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Julio Fernández Estrada: «La nación no echa raíces, sus jóvenes germinan por el mundo»

No recuerdo muchas ocasiones en que, de manera tan directa, sencilla, valiéndose solo de la palabra, otra persona captara mi atención; menos alguien que parece consagrado al sacerdocio hasta el instante en que pide una cerveza.

Entonces, algo ritual se impone. La República martiana se expande sobre el mantel y Julio comienza a revelar sabiduría y casi erudición sobre el imaginario de una Cuba en la cabremos todos, si aprendemos a construir y a acomodarnos sin rencor. Es el primer amigo completamente bueno que tengo. No se me ocurre hacerle una maldad, contarle un mal pensamiento que desdibuje su imagen de niño santo y bonachón. Tampoco me atrevo a contarle una mentira.  

He visto partir sin regreso a montones de amigos y conocidos. Me acostumbré al infortunio de sufrir de costa a costa con el horizonte cada vez más desdibujado por los años cumplidos y el cambio de graduación de mis lentes. Sin embargo, la partida de Julio me golpeó duro por inaceptable e irracional. El Gobierno cubano prefiere continuar promoviendo otra realidad que cada vez provee menos verosimilitud a sus argumentos y empujó a exiliarse al otro intelectual del grupo de los que no tienen pecado. 

Frecuentemente, alrededor de Julio el que no fue dirigente de alguna organización estudiantil o juvenil, al menos se portaba bien en la escuela. Son sus amigos. Son criaturas del mundo que los expulsa, como un maestro que reniega de sus discípulos. La evolución del pensamiento de esos muchachos, aunque algunos pasan de los 50, los enfrenta directamente contra su propia formación, por eso reaccionan con dolor; a veces ira. Son intelectuales sin pecado que no pueden separar al Unicornio de su creador.

A Julio lo exilian porque es de los jóvenes que comprenden que empoderar a la sociedad civil resultaría beneficioso para la reformulación del país, estimulando con libertades y derechos el fluir del pensamiento de “lo revolucionario”.  

Fui a despedir a Julio a su casa. Estaba con su familia cercana. Todos me saludaron con la misma sonrisa triste. Él va a comenzar otra vida que nunca eligió y se ve forzado a aceptarla, vivirla y contarla. Por eso publico las preguntas que le hice horas antes de abandonar nuestra Cuba. Son parte de otra conversación y no las pensé como entrevista, sino como temas que se me quedarían en el tintero una vez que él cruzara el mar. Su exilio me deja —nos deja— cada vez más huérfanos de inteligencia y lucidez.

¿Por qué te vas? 

En realidad, no sé si me he ido y eso significa que no sé por qué me fui. He pensado muchas veces en esa disyuntiva repetida entre la opción de seguir los principios morales, las ideas políticas o los sentimientos que te mueven a estar con tus hijos e hijas, o a salvar el pellejo o el alma. Estar con los hijos es también una opción ética. Si sientes que no eres feliz sin ellos, debes buscar esa felicidad. Pero después que los tienes debes seguir siendo tú y ahí es donde falla el plan. 

Podía vivir más tiempo censurado, prohibido, perseguido, hostigado, acosado, sin poder desarrollar mi profesión, mi vocación docente, porque todas esas limitaciones eran menores al lado de los que están presos o presas, o tienen hijos e hijas en la cárcel, o los que han perdido a sus seres queridos, y esa realidad era la que me hacía a mí sentir que no estaba en la peor situación.

Por eso es que no hago declaraciones sobre lo mal que la pasé en Cuba, porque hay miles que han estado presos, que han tenido que emigrar en condiciones inhumanas, que jamás han vuelto a ver a sus seres queridos ni su país.

Mi problema ahora es cómo ser yo después de emigrar, porque mi vida, mi trabajo, mi particularidad es Cuba, no es otra cosa. Lo más triste de todo es que sabía que me quedaría sin historia cuando saliera del país, pero debo ser justo con mis sentimientos de padre y con la situación de muerte civil en la que sobrevivía en Cuba durante muchos años.

¿Sientes ira, tristeza o dolor? 

Ira muy pocas veces, tristeza mucha, dolor también. Como cualquier persona. Acepto contestar estas preguntas como un cubano más que ha salido de su país por ahora. No veo, no encuentro ninguna particularidad en mi salida ni en mi persona. No puedo aportar casi nada nuevo o extraordinario a la experiencia de miles de personas que sufren desarraigo, muerte, abandono, miedo, persecución, acoso; por lo que contesto desde esa humildad bella del colectivo.

¿Qué te sostiene espiritualmente arriba? 

El trabajo, la familia unida, los gritos de los muchachos jugando en la calle, la gente buena, la belleza del arte, el mar, la libertad y la responsabilidad con ella. 

¿Qué te derrumba? 

La injusticia, el odio inesperado, el desamor, la pérdida de fuerzas para trabajar y de ideas para seguir, la enfermedad de los hijos e hijas, la pobreza sin esperanza de los más pobres, la pérdida de sentido de lo que uno hace todos los días. 

Como Buñuel, ¿eres ateo gracias a Dios? 

Soy un ateo raro, Juan. Mi papá fue un comunista educado en el bachillerato en los Escolapios de la Víbora. Mi mamá no es practicante de ninguna religión, pero creemos en nuestros muertos y somos —usaré una palabra del momento para referirme a algo tan sagrado— seguidores de la Virgen de la Caridad del Cobre. También confío y creo en todas las averiguaciones, consultas, adivinaciones y mensajes que me sean dados con amor desde las religiones de origen africano que se practican en Cuba. Soy más como Mario Conde, un ateo místico que visita todas las iglesias que puede. 

He tenido una relación de amistad muy bonita con muchos curas y pastores, de la iglesia católica y de diferentes iglesias cristianas protestantes. He sido colaborador de instituciones religiosas de la sociedad civil, he escrito en revistas religiosas, he sido miembro de la Junta Directiva del Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo y colaborador por muchos años del Centro Memorial Martin Luther King. Y una anciana me dijo, a los siete años, dentro de la Iglesia de las Mercedes, que yo iba a ser sacerdote. 

¿Somos una nación que ha ido retrocediendo? 

Somos, según mi apasionado entender, una nación inconclusa. La nación que se diseñó en Guáimaro vivió en la Guerra Grande, nació como República y trazó un camino de principios. La nación que se alzó en Baraguá y prefirió quedar herida que sustituida por una nación casi nada cubana. La nación de Jimaguayú y la Yaya, insistente en su orden, en su legalidad, en su republicanismo, en su apuesta por la Guerra Necesaria que pensó Martí como medio para fundar una República mejor, por más justa e inclusiva. Hay una nación soñada en la obra de Martí, en el Partido de Martí. La nación de Martí es república democrática, no es potrero para alimentar la venganza sobre los posibles derrotados. 

La nación cubana nace con derecho y con derechos, y nace con la violenta beligerancia de la revolución. La nación de 1902 es republicana, se viste con una constitución que no es para una Cuba en armas, sino para un Estado nacional. Pero es una nación vigilada y comprometida con el poder político, económico, militar, diplomático de los Estados Unidos. Es una nación incompleta. La nación se apertrechó en los años de las repúblicas de la primera mitad del siglo XX. Hay una nación distinta en los años treinta y se declara un proyecto de nación moderno en 1940 con una constitución paradigmática. Martí sigue siendo en esos años, y lo ha seguido siendo, una referencia ética y pasto de los demagogos, pero su república todavía no aparece. 

La nación cambia a partir de 1959 con la última revolución, se ensancha para algunos y se estrecha para otros, se convierte con mucha rapidez en una nación independiente y también muy veloz, empieza a depender de la Unión Soviética. Hay una nación distinta en el proyecto político, económico y cultural que cristaliza en la constitución de 1976. 

La nación cubana se convierte en pocas décadas en símbolo del Tercer Mundo y en productora de combustible espiritual para los pueblos en revolución. A la vez, va espesando el caldo del estancamiento político, del dogmatismo, del esquematismo, del reduccionismo filosófico, del ateísmo y el comunismo como únicas opciones posibles; de la expansión exitosa de la doctrina de la plaza sitiada, digerible en los ochenta, pero muy pesado de tragar durante la crisis de los noventa. 

La nación cubana aprendió a emigrar, a cargar la isla, el archipiélago, los Versos Sencillos de Martí, las canciones de Bola, el sonido de la pelota bateada en el estadio Latinoamericano, los recuerdos de los amaneceres frente a la Sierra Maestra, el olor de la hoja seca del tabaco de San Juan y Martínez, el azul cristalino del mar en Cienfuegos, la sal hiriente de los paseos por el Malecón… para poder tener una patria donde quiera. La nación no echa raíces, sus jóvenes germinan durante sus viajes. 

Está también la nación que quiere la gente, la que se cuece en los solares, desde la calle, desde los barrios, desde las guardarrayas, desde las fábricas, las calderas, los bohíos, los guateques, las canciones, las rumbas, las fiestas; la que se cree y piensa dentro de las iglesias, frente a los altares íntimos de las casas, frente a los recuerdos del pueblo y sus carencias históricas. Todo esto sería la nación que se vive como nacionalidad. Pero la nación cubana no puede estar completa conviviendo con racismo, con machismo, con discriminaciones por motivo de identidad de género o de orientación sexual, por motivo de diferencias políticas e ideológicas, por motivo de diferencias religiosas; porque la nación cubana empezó a andar de la mano de una revolución de independencia, y la independencia en el siglo XXI tiene que ser completa: no podemos aspirar solo a liberar al Estado, a suspirar por la soberanía, a sentirnos satisfechos por la autodeterminación. 

No creo que la nación haya retrocedido porque esto sería como aceptar que tenemos una que se parece a la de la manigua, a la del 40, a la del 59, y no. Somos una nación en construcción porque hay movimiento, hay lucha, hay crisis de concepciones, de idearios de generaciones enteras. La nación no está en reposo. Está temblando frente a la posibilidad del cambio y este puede ser brutal o cadencioso. El pueblo cubano de todas partes está ante un momento histórico singular. No creo que nuestra nación deba depender de un solo Gobierno para existir ni de un solo plan de desarrollo. Tampoco creo que nuestra nación pueda sobrevivir a una relación dependiente con una gran potencia económica y cultural ni bajo un proyecto de desarrollo que no coloque a los cubanos y cubanas en el centro del plan de vida, como sujetos del cambio, como actores y como beneficiarios del resultado. No veo nación sobreviviente al impacto de una intervención capitalista masiva ni al impacto de una década más de despropósitos de un Gobierno que tiene los ojos puestos en un horizonte distinto al que el pueblo otea todos los días.

¿Qué le reprocharías al poder?

Al poder en general le reprocharía la furia, la soberbia, la frialdad, el desamor, el abandono de la belleza y el olvido de la mortalidad. Al poder en Cuba, al actual, le reprocharía no romper con la idea de poder heredada como un tesoro y como un lastre, de los años anteriores. 

El poder político que no piensa en la gente que lo sostiene; que no se desviste de su ropaje de culto a la personalidad, de oropel, de pose y de engaño; que no entiende la necesidad de la humildad y que no confía en la juventud. El poder que se aferra al pasado, no por admiración a las obras de los antiguos, sino por falta de referencias éticas y políticas en el presente, no puede pretender ser viable. 

El poder que no quiere dejar el poder, que no quiere compartir el poder, que no quiere alternar en el poder, que no quiere limitar su poder. El poder que no se detiene para aplastar, perseguir y encarcelar al que lo critica o debate es un poder enfermo, es un poder abusivo, es un poder ilegítimo. El poder necesita de un derecho que lo haga justo, humano, pasajero, aceptable, soportable, útil, porque en su ausencia el poder se desenfrena, se autodefine, se argumenta a sí mismo, se cree lo primero y lo último y hunde al pueblo que es su esencia. 

El poder necesita de una sociedad civil que lo saque a bailar, a tomar cerveza a los carnavales, que lo lleve a los barrios y los poblados, que le enseñe los colores de la gente, las ideologías y los dioses de la gente, las orientaciones sexuales de la gente, sus identidades de género, la forma en que la gente ama y convive con la naturaleza y con sus tradiciones. 

Un poder que amarra la sociedad civil a la pata de la mesa presidencial es un poder que se cree poderoso, pero solo porque tiene secuestrada la vitalidad de un pueblo, las ganas de emprender de un pueblo, de liderar de otra forma, de inventar otra patria y otro país, con historia, pero con futuro.

¿Qué nos falta para salir definitivamente del siglo XX?

Una gran parte del siglo XX se acabó con la caída del campo socialista. Después parecía que el siglo XXI había empezado el 11 de septiembre de 2001. Ahora puede ser que el tercer milenio empiece después de la invasión rusa a Ucrania. En otros lugares del mundo estamos en el siglo XIX, en algunos en el XVIII, en otros parece que la edad feudal no ha terminado. 

Las corrientes filosóficas más exitosas, más leídas, más influyentes en ambientes intelectuales y académicos han reaccionado por siempre a los medioambientes filosófico-político-culturales anteriores, a las formas de vida dominantes de las épocas, a las lecturas de la existencia y el pensamiento humanos que han acercado a la historia del mundo a situaciones terribles de guerra, de genocidio, de conquista, de dominación cultural de una o varias culturas por otras. 

Se debe producir una filosofía, una alternativa axiológica que nos lance hacia el futuro, pero no solo como filosofía de acompañamiento a la revolución tecnológica permanente en la que vivimos, sino como alivio de ese mismo desenfreno. 

La situación en casi todas partes del mundo es desesperada para millones de personas: guerras, invasiones, terrorismo, fundamentalismos religiosos, regímenes políticos autoritarios y totalitarios, retroceso de la democracia y de su legitimidad discursiva, pobreza, desigualdad, hambre, pandemias, catástrofe ecológica, especies desapareciendo, calentamiento global, desertificación, aumento del nivel de los mares, desaparición de hábitats, deforestación, aumento de la temperatura promedio mundial, empeoramiento de los fenómenos climáticos, irracionalidad y frialdad ante esta problemática.

Existe una gran coyuntura medioambiental y cultural, en la que estamos obligados a tomar decisiones urgentes como humanidad. En esta coyuntura debemos priorizar salvar al planeta y con él las formas más sanas y justas de creación cultural, incluidas aquí las más sustentables y sostenibles formas políticas y económicas de desarrollo. Con esto digo que nuestro verdadero cambio de siglo sería la superación del capitalismo salvaje que ha desinflado los vestigios del Estado de bienestar social y la superación de las opciones políticas autoritarias, antidemocráticas, totalitarias, sin espacio para la libertad en el sentido de responsabilidad ante la colectividad humana y disfrute de la vida democrática y de todos los derechos posibles.

Juan Pin Vilar y Julio Fernández Estrada.

¿La academia cubana está a la altura de lo que fue antes de 1959?

No soy un especialista en los estados y la evolución e involución de la academia cubana. Voy a contestar como persona que ha dedicado su vida a una labor mayormente intelectual, docente y como ciudadano cubano responsable de y por su país y su cultura.

Prefiero no hacer la apología a todo lo anterior a 1959 porque me parece falsa e insuficiente. Tampoco me gusta la apología de todo lo posterior a 1959 por la misma razón. Puedo hablar un poco más de la academia de Derecho, de la enseñanza del Derecho en Cuba, de la creación científica en este ámbito de la cultura.

Antes de 1959 había muchos juristas reconocidos, pero no todos ellos fueron académicos, y es cierto que hubo ramas del Derecho que tuvieron mucho desarrollo teórico, como el Derecho Internacional Privado, el Derecho Municipal, las Obligaciones y Contratos, el Derecho Internacional Público; y hubo profesores prominentes, muy célebres, de Derecho Romano, Introducción al Derecho, Derecho Penal, Derechos Reales. Pero también podemos decir lo mismo después de 1959. Sobre todo, porque la academia cubana creció. No siempre el crecimiento es sinónimo de desarrollo positivo, pero el nacimiento de nuevas universidades es positivo, y se unieron a las que existían antes del triunfo de la Revolución.

La academia cubana hay que evaluarla en su relación con sus marcos de acción y posibilidad políticas, institucionales, económicas. La enseñanza del Derecho en Cuba y las academias de Derecho pasaron por la crisis de consolidación de los sesenta; por la crisis de censura y cierre ideológico de los setenta; por la danza apretada con el socialismo real de los ochenta; por la crisis de legitimidad y de depauperación económica de los noventa; por el reformismo de los 2000 y la apuesta por una informatización lenta pero estable de las universidades; por la modernización de los planes de estudio y el acercamiento a concepciones de la educación más prácticas y en esencia menos políticas y menos mediadas por ideologías; y hemos comenzado la segunda década del siglo XXI con una academia de Derecho más reconocida y más protagónica en la asesoría y creación de la Constitución de 2019 y las leyes de desarrollo posteriores.

En general, nuestra academia tiene los mismos problemas que el resto de la cultura cubana. Está presa en unas posibilidades políticas, institucionales, ideológicas que la limitan y la esquematizan. Son espacios estratégicos porque las academias no están compuestas solo por docentes, sino sobre todo por estudiantes. Los y las estudiantes son lo que definen la academia. Y la juventud estudiantil cubana es decisiva en el futuro de Cuba.

El mayor problema que vislumbro ahora es la formación académica con la que llegan los estudiantes a las carreras universitarias, después de tres décadas de crisis de la educación en Cuba. Igualmente, el desinterés de los y las jóvenes por las carreras pedagógicas; la emigración creciente de estudiantes de preuniversitario antes de entrar a la universidad; la disminución de la cantidad de estudiantes que se presentan a los exámenes de ingreso; la disminución, de más de 20 años, de la matrícula universitaria de personas de bajos ingresos: hijos e hijas de obreros, de origen campesino o de piel negra. También es muy llamativo el número decreciente de matriculados varones en muchas carreras universitarias, frente a una mayoría de mujeres, situación de la que fui testigo durante todos mis años como profesor.

Otro gran problema es qué Derecho se enseña. Es un reto enorme para la academia cubana enseñar Derecho en el contexto actual del país: con una Constitución cumplida a medias; con derechos garantizados a medias; con concepciones vindicativas del Derecho Penal, frente a un papel bastante triste de las instituciones jurídicas principales que soportan el proyecto de Estado de Derecho, como son los Tribunales y la Fiscalía; con un sistema electoral en el que no se elige a nadie; con una Asamblea Nacional que lo decide todo por unanimidad. Es difícil enseñar Derecho así, pero debe ser un bonito e interesante reto formar juristas decentes y que aspiren a encontrar la justicia, aun en ese contexto.

¿Podrías definir en qué momento comenzó a detenerse el pensamiento revolucionario del poder? ¿Cuánto daño nos hace la ignorancia del Gobierno?

Todas las revoluciones nacen y se desarrollan con un germen auténtico y esencial, primigenio, de contrarrevolución. El momento en que esa tentación por el nuevo poder, por escuchar todo el tiempo la melodía que alude a lo inigualable, superlativo y sobrehumano de la revolución es más importante que lo que se ha fundado, cuando empieza a traicionarse lo construido, la revolución empieza a declinar ante su contraria.

El pensamiento revolucionario ha tenido que lidiar todo el tiempo con la censura, el culto a la personalidad, el dogmatismo marxista leninista, el miedo atroz al pluralismo político, la guardia permanente ante la espontaneidad y la creatividad desmedidas. Sobre todo, ha tenido que lidiar con la expropiación por el poder de muchos conceptos indispensables para el cambio, como los de democracia y socialismo, por citar dos.

El pensamiento moderno liberal había hecho eso antes, pero también lo ha hecho el Estado totalitario supuestamente socialista. Producir ideas de cambio y refundación en un ambiente político y cultural de cierre, de vigilancia, de sospecha, de controles, de ideología y militancia únicas es difícil, y así y todo se ha producido pensamiento crítico en Cuba hasta el día de hoy, llámese revolucionario o como se quiera.

El problema del liderazgo, de los métodos de dirección, del estado de depauperación de la administración está mediado por esa crisis de producción de ideas de cambio, pero también por la política de cuadros que se prefirió para conservar un estatus político de inmovilismo. El papel del Partido en la crisis política cubana es crucial, como crucial es el liderazgo de Fidel para entender las claves del sistema político cubano durante 60 años.

No se podía esperar otra dirección política ni otra administración del país después de décadas de formación de dirigentes en un estrecho manual de comportamiento y de una educación ciudadana sin el menor atisbo de movilización cívica. Ellos y nosotros somos productos de un sistema educativo, político, de control ideológico, en el que la falta de imaginación y la disciplina a las indicaciones de los superiores han sido la virtud suprema durante décadas.

Define diálogo y confrontación.

El diálogo es la voluntad de encontrar soluciones a problemas individuales y sociales por medios colectivos. El diálogo es una aptitud cívica, democrática y republicana, es una necesidad humana. Es la justa ponderación de las posibilidades superiores de la colectividad humana, de la diferencia, de la pluralidad, de la existencia de experiencias diversas y complejas.

El diálogo es imprescindible para una dirección de cualquier empresa humana, empresa en el sentido de actividad y empresa en el sentido económico. Sin el diálogo no hay política ni Estado ni Gobierno que logren algo útil y legítimo. El diálogo es también una necesidad social.

La confrontación dentro de la ley es parte de la república democrática, mientras no sea violenta ni limite el ejercicio de los derechos humanos de terceros. Si el fin es la confrontación, hay enfermedad política. Pero cuando la confrontación es vehículo del cambio, como debate, como polémica, como derecho de manifestación, como libertad de expresión, como performance, como resistencia cívica, como desobediencia civil, como huelga; entonces estamos ante la vitalidad de una sociedad civil que se mueve.

¿Crees que la Seguridad del Estado tiene tanto poder o es el propio sistema, su naturaleza, la que es represiva?

Todos los Estados son represivos; no solo lo creo, sino que lo he enseñado durante mucho tiempo. Por lo tanto, todos los sistemas políticos y dentro de ellos todos los regímenes políticos están preparados para la represión. Es una de las cosas que mejor hacen y durante más tiempo han hecho. Esto no tiene nada que ver con socialismo ni capitalismo, esto es teoría del Estado de primer año de la carrera de Derecho o de Ciencias Políticas, donde quiera.

El problema debería ser cómo convertir la represión en una esencia contenida. Un Estado de derecho es también un Estado represivo, pero debe ser un Estado en el que la represión esté sujeta a derecho. Parece una barbaridad, pero ese es el núcleo del Estado de derecho. Es una forma de organización de las funciones del Estado que encuadra toda su actividad dentro de límites legales y de control, como autocontrol y como control popular.

La Seguridad del Estado cubana tiene que existir, pero tiene que hacerlo dentro de mecanismos de control, no solo éticos, administrativos, profesionales, de evaluación de la cadena de mandos, sino dentro de la ley, y esto significa que no puede trabajar mediante la violación de derechos humanos ni mediante la violación de mecanismos institucionales que son garantías para la ciudadanía.

 ¿La represión del disenso es la respuesta del mediocre?

Es la respuesta del que teme, del que sabe que no puede ni debe discutir. Es la respuesta del que ha aprendido a ascender por haber desconfiado siempre del disenso.

En Cuba lo más importante en una reunión —dígase de paso, la reunión es la forma de organización básica de la burocracia cubana, tiene vida y reglas propias, que no han sido exploradas del todo— es no aparecer en la presentación del jefe, en las diapositivas del jefe, no ser mencionado. Lo ideal es no aparecer. Es mejor aún que ser reconocido, porque el reconocimiento conlleva envidia de los otros. Si acaba cada reunión y usted no es mencionado, sabe que tiene su puesto seguro. Es mediocridad, pero es una existencia en pánico.

Los dirigentes en Cuba tienen pánico a los que ponen mala la cosa, a los que levantan la mano en las reuniones, a los que vienen con preguntas sobre la constitución, a los que preguntan por noticias que leyeron en Internet, a los que proponen hacer cosas distintas, cambiar las rutinas, abandonar los canales establecidos. El trabajador mediocre que no se siente es preferible. El que lo hace todo bien es un mal ejemplo porque en algún momento va a venir con alguna idea nueva y va a convencer a los demás.

Si un dirigente aviva el disenso en Cuba tiene los días contados, eso lo ha aprendido muy bien. Por eso la represión en el totalitarismo no se puede reducir a la dictadura, al régimen opresivo, porque es mantenida a punta de lápiz por un ejército de funcionarios y funcionarias de todos los niveles, esos que nadie llama con el epíteto sonoro que le han adjuntado al presidente de la república en Cuba.

La represión es una actitud que se reproduce en cada oficina, en cada espacio de poder por mínimo que sea, y es viable porque asegura la perdurabilidad del cargo y la tranquilidad en tu espacio de acción. El disenso que se lo dejen a los países que no han sabido enseñar al pueblo el valor de la disciplina partidista y la unidad a toda costa, la unidad en el silencio. Esa es la aspiración de un dirigente promedio en el totalitarismo.

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