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Un rostro en cada número

Las armas de destrucción masiva no eran masivas, ni armas, ni siquiera estaban. Con ellas también se volatilizaban las causas de la invasión a Irak, la administración Bush sería entonces desacreditada. No había una razón para andar metidos en ese país tan en los «confines de la Tierra», cuya relación con los derechos humanos era similar y en algunos casos mejor que la de algunos aliados de los Estados Unidos, como Arabia Saudita. El descrédito ante el resto del mundo —léase Occidente— no era una opción.

Estados Unidos no es Rusia, así que paulatinamente, con cambios de titulares y noticias, con análisis de especialistas en programas de gran audiencia y declaraciones gubernamentales, fueron revisándose las causas de la invasión. Poco a poco, como quien no quiere las cosas, se incorporaron nuevos objetivos: terminar con la violación a los derechos humanos del régimen iraquí, eliminar la ayuda de Sadam Husein a Al Qaeda —causa que tampoco se probó— y otras razones más peregrinas.

Por supuesto, los encargados de esta transubstanciación de causas fueron los grandes medios de difusión: FOX, CNN, y otros de similar estirpe. Pero todavía les quedaba un asunto por resolver: la guerra seguía su curso con excesos y «equivocaciones» fatales por parte del ejército contra la población civil. No podían darse el lujo de repetir un Viet Nam, donde los periodistas andaban de acá para allá, como John por su casa, fotografiando cadáveres de jóvenes estadounidenses y aldeas en llamas. Con ello habían logrado movilizar a la opinión pública estadounidense para que presionara al gobierno y así detuvieron la guerra.

Entonces los medios y el Pentágono mismo tuvieron una epifanía: el programa de los periodistas «integrados»: reporteros asignados a una unidad militar que se consideraban casi reclutas, convivían con las tropas, dormían en las mismas barracas, salían en los mismos convoyes, y vivían bajo las mismas circunstancias. Ese programa dio resultados increíbles. Los periodistas comenzaron a ofrecer a sus medios una visión absolutamente sesgada —más que lo habitual— de la guerra.

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El 9 de abril de 2003, tropas estadounidenses tomaron el centro de Bagdad. En la imagen, derriban una estatua de Sadam Husein. (Foto: GETTY)

El programa había recurrido a un recurso de persuasión tan antiguo como el hombre: apelar al sentido de pertenencia. Los periodistas, cuya premisa debe ser la búsqueda de la imparcialidad y su compromiso, la veracidad; se identificaron totalmente con quienes eran, en la práctica, sus compañeros de armas. Entonces comenzaron a reportar historias de altísimo valor humano, siempre parcializadas, sobre ellos.

La atención del público abandonó el hecho de si las causas de la guerra eran plausibles o no, y se centró en el devenir de las acciones. El foco migró de una visión macro, a una visión micro. Ya no importó el porqué, sino el cómo, puesto que las historias de marcado valor humano tienen ese efecto. También atraen al público como ninguna otra, así que los medios tuvieron su agosto con marcas de audiencia nunca antes vistas.

Según un artículo de El País del 10 de abril del 2003, CNN+ se convirtió en líder de los canales de transmisión continua, porque desde el 20 de marzo del mismo año —día en que venció el ultimátum que Bush dio a Sadam—, la cadena recibió una media de 350.000 abonados diarios. El 26 de marzo se bombardeó un mercado en Bagdad con varias bajas civiles, y el 8 de abril murió un camarógrafo de Tele 5. Por supuesto, estos dos días, CNN+ se convirtió en líder de audiencia.

Aquel 20 de marzo, la administración Bush, y con ella Estados Unidos, violó el artículo 2.4 de la Carta de las Naciones Unidas, que proscriben el uso de la fuerza. Incluso el entonces presidente Jacques Chirac, tan francés y occidental, en un encuentro en París con el jefe de los inspectores de la ONU, advirtió a Estados Unidos que la decisión de atacar Irak le correspondía al Consejo de Seguridad, y que una acción unilateral de Washington implicaría una violación de las leyes internacionales. No obstante, después el mandatario abogó por contar con una segunda resolución de la ONU que autorizara el ataque. Nunca la hubo.

Más allá de las resoluciones, se violaban una miríada de derechos humanos todos los días. Wikileaks dio cuenta de ello, los principales medios, no. Por eso el mundo democrático se alzó en una sola voz, como ocurre ahora, para silenciar a esos medios, que no sólo eran del país que ilegalmente invadía a otra nación, sino que apoyaban la acción y se beneficiaban con dividendos nunca antes vistos. Fueron censuradas en todo Occidente, CNN, FOX, ABC, CBS, y NBC. ¿Recuerdan? No, eso nunca pasó. Al contrario, los algoritmos de internet lograron posicionarlos en los primeros lugares, incluso en regiones donde no los tenían.

La Organización Mundial para las Migraciones publicó un informe que reporta más de 20.000 nuevos desplazados en Yemen debido a los combates y el hambre. Se habla de un conflicto olvidado. Médicos sin Fronteras reporta que en los últimos días han llegado a los hospitales numerosos heridos y muertos, incluyendo niños. Esta información no está a la vista, no ocupa los primeros lugares en las búsquedas online, es necesario ir directamente a por ella.

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Milicianos huthis en Yemen. (Foto: Hani Al-Ansi/DPA)

Lo mismo pasa con los palestinos asesinados en la Cisjordania ocupada este mes —hay ocupaciones que no son noticia—; igual sucede con las noticias que reportan que sólo se reciben refugiados ucranianos en los países de Europa y se dejan atrás a los migrantes de otros países también con conflictos armados y crisis humanitarias —hay refugiados que no merecen titulares.

¿Cuántos países han sido bombardeados en estas últimas dos semanas? Según los principales titulares, sólo uno, no más. Ni en Donetsk y Lugansk ha habido más de 13.000 muertos desde el 2014, que fue cuando realmente comenzó este conflicto ¿Qué cadena reportó estas 13.000 víctimas y denunció estas violaciones de forma repetida e insistente?

Es comprensible que los medios de difusión occidentales estén alarmados con la invasión de Rusia a Ucrania, y con razón, las estadísticas son espantosas: según La Vanguardia, el conflicto hasta ahora ha dejado un saldo de 2000 civiles ucranianos muertos, así como 836.000 desplazados. Es incuestionable que la incursión rusa debe detenerse, es un acto que merece ser condenado como cualquier invasión extranjera a un país soberano por múltiples motivos.

Más allá de las razones humanitarias —que son las fundamentales— están desde los motivos financieros, ya que esta conflagración la sufren todos los países del mundo con el alza de los precios de productos esenciales en el mercado mundial; hasta los éticos y geopolíticos, puesto que si la potencia rusa puede ejercer fuerza sobre el territorio de Ucrania, ¿qué impedirá una conducta similar de China, o la continuidad abierta de estas políticas agresivas de Estados Unidos?

Conocemos los números, y sufrimos porque no son números, sino personas de Kiev o de cualquier otra ciudad ucraniana. Lo sabemos porque están a la vista, todos los medios de este hemisferio publican sus rostros, los exponen, denuncian las bombas, y los disparos. Luego, nosotros hacemos otro tanto en las redes, y los twitteamos, los retwitteamos y denunciamos la violencia. Pero, ¿quién denuncia así, incansablemente, los otros números, los otros morteros caídos en escuelas y casas civiles, los otros miles que comenzaron a morir hace años y siguen muriendo en Donetsk, Lugansk, Palestina, Yemen?

Si los medios rusos no tienen la entereza de ser honestos, según la tesis de la mayoría de gobiernos occidentales; si en la responsabilidad de denunciar las violaciones, las injusticias y las muertes, estos medios occidentales son adalides, guías y campeones, entonces por qué informan violaciones y excesos sólo cuando son excesos y violaciones convenientemente «denunciables».

La libertad de prensa no es un asunto parcial —quienes sufrimos una prensa sesgada lo sabemos. Conocemos la importancia de que todos los medios tengan voz, pero también de que todos los números, tengan rostro.

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