Caracas, Venezuela.—«¿Por qué no han contactado con los barcos y el submarino que tenemos cerca de la costa en La Guaira?», rezonga áspero el oficial gringo; «¿por qué nadie me ha contactado?, ¿qué están esperando? (…), esto tiene un costo operativo —advierte y le entrega su tarjeta al que escucha—, espero su respuesta».
El golpe de Estado contra Hugo Chávez ya estaba decidido, la noche del ocho de abril de 2002, cuando en la recepción de agregados militares, en el hotel Meliá Caracas, el general venezolano Roberto González Cárdenas, perspicaz y en silencio, recibía la tarjeta de David Cazares, oficial de la Marina estadounidense.
«Cuando EE. UU. advirtió en Hugo Chávez al líder político indomable que impulsaba un proyecto de cambios en el continente, decidió que la Revolución Bolivariana había que abortarla», concluye el exdiplomático y escritor, Germán Sánchez Otero.
Embajador de Cuba en este país, al momento de aquella asonada del 11 de abril, Sánchez Otero razona sobre ese episodio, denominado por el político y periodista, José Vicente Rangel, como un proceso «enmarcado en el odio y el revanchismo que atizó el gobierno estadounidense y desencadenaron políticos, empresarios, la jerarquía de la Iglesia y medios de comunicación desplazados del poder por la Revolución Bolivariana». «Fue un golpe diseñado por expertos norteamericanos», asegura Sánchez Otero.
—¿Existen evidencias para confirmar su aseveración?
—De sobra —replica—, y remite a las páginas de Abril sin censura, libro de su autoría, que desentraña los móviles del golpe. Según ese escrito, el 6 de abril de 2002, un informe Top Secret de la CIA alerta que facciones militares disidentes, entre ellas oficiales descontentos, y radicales de menor rango, intensificaban «esfuerzos para un golpe contra el Presidente Chávez, tan pronto como este mes».
«Otra parte del documento: “Los planes —reza el documento— apuntan al arresto de Chávez y otros diez altos funcionarios (…) para provocar la acción militar, los que conspiran podrían intentar conflictos y violencia durante las manifestaciones de la oposición, que tendrán lugar este mes”».
LAS «HEREJÍAS» DE CHÁVEZ
«Chávez irrumpe como un estallido de luz y esperanza», matiza Sánchez Otero, «emprendió reivindicaciones sociales, puso los recursos del país en función de mejorías para el pueblo; le dan poder para legislar, y decreta un conjunto de leyes; tres de ellas: la Ley del Petróleo, reivindicativa ante las transnacionales que succionaban el crudo sin pagar impuestos; la de Pesca, y la de Tierras, o sea, una Reforma Agraria contrapuesta a los intereses del latifundio, golpean a la oligarquía y a EE. UU».
«En paralelo impulsaba el proceso constituyente, que transforma las reglas de la política en Venezuela. Estaba logrando el apoyo a una nueva estrategia revolucionaria; hacia el exterior defendía la multipolaridad, una herejía a contranatura, en medio de un mundo unipolar. Todo eso motivó el diseño del golpe de Estado, que fracasó a la postre».
«A Chávez lo salvó el pueblo, y las Fuerzas Armadas», sostiene Germán; «la reacción popular tuvo que ver con la velocidad a la que fue derrotada la maniobra (48 horas); la gran mayoría de los militares estaban comprometidos con la Revolución Bolivariana, para ellos fue muy importante que el pueblo saliera primero».
Hoy el adversario planea actos abominables, como el del 11 de abril de 2002, y repite la ridiculez del David Cazares gringo, que a un general fiel a Chávez lo confundió con uno golpista, y se le confesó. Actualmente permanece el mensaje que un día Chávez le encomendó a Germán Sánchez Otero: «Dile a Fidel que no se preocupe; si hay golpe de Estado, el pueblo y las Fuerzas Armadas van a derrotarlo».