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“Niñas en la casa vieja”, de Dazra Novak

Niñas en la casa vieja, de Dazra Novak es una novela sobre el amar, el temer y el partir, por muy jocoso que esto suene, ¿por qué no? Si está narrada de forma tragicómica, con vuelos y aterrizajes forzosos, con ingenio, inocencia, picardía, rabia y bondad; si es una historia de amor y generosidad, de crecimiento espiritual y, por tanto, desprendimientos y despedidas. 

La historia está narrada desde una primera persona que no solo habla de sí misma, sino que comparte el protagonismo con sus inquilinas de paso, y todo ocurre alrededor de esa casa vieja —refugio para gente con el corazón roto— y, casi como un chisme, nos asomamos al espacio interior de cada habitante, cada mujer que, cual niña, busca la aceptación, comprensión y apoyo —¿acaso no lo necesitamos todos y todas?— ante el hostil mundo real y el aplastante tercermundismo tropical que no cree en sueños, ilusiones y/o delirios, y entrena al espíritu en el gimnasio de “la lucha”, esa que llaman en la calle “el deporte nacional”. 

La dueña de la casa, que cuenta todo, nos va presentando a esas niñas —y lo de niñas viene por lo desprotegidas, abandonadas y desubicadas: Ana Manso, Rosita Aparicio, Lina Linet, Rosario Farrás, Zulema Restrejo, Vera Borras, Camila Comas, que son también modos de presentarnos las varias caras y formas de LA MUJER, a la par de una visitante asidua: La gitana; una araña: Natasha; una promesa: David; y una escritora que llega al final, supuestamente tarde, o quizás, justo cuando tiene que llegar: la misma Dazra Novak. 

En la casa vieja, en un país envejecido física, moral y cívicamente, se reúnen, se refugian, se ingresan, como para recibir terapia, estas mujeres sin hombre-amazonas de dos tetas, en una curiosa sororidad que tan bien y también está descrita: «Todas las mujeres que vivieron en esta casa llegaron —rara vez sucede de otra manera— atormentadas por las limitaciones y las renuncias. Resignadas a que la vida que habían soñado y hasta la que habían vivido hasta un punto, se hubiera esfumado como por arte de magia. Como si Dios se hubiera olvidado de inscribirlas en el gran registro civil de la existencia humana y por eso carecían de todos los derechos —civiles, familiares, conyugales, humanos—…».

Dazra utiliza a veces frases cortas que envuelven grandes temas, como cuando dice sobre el despertar lésbico de un personaje: «Sin nadie que la repudiara, pues no tenía familia para convencer de su elección sexual…», he aquí un hecho que aún machaca a nuestra sociedad, a nuestras mujeres: el rechazo a la homosexualidad femenina cuando prescinde de los hombres, —ya sabemos que la bisexualidad femenina roza mucho con la cosificación, pero ya ese es otro tema más extenso—; el innecesario y ridículo “dolor” familiar cuando una hija se asume como lesbiana, como si anunciara delincuencia, satanismo o enfermedad terminal. 

«Cuando eres gay siempre algo está dispuesto a romperte el alma y los huesos. Primero los padres (…) Luego las parejas (…) Luego los amigos…» he aquí lo real — simbólico y trágico— y lo maravilloso: la persistencia del deseo a pesar de esa supuesta fatalidad que le persigue, tanto a su esencia como a su cuerpo homosexual: el deseo de romper la “maldición”, el deseo de que todo vaya bien, el deseo de que amar no lleve destrozos, pero mucha razón lleva Cher cuando canta en Runaway, esa canción suya sobre la huída de lo impróspero : «(…) No puede haber amor sin lágrimas…». 

Niñas en la casa vieja es una novela cargada de “los colores” idiosincráticos de nuestro gentilicio; dígase religión cubana —esa que comúnmente llaman “afrocubana” pero en verdad es cubana, porque nació aquí a raíz de la unión de varias creencias que no son solo africanas—; dígase el habla popular con los lirismos y los vulgarismos que adornan y enriquecen a nuestro lenguaje; dígase el temple, el humor y la resiliencia, el descaro, la gitanería, el invento, las ladinas balsas de supervivencia, la supuesta locura —que ya saben lo que siempre digo: nos hacemos los locos para no volvernos locos—; y la generosidad, esa que ha sabido anteponerse a las miserias que nos patean las nalgas todos los días en nuestro país, esa generosidad que a veces puede confundirse con la estupidez si es filtrada por el ojo egoísta, y esa creo que es la virtud más exaltada en esta historia que reseño: la generosidad, el verdadero roce humano. 

Retrata, para que el lector juzgue desde su cosmovisión, ideales y proyecciones, y sin hacer mucho uso de juzgados personales, a pesar de que es narrada por un personaje, retrata todas esas aristas de la sociedad moderna cubana que dan pie a la larguísima lista de quejas y sugerencias que deambulan en las calles, desesperan en las colas, duelen en las enfermedades, titiritean a los nervios, brincan en los platos, lloran, huyen,  oyen y llaman… ¿que son las mismas “críticas quejicas” que colman a la literatura cubana desde hace ya varias décadas? Claro que sí, y esos berrinches seguirán apareciendo mientras todo lo que debe ser cambiado siga sin ser cambiado. De hecho, eso hace falta, si no, ¿cómo va a saber el futuro la verdad de las cosas? El arte tiene la verdad, de ahí que todavía existan las novelas realistas, para decirle al presente y recordarle al futuro, para exponer las diferentes formas que tiene la verdad, porque nada es de un solo color. Ya lo mágico, lo surreal o lo que sea, viene como aditamento, para aportar belleza, que tanta falta hace. 

Niñas en la casa vieja no es una novela lesbiana aunque sus protagonistas lo sean, es una novela de amor, de amistad, de supervivencia, nadie dice de Jane Eyre o de Madame Bovary que son novelas heterosexuales, dejemos ya esos atrasos sociales que ni se usan y nos hacen quedar mal y demasiado “detrás del palo” frente al mundo, ya es suficiente con la “hipocondríaca” economía que nos pervierte el espíritu. 

Otra de las cosas que logra la novela es entretener, y eso es muy importante, pues muchos “culturosos” se la pasan buscándole la contrapelusa de la pelusa a una obra para exaltarla, y las obras literarias, aparte de las proposiciones estéticas y demás, tienen un fin recreativo, no todo tiene que ser didáctico, aunque como digo una cosa digo la otra; una buena novela lleva consigo crítica social y filosofa sobre varios aspectos, de forma orgánica, fluida, natural, y esta en específico se nutre de la realidad para volverse obra, de ahí que logremos identificarnos e identificar a otros, y al cabo recrearnos en su lectura. 

Niñas en la casa vieja tiene todos los ingredientes de la cubanía, esa que también tiene inyecciones culturales, porque somos un pueblo culto, maravilloso y sorprendente, nuestro país tiene una magia que Dazra conoce, y ella ha sabido plasmarla entre estas páginas. 

La novela también habla de esas casas viejas cubanas, que tienen un antes y un después de la Revolución, un poco de la España católica y del mestizaje con su religión “negra”, un poco de esfuerzo capitalista, resentimiento socialista y el visible declive del tiempo. Habla de la casa que, como toda casa vieja cubana, tiene el alma ecléctica, y en este caso, también un trabajo de espiritismo que influye en sus habitantes.   

«El que quiera entender este país no lo puede separar de la religión (…) La verdadera que libra a diario, que no es contra el imperialismo, los vectores, las indisciplinas sociales ni un carajo de la vela, sino contra los polvos (…) Polvos que se echan para conseguir y conservar empleos. Para arrastrar con el enemigo…», así como la disertación de la gitana con respecto a los muertos, más bien, los espíritus que nos acompañan, para bien o para mal, este es un asunto de lo más espeluznante y que forma parte de nuestra mentalidad tan orgánicamente que le hemos restado la parte de terror que le corresponde. 

Ante el embarazo de una de estas mujeres que protagonizan la obra, un cuarto es decorado con dibujos de todas partes, Disney, Cuba, en fin: «(…) El cuarto de nuestro bebé era el más democrático (…) Nuestro hijo o hija, también lo sería de su tiempo, sería libre. Estábamos de acuerdo en que probara todo y luego eligiera.» Padres y madres que leen: tomen nota, vayan también “empapándose de modernidad”, que vienen tiempos nuevos con nuevo Código de familia y nuevas formas de entendernos, además, como bien dijo Rimbaud: «Hay que ser absolutamente modernos».

Genial lo de llorarreír, eso que hacemos los cubanos, que lloramos al reír, aunque no haya lágrimas: «Lloraban por sus vidas miserables, por lo que nunca tuvieron. Lloraban la vida que se les había acumulado por años, y eso era tanto, que el llanto era de risa. Llorarreía el viejo (…) llorrareía el hombre (…) Llorarreíamos todos (…)» Hay varias generaciones cansadas que hablan a través de las páginas de esta novela, gente que ya sabe que no cambiará nada, y que a su vez ansía ese cambio y lo delega al futuro: «David, sin haber nacido, quedaba exonerado de esta herencia nuestra harta de exilios, llantos, lamentables errores cobrados en una moneda más poderosa que las libras esterlinas: los años.»

Y al final, la propia autora es otro personaje; hace una especie de cameo, a lo Hitchcock, a lo Allen, a lo Tarantino, se deja ver, dice y hace, y no creo que ese detalle convierta a la novela en autoficción, esa que tanto se usa ahora, y se vende a modo de reality show, y que capta la atención porque, como bien dice Dazra en la página 198: «(…) El oyente se queda porque es noticia de primera mano, sufrimiento a tiempo real donde el que sufre mide sus propias fuerzas, su resistencia ante el mundo y la audiencia que, impávida, suspira pensando qué-bueno-que-no-me-pasó-a-mí…»

Recomiendo la lectura sobre estas mujeres que son niñas, porque recurren a la protección ante los tantos peligros ancestrales y sociales que las acechan, y se abrigan, se abren y se cierran con sus diferencias y cercanías en lo que su autora define como: «Celda país. Casa jaula. Lesbos maldecida.»

Las sugerencias culturales que se van turnando en la narración abarcan desde obras musicales, literarias, películas, pinturas, personalidades, mitos; son guiños que en su momento aportan un toque de humor, drama, o simplemente ayudan a enfocar mejor una acción, una cosa, una persona o un sentimiento, ¿no es acaso para eso el arte también; para representar, para sugerir más?  

Niñas en la casa vieja tiene música: boleros, baladas, trova, temazos de feeling, danzón y hasta rumba. 

No puedo dejar de mencionar, como artista plástico que también soy, la obra que engalana la portada, Las geishas de 5ta Avenida de la inconfundible Rocío García, una elección que encaja de maravilla con el texto, una sintonía hermosa, otra sugerencia que se une al cuerpo de la novela, pues la pintora es mencionada por uno de sus cuadros. 

Me gusta que una novela tan cargada de crudeza haya sido publicada por Letras Cubanas, antes de que una editorial extranjera lo hiciera. Muy bien. Tenemos que vernos a nosotros mismos primero, y no seguir dejando que nuestros creadores sean profetas en tierras ajenas para después de ningunearles, aplaudirles, ya eso no se usa, es cheo y apesta a adoctrinamiento, espanta al lector avispado que prefiere la libertad de consumir el producto artístico que mejor le sirva a su espíritu. Mis aplausos para Letras Cubanas

Recuerdo ese temazo de Los Van Van que en voz del inconfundible Pedrito Calvo repetía: «Nadie quiere a nadie, se acabó el querer», para extraer un pequeño y hermoso párrafo de este libro que, de algún modo, contradice a esos versos y pone un poco de esperanza donde creemos que no la hay: «(…) El amor nace en La Habana como los álamos en los aleros de sus edificios, poco importan las relaciones adversas.» Porque es cierto, porque es imposible no amar y todo es finito, lo bueno y lo malo, y ahí radica la verdadera magia de las cosas; en esta novela nos lo reiteran esas mujeres, esas tantas vidas, ellas que nos cantan sin cantarlo: «solo el amor convierte en milagro el barro».

Sobre Dazra Novak:

¿De verdad es ese su nombre? Porque suena mucho a pseudónimo. Que sí, lo es, un pseudónimo. La autora se llama Mairely Ramón Delgado, pero le diremos Dazra Novak, sagitario, de Cojímar, mujer con signo de fuego que se mueve entre el cuento, la novela, el minicuento y la crónica. Multipremiada y publicada también en antologías de Cuba y otros países. Tiene títulos muy buenos como Cuerpo Reservado y Cuerpo Público, de cuentos: Los despreciados (cuentos, Isla de Libros, Colombia, 2019), Erótica (Minicuentos, Cuadernos del Bongó Barcino, Barcelona, 2019), y las novelas Making of (2012) y Niñas en la casa vieja (2019, aunque salió ahora en 2022).

Reproduzco lo que de Dazra dice la EcuRed, para invitarles a seguir su creación:

«Ha sido columnista de varias revistas digitales como Cuba Contemporánea (Letra de molde), Cubahora (Una palabra) y La Jiribilla (Sin teques). Ha colaborado con revistas impresas como Casa de las Américas, La Gaceta, El cuentero, La letra del escriba y Casapalabras (Ecuador).

Su blog personal Habana por dentro es un recorrido sentimental, de más de 400 textos, por la ciudad de La Habana, acompañada de fotos hechas en su mayoría por la propia autora.

Muchos de sus textos, cuentos, fragmentos de novelas, minicuentos, columnas, incluso inéditos, están disponibles para la lectura gratuita en su blog Cuerpo Público.»

Con esta excelente recomendación me despido por esta semana y recuerden, este mes celebro a la mujer cubana que escribe, principalmente a esas voces más jóvenes, de dentro y de fuera de la Isla. 

Esperen más “Librazos” y un abrazo. 

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