Parece abrumador el reto cuando se pide que cada evento que organicemos se autofinancie, que se establezcan alianzas y se busque el apoyo de instituciones y organizaciones económicas que también han visto a la cultura como ajena a sus proyectos de vida
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Algunos se preocupan, otros se quedan en silencio y no falta quien se cuestione los nuevos caminos que debe empezar a transitar la organización y la gestión institucional de la vida cultural cubana.
El tema no es nuevo y, más que preocuparse, callar o cuestionar si esta o aquella fórmula es la ideal, los imperativos de los tiempos que corren y las lógicas que llevan a un tránsito hacia la sostenibilidad y sustentabilidad de las acciones indican que hay que ocuparse, cambiar la visión y los enfoques.
El ordenamiento de la sociedad y las dinámicas que empiezan poco a poco a aligerar las cargas pesadas en el presupuesto del Estado irradian hacia todos lados y nos llevan a un país capaz de proteger sus logros sociales y, a la par, generar utilidades económicas y espirituales más reales.
No se trata de abandonar el estímulo a la creación artística y literaria, menos dejar a su suerte la preservación del patrimonio, la participación popular, el desarrollo de las capacidades científicas en el ámbito cultural, la calidad de la enseñanza o frenar el crecimiento de las industrias culturales.
Cómo lograr sustentar todo eso desde una perspectiva creadora donde la cultura sea definitivamente la mejor inversión y no el mayor gasto, es un verdadero reto que implica reflexión justa, acciones con impacto tangible, trabajar desde el conocimiento colectivo, empujar el carro de las iniciativas sin miedo al error, apoyar a quienes hacen y tienen resultados, resetear el modus operandi actual.
La solución no está en quitar del camino a quienes llevan muchos años entregando la vida a la cultural del país por considerar sus métodos como obsoletos o fuera de contexto. Esa sabia, el reconocimiento a sus aportes, aprovechar las bases que han venido construyendo a pulmón, hay que sumarlas, establecer espacios de reflexión que sirvan para esclarecer el camino.
El trabajo comunitario tan mencionado en estos días es el centro de todo cambio de estrategia. Los promotores deben ser reales, creíbles, organizar un programa de trabajo que se parezca de una vez y por todas a sus públicos y dejar de esperar indicaciones para hacer allí donde más necesario es: el barrio, la comunidad.
La atención a los jóvenes creadores no puede ser una promesa de asambleas e intercambios. Igualmente sucede con los estudiantes de las escuelas de arte, que deben implicarse todos los días en los procesos, estar presentes en las acciones de las instituciones, apoyar sus iniciativas e identidades creadoras.
Parece abrumador el reto cuando se pide que cada evento que organicemos se autofinancie, que se establezcan alianzas y se busque el apoyo de instituciones y organizaciones económicas que también han visto a la cultura como ajena a sus proyectos de vida. Sin embargo, ese camino al que hemos sido reticentes en mucho tiempo, es necesario asumirlo como un estilo de trabajo, nunca como imposición desde arriba o un acto de desesperación financiera.
Los frutos de todo este empeño no se verán a corto plazo. Apenas 2022 es un año de reacomodo, de tirar los lastres de la inmovilidad en ciertas zonas de la cultura cubana. Como todo cambio explícito es necesario concentrar las fuerzas e impedir que se afinque el “no se puede” cuando se nos pide hacer lo que tanto se ha reclamado desde hace años por los mismos creadores, gestores y funcionarios que ahora se preocupan, callan o cuestionan.