En una semana el mundo se voltea como una tortilla. El lunes tres millones de refugiados ya han cruzado las fronteras de Polonia. El martes nos dicen que el pacto está cerca. El miércoles informan que un teatro con niños fue bombardeado en Mariúpol. El jueves Joe Biden acusa a Putin de criminal de guerra. El viernes Rosalía estrena su controversial Motomami y los presentadores de la tele se toman un respiro.
El sábado Rusia enseña su misil hipersónico Kinzhal. El domingo el Papa Francisco reza el ángelus en la plaza de San Pedro y suplica a la comunidad internacional que se comprometa a que cese la guerra en Ucrania.
El Papa parece que sabe lo que los periodistas ignoran. Todos los medios hablan de la invasión de Rusia. Pero Francisco no le implora a Putin. Se dirige al mundo. A los que atizaron este conflicto ocho años atrás. A los que prometen y envían armas y aviones a Ucrania. A los que amagaron con plantar a la OTAN en la frontera rusa. A los que ahora venden gas y petróleo a precio de diamantes. A los que utilizan a Europa como un coliseo romano. A los que no ponen los muertos y hablan de crímenes de guerra… Ellos, que inventaron las armas, las guerras y los crímenes. ¿Será que Dios los mira desde arriba y le sopla al oído a Francisco?
Hace solo tres meses, La Rosalía rodaba en Kiev, capital de Ucrania, el videoclip de Saoko, el primer tema del disco Motomami. Entonces era una ciudad en calma y una decena de jovencitas retaban la noche bohemia en motos de acrobacia. La barcelonesa que no es bruja, mucho menos politóloga, cantaba bajo la transparencia de un vestido rojo a la luz de la luna:
“Y se vuelve de día, ya to’ eso cambió/Cuando el caballo entre a Troya/Y tú te confia’, ya ardió, (uh, no) uh, no (eh)”. Ucrania arde ahora mismo bajo los misiles rusos y Rosalía empodera a todas las “niñas motomamis” del planeta con un reguetón.
El mundo cambió y casi todos pensamos que nada podría ser peor que la pandemia. Tres vacunas te inmunizan contra las variantes COVID, pero de una confrontación nuclear no nos salvará nadie. Sin darnos cuenta pasamos de los diarios de Ana Frank a la invasión trasmitida por TikTok.
La guerra de Vietnam fue la primera de la historia en televisarse y la del Golfo la primera que seguimos en directo. La guerra de Ucrania, en lo comunicacional, habrá que atribuírsela a las redes sociales. Un arma letal de la que no se habla ahora mismo lo suficiente está en las manos de los soldados y de millones de ucranianos: los teléfonos inteligentes.
Dice Ana Vidal Egea, en El País, que “en la sociedad voyerista e hipermediatizada en que vivimos no sorprende que haya quien documente en las redes sociales su día a día, incluso dentro de una ciudad asediada por la guerra. Documentar la realidad, aunque en ocasiones se haya considerado un acto ególatra, es en última instancia un intento de conectar con otros seres humanos, compartir la experiencia e informar. Varias memorias de escritores que sufrieron el Holocausto han pasado así a la historia de la literatura”.
Eso es justo lo que hace hoy el periodista cubano-ucraniano Daniel Cantallops Dotsenko desde Kiev. O la ucraniana Valeria Shashenok, que cuenta a sus 858 000 seguidores de TikTok cómo transcurren sus días en un búnker en Cherníhiv.
TikTok se ha colado en esta guerra como un misil más. La red social de origen chino, con sus mil millones de conectados, es una de las protagonistas del conflicto. Sus videos de entre quince segundos y diez minutos (en formato vertical) nos muestran hoy la crudeza y la incertidumbre de la guerra. Sus usuarios habituales tienen una edad promedio entre 18 y 24 años.
Para ellos es su principal fuentes de noticias, aunque se trate de una mezcla difusa de reality, testimonios, humor, bulos y desinformación. La Generación Z se niega a que otros le cuenten la guerra a través de los periódicos y los noticieros de televisión. No importa que sus abuelos y sus padres atesoren en sus libreros el diario de Ana Frank. En TikTok ellos sienten que lo tienen todo: Ucrania en tiempo real, Motomami y diversión.
(Tomado de Mojito News)