticos, que eufemísticamente se llaman a sí mismos “empresas líderes de la información global”. Controlan el 96 % de lo que se emite, desde las notas de prensa y las emisiones de televisión, hasta series, películas, producciones musicales de diversa índole, contenido didáctico y, con sofisticados algoritmos y mecanismos tecnológicos, también lo que se convierte en tendencia en el ámbito de las redes sociales. Todos estos consorcios, sin excepción, son norteamericanos y privados.

Aunque en muchos aspectos nuestra realidad es radicalmente otra, no vivimos desconectados del resto del mundo y, por tanto, estas realidades también nos desafían.

Como expresara el General de Ejército Raúl Castro Ruz:

En nuestro caso, como sucede en varias regiones del mundo, se perciben intentos de introducir sutilmente plataformas de pensamiento neoliberal y de restauración del capitalismo neocolonial, enfiladas contra las esencias mismas de la Revolución Socialista a partir de una manipulación premeditada de la historia y de la situación actual de crisis general del sistema capitalista, en menoscabo de los valores, la identidad y la cultura nacionales, favoreciendo el individualismo, el egoísmo y el interés mercantilista por encima de la moral.

En resumen, se afanan engañosamente en vender a los más jóvenes las supuestas ventajas de prescindir de ideologías y conciencia social, como si esos preceptos no representaran cabalmente los intereses de la clase dominante en el mundo capitalista. Con ello pretenden, además, inducir la ruptura entre la dirección histórica de la Revolución y las nuevas generaciones y promover incertidumbre y pesimismo de cara al futuro, todo ello con el marcado fin de desmantelar desde adentro el socialismo en Cuba.

Frente a esos retos no cabe la desunión. Sin renunciar a sus pretensiones expansionistas y sus métodos de guerra convencional, para la que se reserva millones de efectivos y más de 800 bases militares en sesenta países, hoy el imperio acude a otro tipo de guerra, una guerra no convencional, esencialmente cultural, de símbolos, con la que ha puesto en marcha un nuevo tipo de colonización a nivel global. Mediante esta sutil agresión, pretende imponer su modelo a través del consumo de productos culturales.

Al respecto, Paulo Freire ha observado: “uno de los mayores desafíos del momento es de qué manera hacer frente a la ideología paralizante y fatalista que el discurso neoliberal ha impuesto (…). El gran poder del discurso neoliberal reside más en su dimensión ideológico-política que en su dimensión económica”.

Desarrollar alternativas propias para enfrentar con eficacia en nuestro ámbito estas nuevas formas de dominación, se convierte, de hecho, en el reto más importante del trabajo que deben realizar hoy nuestras instituciones y organizaciones vinculadas con el trabajo educacional y cultural.

“Si los valores universales del pensamiento de José Martí cuentan hoy con un indudable reconocimiento en importantes ámbitos académicos y políticos del mundo, se debe, en buena medida, al activismo incesante de la Oficina”. Foto: Tomada de Prensa Latina.

La difusión a escala masiva del pensamiento patriótico, antimperialista y latinoamericanista de José Martí, y la formación de valores humanistas y revolucionarios en la sociedad cubana, particularmente en niños, adolescentes y jóvenes, a partir de la enseñanza de nuestra historia, es una contribución concreta a esta batalla, que deberá continuar realizando la Oficina del Programa Martiano mediante la labor coordinada de su sistema de instituciones y otros organismos.

Si algo ha distinguido al socialismo cubano, martiano, fidelista, es el papel que dentro de él ha tenido y tiene el factor subjetivo. Para nosotros el socialismo o es una nueva cultura o sencillamente no es. Esa nueva cultura, esa nueva conciencia, tenemos que construirla entre todos, la estamos construyendo.

En ese orden, nuestro trabajo hay que entenderlo como una batalla contra el capitalismo en toda la línea, como una batalla para construir esa nueva cultura, la socialista, de la solidaridad y el humanismo, una cultura realmente liberadora que supere la cultura burguesa hegemónica, la del individualismo consumista y del “sálvese quien pueda” deshumanizado del capitalismo neoliberal. No debemos permitir que se pierda la perspectiva antihegemónica en la proyección de nuestras organizaciones e instituciones, que deben trabajar para desarrollar y fortalecer una verdadera conciencia descolonizadora y antimperialista en la sociedad.

Ser antimperialista hoy supone no solo luchar contra la injusta dominación económica, política y militar del imperio sino, a su vez, rebelarse también contra ese otro tipo de dominación moral y cultural del capitalismo, que de manera sutil se ejerce a escala planetaria utilizando los más modernos medios tecnológicos y los más sofisticados procedimientos de la información y la comunicación. Nuestra verdadera emancipación está asociada al ideal socialista, al pensamiento anticapitalista y descolonizador.

Frente al individualismo y la enajenación consustanciales al capitalismo, nuestro socialismo promueve una cultura de la solidaridad y la participación. El reto es inmenso. De esto habló tempranamente el Che. En la práctica significa formar una nueva sensibilidad, una nueva conciencia, en la que, sin anular las aspiraciones individuales, sin anular al individuo, este llegue a hacer suyo el proyecto colectivo y, con ello, a asumir una responsabilidad para con los demás. Un individuo para quien la construcción del proyecto colectivo no sea algo ajeno ni signifique una contradicción, sino que este forme parte intrínseca de su proyecto individual.

Esa utopía hermosa, a la que no renunciamos, es imposible planteársela sin la cultura, que en Cuba equivale a decir sin José Martí. Para contribuir a esa labor, la Oficina tiene que volver permanentemente a las ideas que desarrolló Hart relacionadas con lo que él llamó “el arte de hacer política”, para lo cual es preciso innovar, desarrollar formas creadoras para sus convocatorias, alejadas de cualquier tentación excluyente o sectaria. Su preocupación por el “diálogo de generaciones” ha de seguir siendo un presupuesto esencial para la proyección del trabajo de la Sociedad Cultural y del resto de las instituciones que trabajan con el Programa. Su profunda convicción, de raíz martiana y fidelista, de oponer a la vieja doctrina del “divide y vencerás”, la del “unir para vencer”, de los revolucionarios, sigue siendo la única alternativa posible frente al Goliat abusador que nos desprecia y no desiste en su intención de dividirnos y fabricar la oportunidad que le permita caer, con esa fuerza más, sobre nuestros pueblos.

Con esa perspectiva unitaria hemos trabajado para hacer frente a los renovados intentos desestabilizadores de nuestros enemigos.

La Oficina tiene que volver permanentemente a las ideas que desarrolló Hart relacionadas con lo que él llamó “el arte de hacer política”. Foto: Fernando Lezcano/ Granma.

La unidad del movimiento artístico en torno a la política cultural ha hecho fracasar los planes de enfrentar a los intelectuales y artistas a las instituciones y usar a la cultura con propósitos subversivos contra la Revolución.

La comunicación transparente entre creadores e instituciones nos ha permitido derrotar la subversión, los intentos de boicotear un evento tan prestigioso y anticolonial como la Bienal de la Habana y de crear en Cuba una supuesta “oposición” intelectual.

Por más que lo han intentado, no han podido fracturar la unidad del movimiento artístico ni deslegitimar su vínculo con las instituciones.

De igual manera, han fracasado vergonzosamente en sus intentos de fabricar “líderes” que han terminado siendo fantoches carentes de moral y de principios. Esta ha sido una victoria del pueblo unido, en la que ha tenido un papel relevante nuestra vanguardia artística.

La actitud servil y bochornosa de un grupito de vendepatrias no va a empañar nunca el prestigio de un sector revolucionario, como lo es el sector de la cultura, conformado por miles de escritores, artistas, instructores de arte, promotores, profesores, estudiantes, especialistas, técnicos y otros trabajadores, raigalmente comprometidos con su pueblo, que siempre han estado y estarán, como parte de él, en la primera línea de defensa de la Revolución frente al Imperio.

Nuestras instituciones, mediante el diálogo lúcido y desprejuiciado con los creadores, en especial con los más jóvenes, deben continuar fortaleciendo la unidad en torno a los principios de la política cultural del Estado cubano.

La Revolución cuenta y seguirá contando siempre con sus escritores y artistas, sobre la base de los conceptos expresados por Fidel hace 60 años en sus “Palabras a los intelectuales”.

Como ha afirmado el primer secretario del Partido y presidente de la República, Miguel Díaz-Canel: “no es casual que quienes pretendan destruir la Revolución quieran atacar la cultura. Un daño en la cultura es un daño en el alma de la nación”.

Varios bustos de Martí fueron indignamente agredidos por personas de nula convicción, agentes sin escrúpulos de una campaña financiada desde los Estados Unidos, que en sí misma mostraba hasta qué punto la vileza es un arma admisible para sus estrategias. Otros intentos de índole similar y parecido barniz se han disfrazado de acciones artísticas buscando a toda costa confundir, sembrar desánimo, desconfianza y división entre nuestros creadores y, sobre todo, desvalorizar nuestros símbolos. Más de 250 millones de dólares ha destinado oficialmente, solo en lo que va de siglo XXI, el Departamento del Tesoro estadounidense, a través de diferentes agencias, para la subversión interna y el descrédito sucio contra la Revolución cubana en el ámbito internacional.

De nuevo la unidad, el orgullo por lo nuestro, la fortaleza de nuestras convicciones, las trincheras de ideas, vienen a ser el mejor valladar frente a estos propósitos.

Conviene entonces volver a aquella reflexión de Martí:

¿Quién es el ignorante que mantiene que la poesía (es decir: lo bello, lo grandioso, y por extensión la creación, la cultura) no es indispensable a los pueblos? Hay gentes de tan corta vista mental, que creen que toda la fruta se acaba en la cáscara. La poesía (o sea, la cultura), que congrega o disgrega, que fortifica o angustia, que apuntala o derriba las almas, que da o quita a los hombres la fe y el aliento, es más necesaria a los pueblos que la industria misma, pues esta les proporciona el modo de subsistir, mientras que aquella les da el deseo y la fuerza de la vida.

No podemos subestimar la trascendencia de la cultura en las batallas del presente. Resulta vital su papel en el trabajo que se viene haciendo en las comunidades desfavorecidas. Se trata no solo de una restauración material, sino también espiritual y moral.

Nuestro país, en este tremendo esfuerzo que está haciendo para resistir y desarrollarse, no descuidará jamás esa dimensión cultural y espiritual de la Cuba martiana, fidelista y socialista que debemos defender y perfeccionar más y más entre todos.

Haremos cuanto esté a nuestro alcance para convertir la cultura en un componente fundamental de la calidad de vida del pueblo, que es una de las ideas básicas que nos dejó Fidel.

Para el Comandante en Jefe la cultura resulta esencial en la formación de valores entre niños, adolescentes y jóvenes y en el combate contra las actitudes y conductas antisociales. Es un factor clave para la emancipación del ser humano y el mejor antídoto ante los efectos tóxicos y embrutecedores de la propaganda comercial capitalista.

Debemos cerrar el paso a cualquier manifestación de desaliento o derrotismo y a cualquier intento de dividirnos. Es preciso sumar. Mas, así como ni anexionistas ni reformistas hacían parte en el “con todos” de Martí, como afirmara el presidente Díaz-Canel, “dentro de la Revolución sigue existiendo espacio para todo y para todos, menos para quienes pretenden destruir el proyecto colectivo”.

“La multiplicidad de títulos de y sobre Martí publicados en estos años, representa una invaluable contribución al conocimiento de la vida y la obra del más universal de los cubanos”. Foto: Tomada de La Jiribilla.

Que nadie se llame a engaño: la Revolución cubana está en pie y sigue venciendo. Y está en pie y venciendo, porque el pueblo está con ella, porque con una elevada conciencia política (como se demostró en el referendo constitucional), el pueblo cree en el proyecto socialista y sigue respaldándolo, y porque desde el principio ha confiado en sus dirigentes, que nunca se han separado de él.

Pero los revolucionarios debemos tener claro que el enemigo es poderoso y está trabajando, y que, por tanto, esos consensos hay que fertilizarlos y fortalecerlos permanentemente. En una Revolución que es, ante todo, un hecho moral, el prestigio, liderazgo e influencia de las vanguardias, en los diferentes ámbitos (también en el de la cultura), continuarán siendo decisivos hacia el futuro.

Como hasta aquí, la unidad que necesitamos para mantener la independencia y seguir adelante, dependerá tanto de la sensibilidad y la capacidad que demostremos para interpretar y satisfacer las necesidades y expectativas fundamentales de nuestro pueblo, como de la creatividad e inteligencia con que obremos para consolidar una conciencia patriótica, antianexionista, revolucionaria, antiimperialista e internacionalista en las jóvenes generaciones, que deberán defender y dar continuidad en el futuro al proyecto nacional frente a la creciente voracidad del imperio.

En el centro de ese esfuerzo está José Martí. En nuestro empeño histórico por “conquistar toda la justicia”, él sigue siendo, como nos dijera Cintio, nuestro horizonte. Avancemos hacia él.

Tomado de La Jiribilla

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