En estos días de especial oscuridad, toda labor cuyos límites estén fijados por la ética resulta un ejercicio de permanente cuestionamiento moral y reto intelectual. Como regalo por el 130 aniversario de la fundación del periódico Patria y la celebración del Día de la Prensa Cubana, la casualidad nos trae algunos hechos que convocan a la reflexión en torno al periodismo, los periodistas y su relación con las estructuras de poder.
Por ejemplo, analizada a la luz del siglo XXI, la invasión rusa a Ucrania tiene un incómodo sabor a anacronismo. Sin embargo, hay más con ese tufillo de cuanto rodea a la eufemística «operación militar especial» del presidente Putin contra su vecino díscolo.
Parece inaudito que en uno de los reinos de la libertad, la vieja Unión Europea, se prohibieran de manera oficial las emisiones de la cadena Rusia Today y las publicaciones de Sputnik, ambos también bloqueados en Youtube. Por su parte, como para no quedarse con el golpe, Rusia impidió el acceso a varios medios —entre ellos, BBC, DW, Meduza—, así como a las redes sociales Facebook y Twitter.
Vistas desde el pragmatismo, las acciones de ambos bloques se explican por el contexto. Según Winston Churchill, «en tiempos de guerra la verdad es tan preciosa que debería ser protegida por un guardaespaldas de las mentiras». Pero, ¿qué es verdad y qué mentira? ¿Quién será el guardaespaldas? ¿Cómo proteger y qué es exactamente lo que debe ser protegido? Cada uno, de acuerdo a las simpatías, tendrá sus propias respuestas.
Ese «síndrome del padre protector» —bien conocido por estos lares, donde hay buen número de medios bloqueados—, es incompatible con derechos fundamentales, sobre todo en sociedades con altos índices de instrucción. Aun cuando ciertos estudios muestran una reversión del «efecto Flynn», tratar a los ciudadanos como tontas ovejas, susceptibles a ser confundidas y manipuladas, es una excusa del poder para extralimitarse.
El papel de los estados debe circunscribirse a hacer cumplir las leyes —aunque a veces estas constituyen mordazas, lo que llevaría a otros cuestionamientos. El acceso a la información es un derecho humano y el ejercicio del periodismo también debería serlo. Es finísima la frontera entre el guardaespaldas del que habla Churchill y el inquisidor, especialmente en ambientes polarizados. Solo a través de información variada puede rozarse la verdad. Llegar a ella, o no, es responsabilidad de cada ciudadano, no competencia del poder.
Regresando a Cuba, un post en Facebook del periodista del NTV Yunior Smith ha generado un aluvión de reacciones. A las puertas de Estados Unidos, el comunicador aseguró que donde una vez escuchamos digo, quiso decir Diego.
En el camino a reunirse con su esposa e hija en el imperio del que tanto y tan gustosamente despotricó en horario estelar, ha declarado su resentimiento por el «gobierno endemoniado que provoca divisiones de familias, sueños truncados, vidas jodidas para siempre por una política mezquina, cargada de orgullo, de rencor, y la jodida mentira que lo hace todo turbio, oscuro, incierto».
El episodio protagonizado por este personaje no es ni remotamente el primero que se ha visto aquí. Cantantes, actores, politiqueros de diferente nivel, periodistas, han sido centro de otros capítulos que tienen no solo un guion común e intereses afines, sino también las mismas causas: detrás de discursos extremos se esconden casi siempre la hipocresía y el oportunismo.
Como periodista del Noticiero estelar, Smith no era un simple agitador de barrio que acepta ir sin cuestionamientos a un acto de repudio, sino que fue la voz de una política gubernamental y partidista con la que ahora resulta que no estaba de acuerdo. Convencido de que mentía, habló cada noche, paladeando sus palabras, a miles de cubanos; por tanto, engañó a sabiendas. Cambiar de opinión es un acto absolutamente legítimo, pero esto es mucho más.
Argüir que no hay opción posible ante fuerzas que nos compulsan a expresar algo en lo que no creemos, es sencillamente una mentira —otra. En el más extremo de los casos, cuando la censura y los dictados desde arriba sean inadmisibles con la postura personal, el camino es salirse del medio. Si el interés o la vanidad pueden más que la decencia y la responsabilidad, el rumbo se habrá perdido.
El primer compromiso de un periodista, como servidor público y ciudadano responsable, debe ser con lo que considera la verdad, no con un poder político. Lo único auténticamente nuestro es el nombre que portamos, deberíamos llevarlo con dignidad. La coherencia es la mejor medicina para dormir tranquilos.
«Toca a la prensa —decía Martí en sus Escenas mexicanas— encaminar, explicar, enseñar, guiar, dirigir, tócale examinar los conflictos, no irritarlos con un juicio apasionado, no encarnizarlos con un alarde de adhesión tal vez extemporánea». Un periodismo atado al poder es propaganda sin virtud ni fertilidad; para revolucionar y servir, tiene que ser verdaderamente independiente, autorregulado, responsable y ético.