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No puede haber olvido ni perdón

LA HABANA, Cuba. – Gran revuelo en las redes han causado las más recientes fugas de varios voceros de los medios de propaganda del régimen, entre ellas la de Yunior Smith Rodríguez, uno de los más entusiastas y furibundos cuando se trataba de lanzar difamaciones y condenar a opositores y periodistas independientes. 

Precisamente por esa “feliz complicidad”, no puedo creer en la sinceridad de su “arrepentimiento”, ni dejo de sospechar ocultas y malas intenciones en su cambio repentino, ni alcanzo a comprender a esos que claman por el perdón. 

Por más que me expliquen sus razones no puedo acompañarlos en esa rara “compasión”, en ese estúpido “borrón y cuenta nueva” que tanto daño nos está haciendo de este lado de acá donde tanto valiente de verdad es olvidado en las oscuridades de una celda, en un calabozo, en una sala de interrogatorio, incluso en las soledades de su propia casa donde es acosado por la policía política y condenado a vivir como un apestado solo por pensar diferente y atreverse a decirlo en voz alta, a pesar de los miedos y peligros. 

A menos de una semana de haber aparecido en la televisión arengando contra los medios de prensa no oficialistas y reclamando condenas severas contra los detenidos durante las protestas del 11J, denostando contra el Movimiento San Isidro, la UNPACU, las Damas de Blanco y sus líderes, Yunior Smith se aparece con la vieja cantaleta del “cansancio”, de la “pérdida del miedo”, de la “desobediencia” y la “rebeldía” pero no aquí inmerso “en la caliente”, tras los barrotes de la Isla cárcel, sino al resguardo de estar a solo unos metros de la frontera de los Estados Unidos, echando mano a la treta oportunista que han usado por estos días otros “arrepentidos” para lograr ese “sueño americano” que se torna más intenso, húmedo y deseable sobre las almohadas y lechos de los comunistas y sus cómplices.

Todos ellos, como las ratas que son, se van a hurtadillas imaginando que con el simple acto de fuga, y con un par de declaraciones públicas y llorosas para endulzar los oídos y corazones de algunos ingenuos, se libran de una culpa más inmensa que sus hipocresías. 

Pero por más que intenten la redención, cargarán ese pasado miserable sobre los hombros más allá de la muerte porque sirvieron con su mal oficio de comunicadores a una dictadura que no ha tenido compasión con los cubanos y cubanas verdaderamente dignos, esos que pasarán los mejores años de sus vidas en una cárcel, en el exilio, en la incertidumbre de ser usados como moneda de cambio en negociaciones como aquellas “secretas” de Raúl-Obama, en el destierro, silenciados, distantes de sus familias, sufriendo vejaciones solo por reclamar el derecho a vivir en libertad pero no allá en Miami o Europa sino aquí donde nacieron y de donde ninguna fuerza por poderosa que se piense logrará sacarlos porque nada, absolutamente nada horrendo se puede obrar contra la belleza y majestad que habita en la terquedad de los valientes.

Todos, absolutamente todos los que alguna vez prestaron sus voces y rostros para proyectar una “buena imagen” de los represores, todos los que han contribuido con el engaño a un pueblo que sufre, todos los que pudiendo marcar la diferencia desde esa pequeña cuota de poder que significa ser una figura pública y optaron por el contubernio con las fuerzas represoras, la confabulación o el silencio —este último tan criminal como la connivencia en tiempos de terror— son igual de responsables de los castigos a los manifestantes del 11J; son tan culpables como quienes han dictado las abusivas sentencias contra jóvenes casi niños, como los que retienen ilegalmente y torturan física y psicológicamente a artistas como Maykel Osorbo y Luis Manuel Otero Alcántara.

No se puede causar daño en tal proporción, de manera consciente, y luego esperar el perdón bajo la forma de un “permiso de residencia” o la condición de “refugiado político”, más cuando se tuvo la opción de al menos negarse, aquí y ahora, a ser parte de una maquinaria represiva que no está formada exclusivamente por militares y policías —uniformados y encubiertos— sino, además, por un aparato ideológico y propagandístico estrictamente controlado por el Partido Comunista y al cual eufemísticamente llaman “prensa” y “medios de comunicación” pero del que sabemos su único y miserable en esta como en cualquier dictadura que controla los medios de comunicación y determina sus contenidos.

No se puede huir en busca de libertades para sí cuando el que lo hace ha dejado atrás, con sus bajezas, una larga y ancha estela de presos y desterrados cuyos delitos son precisamente la búsqueda de la libertad, pero no la personal sino la de todo un pueblo. 

No puede haber derechos ni compasiones para quienes los han negado a otros. No pudiera haber jamás olvidos ni indiferencias en estos asuntos en los que les van la vida y la libertad a quienes luchan a diario y sin máscaras por ella. 

No nos corresponde a los cubanos decidir quién entra o no a Estados Unidos, eso es facultad exclusiva de su gobierno, pero quedar callados e indiferentes mientras se les permite la entrada o la permanencia en ese país —que como ningún otro ha acompañado al pueblo cubano en sus luchas por un cambio hacia la democracia— no solo es ofensivo y desalentador para quienes aún permanecemos en Cuba bajo los peligros que implica el exigir nuestros derechos a expresarnos libremente sino que, además, al aceptar como legítimos sus arrepentimientos hipócritas, contribuye a que la doble moral, los oportunismos y el colaboracionismo con la dictadura se arraiguen, se naturalicen como práctica cotidiana y generalizada de supervivencia, consolidando el inmovilismo, la apatía, la indiferencia política que dañan a la sociedad cubana.

El temor a perder el empleo, el miedo a ser excluidos de la sociedad, estigmatizados, criminalizados, censurados no pueden justificar nuestra personal contribución a que otros sufran por eso mismo de lo cual nos resguardamos desde la cobardía, la conveniencia o la comodidad. 

No se puede sembrar la idea de que cualquier exceso, por grave que sea, puede ser perdonado y olvidado incluso cuando aún los sucesos del 11J continúan generando víctimas de la represión, cuando la “orden de combate” sigue en pie y apoyada sin excepción por todos quienes tenían y aún tienen el “permiso” de ponerse frente a una cámara de televisión o de hablar ante un micrófono de la radio nacional. 

Es sumamente letal para el futuro de la nación cubana incentivar tales complicidades aceptando como válidos los arrepentimientos, vengan de donde vengan, cuando lo que se necesita es que los cubanos despierten y reaccionen aquí y ahora si de verdad tanto ansían la libertad en su sentido más amplio, humanista, y no un sucedáneo de esta en un país ajeno.

Porque, dejémonos de tonterías y medias tintas, ninguno de estos cobardes que prestan-venden sus voces y rostros a los represores huyen por arrepentimiento sino porque irremediablemente el barco del castrismo hace aguas y son conscientes de cuánto han contribuido con sus cinismos a hacer más prolongado, trágico y devastador el hundimiento. Sus conceptos de libertad se restringen a continuar llenando las barrigas donde puedan y como puedan hacerlo, al estilo de esa escoria llamada Edmundo García.

Así cuando mañana, si por una “casualidad” de esas que abundan en la política mundial, los vientos del Norte llegaran a soplar nuevamente a favor de los represores, los voceros “renegados” no dudarían en “arrepentirse” nuevamente, aunque en sentido contrario, así como lo hizo tanto “repatriado” cuando Obama puso pie en La Habana.

Llovieron los repatriados con la misma intensidad con que se destaparon negocios de testaferros del régimen en el mismo corazón de Miami, una ciudad que no tardó en llenarse de delincuentes y dementes pero además de espías y “colaboradores”, “simpatizantes” del castrismo, cuando durante los éxodos masivos de los años 80 y 90 “casualmente” se “escaparon” hacia allá varios “notables arrepentidos” que hoy lucran con los negocios de envíos a Cuba, con los hospedajes Airbnb, con los vuelos chárter, con las remesas, con el único medio de prensa “alternativo” con acreditación oficial en Cuba y, probablemente, hasta con los “puentes de amor”.   

De nada nos sirve como nación que los mismos que reprimen o que se suman con sus oficios y talentos al juego de la represión se arrepientan ya en la distancia, cuando eso apenas les beneficia en lo personal porque tiene el valor de una visa o residencia express, de un perdón, o ya porque estratégicamente, siguiendo una nueva ordenanza de sus verdaderos jefes en las sombras, les ayuda a colarse y colocarse en donde más daño puedan hacer a las fuerzas opositoras. 

Nadie puede tener derecho a ser libre ni a reclamar libertades para sí cuando le ha negado a otros millones de compatriotas la posibilidad de obtener la libertad plena en su propia tierra.

Tanto Yunior Smith como los demás voceros del castrismo que han huido por estos días posteriores al 11J, absolutamente todos, sin importar el grado de compromiso mayor o menor que asumieron con la dictadura, deberían ser rechazados, expulsados, en todo país que se defina como democrático. De igual modo, en un futuro de libertad deberán ser juzgados y castigados en proporción justa por sus responsabilidades bien directas en la estrategia de desinformación que ha ido conformando el escenario de terror e indiferencia en que se han desarrollado los juicios a los manifestantes de los más recientes estallidos populares.

Debemos estar claros en que esta gentuza no huye por hartazgo ideológico, pues este nos acompaña a casi todos los cubanos desde mucho antes del 11J y de la pandemia, incluso antes de los desabastecimientos y la ruina provocados desde hace años por las ambiciones y egoísmos de los militares, ansiosos por incrementar sus fortunas personales, previendo la inminente caída del régimen castrista. 

Huyen porque pretenden huir de su pasado. Buscan desesperadamente librarse del peso que han tenido sus opiniones en la estrategia desinformativa del régimen y de la posibilidad de que el mal causado a tanta gente noble, digna, auténticos patriotas que han fundido sus destinos personales a los de un pueblo que sufre, les retorne de un momento a otro cual bumerán.

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